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El amor ha sido eternamente idealizado. Los cuentos infantiles, las novelas, las películas y no tan recientemente las redes sociales nos muestran siempre un tipo de amor que para muchos es inalcanzable, pero que sobre todo está lleno de etiquetas, frases y sentimientos prefabricados.

La amistad también ha caído en ese hoyo negro. Especialmente la que se da entre mujeres. Nos muestran dos tipos de amistad: un grupo de chicas que se apoya a pesar de todo o una banda de buitres dispuesta a hacerse sufrir unas a las otras.

En la universidad tenía amigas con las que pensé que podríamos llegar a hacer del primer tipo. Éramos muy distintas. Unas más artísticas, otras más reservadas, unas del interior del país, otras de lugares más apartados, pero al final del día chicas de menos de 20 años conociéndose y creciendo juntas.

Este año se cumplen 10 años desde que nos graduamos de la universidad y, aunque ninguna nos hemos perdido el rastro, estamos muy lejos de ser parte de la red de apoyo… ni siquiera llegamos al nivel de las cuatro mujeres de Sex and the City, y menos de Girls.

Ha sido culpa de todas. O eso creo. Fuimos amigas de parranda, asistimos a una importante cantidad de fiestas, aguantamos las tusas de todas, hicimos cumpleaños sorpresa, fuimos a conciertos, bebimos cerveza. Algunas nos fuimos del país, otras estuvieron fuera cuando las demás volvimos, pero hasta cierto momento sabíamos que en nuestros teléfonos existían varios números de emergencia. Una tusa y usábamos el teléfono. Un mal día en el trabajo y usábamos el teléfono. Una idea para volvernos millonarias y fracasar en el interno, usábamos el teléfono. No había Whatsapp, pero ahí estábamos.

Sinceramente no sé en qué momento dejamos de estar. No es que no seamos amigas, solo que ahora pareciera que fuera más a modo de protocolo. Nos llamamos cada tanto como para marcar una X en el calendario, nos damos me gusta en redes (pero eso ni debería contar), en los cumpleaños solemos llamarnos, pero cada vez los hacemos menos.

Hace unos días, una de ellas puso un foto en sus redes sociales y en el mensaje decía que estaba con sus BFF (Best Friends Forever. Muy millenial) y yo, a modo de broma, le escribí un mensaje diciéndole que no, que no era cierto, que yo no aparecía en esa foto. Le envié eso, consciente de todo lo que he escrito hasta ahora. Su respuesta fue contundente: “usted no sabe qué está pasando en mi vida”.

Lo medité por un momento. Totalmente cierto. Sé dónde trabaja, dónde vive, sé que sale mucho de fiesta y que, aparentemente, no tiene una relación formal. Pero nada más. Nos une más el pasado que el presente.

La semana pasada fui a comer con otra de mis amigas. ¡Qué lío para escoger el lugar! ¡Qué lío para escoger el día! ¡Qué lío todo! Y queda mal que escriba esto, pero en verdad el problema no era mío. Primero ella tenía ganas de pescado, entonces descartamos todo lo demás. Luego había que buscar parqueadero, y uno cerca porque como estaba lloviznando dijo que no se podía dañar el pelo. Ella siempre ha sido coqueta, y de verdad no me incomoda su vanidad. Me parece linda. En serio.

Después de todo eso. Logramos sentarnos y conversar. Pero eso no fue conversar. Fueron dos monólogos sincronizados. Ella me contó cómo le va en su matrimonio, aunque lleva más de tres años casada, y luego procedió a preguntarme cosas muy puntuales que sabe de mí por lo que publico en mis redes. A veces… (bueno, muchas) miró su celular con insistencia.

Cuando la conversación ya estaba tomando el tinte de charla y volvíamos a ser nosotras, o al menos eso parecía, pidió la cuenta. Me sorprendí. Apenas eran las 8:30 de la noche, pero no le dije nada.

Como no tengo carro compartimos un rato más porque mi casa queda en camino de la suya. Allí mencionó que su esposo ya había llegado y que debía preparar el almuerzo del otro día. Supongo que por eso se fue temprano y lo entiendo. Yo también llevo mi almuerzo al trabajo y llegar cocinar cuando has estado despierto de las 7 de la mañana, o antes, no es chévere. Pero, ¿en verdad por un día no se podía permitir no hacerlo?

Admito, claro, que yo también he tenido descuidos. Esto no se trata de exponerlas a ellas. Yo soy la única que ejerció como periodista, entonces mi trabajo tiene horarios raros y por mucho tiempo eso no me permitió tener una vida social normal. Cuando descanso lo que quiero es ver a mi familia o estar con mi pareja y yo tampoco he hecho lo básico: levantar el teléfono y llamarlas.

