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Tras un largo periodo de apoyo al expresidente Hugo Chávez y a su heredero político, Nicolás Maduro, el presidente Santos tomó prudente distancia esta mañana con respecto a las decisiones  adoptadas por el gobierno venezolano frente a las manifestaciones populares por la crisis política, económica y social que vive el país vecino, pronunciando una frase tanto inesperada como categórica: “hace seis años se lo advertí a Chávez: la revolución bolivariana fracasó”.

Estas palabras que evidencian el pragmatismo político del presidente Santos, al que no le tiembla la voz para anunciar amistades y enemistades de la noche a la mañana de acuerdo a como se perfile en su tablero la estrategia (ver análisis de El Tiempo), son orientadoras para la formulación de la pregunta que guía la construcción de este blog : ¿por qué fracasan las revoluciones?

Para intentar resolver esta pregunta, me atrevo a plantear tres aspectos a partir del análisis de varios procesos revolucionarios del siglo XX en distintas latitudes del planeta, y tomando como referencia de éxito el modelo chino que está próximo a cumplir 7 décadas, mostrando toda su vitalidad.

El primero de estos elementos es el dogmatismo y la falta de autocrítica. En tanto que una revolución se define como un cambio repentino y radical en la institucionalidad, resulta apenas natural que, para que se pueda gestar, deba haber una convicción ideológica férrea y una alineación total del grupo que la impulsa en torno a esta. La ´evangelización ideológica´, se convierte en una herramienta útil para sumar recursos al modelo y lograr su perdurabilidad.

El problema surge cuando la preocupación por mantener la alineación y el distanciamiento ideológico, cercena la capacidad de autocrítica. El radicalismo y la falta de flexibilidad, afectan la capacidad de gestión eficiente, con lo que las protestas no se hacen esperar. De ahí, el colapso del modelo soviético, el anacronismo de las guerrillas latinoamericanas y, por oposición, la supervivencia del modelo chino, que es ejemplo de flexibilidad en virtud de la aplicación del axioma legado por Deng Xiao Ping: “no importa que el gato sea blanco o negro, siempre que cace ratones”.

El segundo elemento tiene que ver con el caudillismo. Los filtros organizacionales dentro de los movimientos y partidos para evitar la vinculación de ´enemigos del régimen´, tienden a generar la asimilación de procesos sociales con figuras únicas de liderazgo o caudillos. Así, las mieles del poder engolosinan a los dirigentes, y como sabemos, si el poder corrompe, el poder ilimitado corrompe ilimitadamente.

Los caudillismos tienen un problema adicional y es que las valoraciones personales se extrapolan a la valoración del proceso, con lo cual errores humanos terminan contaminando una idea. Nuevamente, China se muestra como excepción, ya que el partido ha logrado ubicarse por encima de la figura del primer ministro, siendo posible la renovación interna sin afectar la sostenibilidad del régimen.

El tercer y último  punto que abordaré en esta entrada, sin que ello signifique que no existan más elementos a considerar, es el populismo, entendido en este caso como la promesa de generar grandes cambios socio-económicos en beneficio de las mayorías, sin evaluaciones de sostenibilidad. En el afán de mostrar vías diferentes y efectivas, muchos gobiernos revolucionarios toman decisiones impulsivas comprometiendo recursos públicos de largo plazo. El gasto exagerado pensado en sostenerse a base de popularidad, puede volverse en su contra, como ocurrió en la extinta unión soviética y como ha ocurrido tristemente en Venezuela. Procesos de expansión de beneficios más lento pero sostenido, como el logrado en China, han sido difíciles de imitar.

Epílogo: El dogmatismo, el caudillismo y el populismo, causaron la herida letal a la revolución bolivariana que hoy genera incertidumbre y grandes penurias en nuestro país vecino. Los colombianos no podemos mantenernos al margen, como quiere el presidente Santos, de este proceso. Colombia y Venezuela han estado siempre vinculados intrínsecamente, no solo por lazos de confraternidad, sino también por aspectos comerciales, económicos y políticos. La crisis venezolana, es en parte, también una crisis potencial para Colombia. Políticos y empresarios deben considerar seriamente la transición que se avecina y participar, de manera activa y respetuosa, en la formulación de alternativas que redunden en bienestar para la región, dentro de esquemas democráticos y de respeto a los derechos humanos.

 

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