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Habla el escritor Manuel Vilas en su columna en el diario ‘El País’ del carpe diem del poeta romano Horacio, de ese vivir el día y el presente, confiando mínimamente en el futuro, y de cómo el confinamiento por la realidad surrealista que nos ha traído esta pandemia del coronavirus nos está apartando de esa idea que tan importante ha sido en la literatura y en la vida, dejando el presente –y la vida misma– afuera, alejándonos cada vez más de un futuro que se va corriendo hacia delante con las noticias, haciéndolo más incierto que de costumbre, que ya es bastante, y llevándonos, también, a pensar en el pasado con nostalgia: cuando las cosas eran de tal manera, hace tan poco, hace tanto…

Hoy muchos prefieren –intentan– vivir alternando imágenes y sentimientos del futuro y el pasado porque, de alguna manera, les traen más certezas, más tranquilidad que el encierro. Sienten que la vida está afuera, que mientras transcurran días obligados entre paredes, su contenido tal vez no cuente. Yo, en cambio, veo borroso el pasado y el futuro, siento un enfoque más potente que nunca en el presente y acaricio cada minuto para vivirlo a fondo, para llenar de sentido esta época que un día será un recuerdo y servirá como base para tantísimas conversaciones, reflexiones, literatura, cine y arte sobre la historia de lo que somos y en lo que nos hemos convertido.

La vida que hoy ves más claramente a tu alrededor es la que has construido.

A mí hoy el futuro sí que me parece lejano, no logro verlo ni me interesa tanto pensar en él o saber qué va a pasar. Algo grande está moviendo al mundo y ha logrado anclarme con fuerza al presente, concentrarme en vivir lo más esencial de cada día y que me preocupe menos lo que pase después. Cuál, sino esa, es la base de la meditación, de la felicidad, y hoy ha llegado como un regalo. Algo será, como siempre, y algo haremos, como siempre. No pensaría uno que fuera tan difícil entender algo tan fundamental: que el valor de la vida no está en el afán de cada día.

Como dije hace poco en otro texto, siento que es uno de los momentos más reales que hemos vivido, pues nos estamos ocupando de las verdaderas prioridades, redefiniéndolas, mirando más hacia dentro. Vamos más lento, que ya el velocímetro se había reventado.

Quizás nada era tan grave (todas esas pequeñeces que nos mantenían –en pasado, ojalá– a raya), quizás lo más grave era la vida misma y eso es precisamente lo que nos preocupa hoy. Y si verdaderamente nos enfocamos en el instante, ni eso, la vida misma, parece tan grave.

Dice Manuel Vilas que el aplazamiento de la vida a un futuro mejor le recuerda a los totalitarismos y que debemos salvar la idea de Horacio para no perdernos el mayor don de los seres humanos, el gozo del tiempo presente. De acuerdo. Y no es que no se valga soñar, que soñar es también un don precioso que tenemos y un motor único para visualizarnos más cercanos a nuestra esencia y movernos hacia ella. El futuro es un regalo, pero lo único que tenemos para poder recibirlo es el hoy, este preciso instante.

@catalinafrancor

www.catalinafrancor.com

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