Algunas compañeras de mi trabajo han hablado conmigo sobre lo que les ha sucedido con sus amigas y me han dicho cosas con las que me he sentido muy identificada. Por ejemplo, ese regaño sutil de quienes están casadas sobre las que aún estamos solteras, o esa vejez de sopetón que les entra a algunas (siempre son las que fueron más fiesteras) que prefieren un “vinito en casa” a irse de fiesta.

Como si salir fuera sinónimo siempre de terminar subida en una mesa bamboleando todo el cuerpo y con altos niveles de alcohol. No. ¿Por qué no salir a comer, pero de verdad? Sin celulares, ni afanes por esposos o por almuerzos. ¿O salir una noche y empezar con una bonita cena y luego con unos tragos sin apuros? ¿Qué tal planear un viaje juntas? (SIN PAREJAS, CLARO)

Porque esa es otra cosa. Y lo dice alguien que también tiene pareja. ¿Cuándo se volvieron extensión de los manes? Primero nos conocimos nosotras, nos vimos crecer, caer, madurar, llorar, reír, fracasar, triunfar. ¿Por qué siempre hay que andar con los manes? Si algo les admiro a ellos es que tienen sus momentos de testosterona y los respetan por encima de todas las cosas. Mi pareja tiene fútbol todos los martes y va a ese juego llueva, truene o relampaguee. Es su momento y él se lo respeta. Me encanta que lo haga.

La prueba de que no todas las amigas están con el lastre de sus novios/novias por suerte la he probado. Cuando viví en el extranjero conocí a una amiga española a la que adoro. Ella vive muy lejos de Colombia, pero hemos hecho muchos planes juntas. Con esfuerzo de todo tipo nos hemos encontrado en lugares que son muy céntricos para las dos y más de una vez hemos superado el terrible huso horario que nos tiene las horas cruzadas. Ella también está casada.

Hay otra con la que me escribo muy a menudo. No vive en Bogotá, pero siempre está pendiente de mí. Yo a veces la descuido, es cierto, pero en cuanto me doy cuenta vuelvo a escribirle. La verdad es que tenemos un diálogo verdadero y muy lindo. Lo otro que es cierto es que mientras crecemos, cambiamos. Y en ese proceso nos dejan de gustar cosas o nos interesan menos. A lo mejor me he vuelto poco interesante para ellas. Yo reconozco que hay algunas cosas que nunca me interesaron o actitudes que me disgustan y persisten en ellas. Pero la amistad también se trata de aceptar, y con gusto aceptaría todas sus cosas, si a cambio todas estuviéramos en el mood de volver a ser amigas. Amigas de verdad.

Volver a serlo con nuestros treintas encima, con los cambios, con nuestras nuevas realidades. Volver a serlo, pero sin dejar de sentirnos mujeres, de fantasear. Tener unos jueves de amigas. Hacer el esfuerzo.

Otra solución podría ser buscar nuevas amigas y guardar las anteriores en mi corazón. Una chica que sigo por Twitter puso una vez algo así. «No esperé encontrar amigas a los 32 años». Resulta que hizo un curso y encontró mujeres increíbles que se convirtieron en su red. Todas eran de diversos países y reconozco que no creí en su afirmación, pero al final fue verdad. Con nostalgia veo sus postales de viajes, sus planes o los mensajes que le envían. 

Conozco a otro grupo de chicas uruguayas que se va de viaje cada fin de año. Una vez estuve en uno de ellos y me pareció increíble su amistad. Y no porque fuera todo rosa. De hecho, su carácter distinto hacía imposible científicamente que pudieran juntarse, pero era justo eso la sazón de todo. Unas estaban solteras, otras llevaban a sus hijos, unas eran más despreocupadas, otras más organizadas, pero todas componían un entramado armonioso y perfecto.

Ese es un grupo que amaré siempre. Se increpaban con fuerza, pero con ese mismo ímpetu se apoyaban y se querían. Podría llegar a afirmar que su lazo era mucho más fuerte que el de todas sus familias.

¿Esto les pasa a ustedes? ¿Hay alguien leyendo esto que tenga el mismo sentimiento, la misma percepción? Ojalá me puedan compartir lo que piensan.

Una vez leí una de las cartas que Augusto Roa Bastos, un escritor y periodista paraguayo le escribió en 1955 a un joven Tomás Eloy Martínez, quien también se convertiría en un afamado escritor. En una de ellas, encontré estas líneas:

“Hallar un verdadero amigo, un hermano, es un acontecimiento cada vez más importante que, en cierto sentido, me inhibe un poco pues nunca estoy seguro de merecer ni de corresponder como se debe a estos maravillosos compromisos de la sangre y del espíritu”.

Y eso resume todo. Lo siento queridas amigas si les fallé alguna vez, si también fui pendeja y me dejé llevar por eso que llaman vida. Podría estar lista para dejar ir a algunas de ustedes, no porque no las quiera sino porque entiendo que quizás nuestros caminos se apartaron tanto que ya nunca podrán volver a unirse. No lo estoy tanto como para abandonar la idea de algún día tener mi propia red de hermanas.

No lo estoy.

 

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