Hace algunos años las producciones colombianas empezaron a tener mayor presencia en el mercado internacional por sus formatos y temáticas.
‘Café’ y ‘Yo soy Betty la fea’ abrieron las puertas a muchas producciones las cuales fueron exportadas a otros países. Empezamos a ser interesantes para demás públicos, no solo por los formatos, sino por la calidad técnica y la creatividad de las historias presentadas.
Pasaron los años y con ellos las temáticas fueron cambiando. Aquella referencia de creatividad y diversión pasó a una triste realidad sangrienta y de carteles. Esto lo observé desde fuera. Tuve la oportunidad de vivir en otro país por algunos años, así que como mujer colombiana en otras tierras tenía una gran contradicción al ser estigmatizada como la «colombiana», que probablemente estaba en otro país con el perfil de las chicas de ‘Sin tetas no hay paraíso’ o ‘El cartel de los sapos’.
Solo al saber mi nacionalidad, muchos hombres mostraban caras de suspicacia hacia lo que ellos creían yo me dedicaba en ese país. Lo que no sabían era que mi preparación académica y nivel profesional eran bien diferentes; trabajaba para un proyecto de tecnología de educación, que muy lejos a su imagen mental de las colombianas, estaba ayudando a educar a sus hijos.
Algunas de las personas que trabajaban conmigo me manifestaban su «pesar» por las cosas, que muy probablemente había tenido que vivir en ese país violento llamado Colombia.
Entiendo que no podemos tapar el sol con un dedo y que la realidad colombiana en muchas ocasiones es dura y fuerte. Sin embargo creo que Colombia es mucho más que esto. Habíamos empezado bien, ¿pero qué paso? Al parecer las balas y los narcos venden más y eso es lo que nos interesa, sin importar dañar la imagen de millones de colombianos que sí lo están haciendo.
Lo que me molesta profundamente es que somos los mismos colombianos quienes nos encargamos de vender esta idea hacia otras partes del mundo. El narcotráfico, la prostitución, la infidelidad, etc., son las temáticas que identifican a nuestras producciones.
Y luego, nos preguntamos ¿por qué tenemos esta imagen ante el mundo?, podríamos mostrar una Colombia que si bien, no es el paraíso de la paz y la tranquilidad, pero de vez en cuando tiene una realidad diferente.
Ahora, luego de mi regreso a Colombia veo que esta evolución en temas televisivos ha obligado a que los usuarios deban adoptar una de dos posiciones:
Por un lado está el televidente apasionado por las producciones, novelas o realities, que sufre, llora y se divierte; y por el otro, estamos quienes día a día sentimos la frustración de una televisión con un panorama triste y vacío en contenidos. Ni hablar de los realities, en los que el chisme, el escándalo y la falta de valores son la chispa que enciende el rating. Aún me cuesta creer que los niños colombianos jueguen en su recreo a «amenazarse» por convivencia con sus demás amiguitos. Muchos de estos programas son vistos por ellos, seguramente porque sus padres no controlan los contenidos que deberían ver, pero también porque los horarios en los que estos programas son transmitidos y re-transmitidos son horarios familiares.
¿Qué podemos esperar de una generación que está creciendo con este tipo de programas? Mi única esperanza queda en los padres y maestros; quienes deberíamos mantener nuestra misión de formar, para que dichas generaciones tengan el criterio suficiente para filtrar la información y exigir mejores contenidos producidos.
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Laura, el tema es seguramente delicado – y recurrente. Separaría los dos fenómenos: los realities de un lado, las narconovelas del otro.
Los primeros son una tendencia mundial: desde el Gran Hermano no hay mercado televisivo que no tenga su buena dosis de realities – con un nivel de calidad que considero alineado al de los colombianos.
Cuanto a las segundas, hay que considerar que existe una demanda internacional por las narcoseries colombianas: se trata de uno de los pocos temas «calientes» que la opinión pública mundial identifica naturalmente con Colombia (porque es evidente que en este caso nace primero la mala imagen y después el producto que lleva las historias a la ficción).
Más allá de esto: no crees que fué (y es) la televisión la que está favoreciendo un debate masivo (por que el debate de 100 intelectuales no tiene impacto) sobre la cultura del narcotráfico en Colombia? Los niños que veen el Cartel o Escobar están expuestos a la misma cultura de violencia e ilegalidad en su día a día..
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Laura, el tema es seguramente delicado – y recurrente. Separaría los dos fenómenos: los realities de un lado, las narconovelas del otro.
Los primeros son una tendencia mundial: desde el Gran Hermano no hay mercado televisivo que no tenga su buena dosis de realities – con un nivel de calidad que considero alineado al de los colombianos.
Cuanto a las segundas, hay que considerar que existe una demanda internacional por las narcoseries colombianas: se trata de uno de los pocos temas «calientes» que la opinión pública mundial identifica naturalmente con Colombia (porque es evidente que en este caso nace primero la mala imagen y después el producto que lleva las historias a la ficción).
Más allá de esto: no crees que fué (y es) la televisión la que está favoreciendo un debate masivo (por que el debate de 100 intelectuales no tiene impacto) sobre la cultura del narcotráfico en Colombia? Los niños que veen el Cartel o Escobar están expuestos a la misma cultura de violencia e ilegalidad en su día a día..
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Excelente escrito de opinión. No más realities y «narconovelas».
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