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Cercano al centro de Madrid y en el límite con el castizo barrio de Chamberí, abrió hace 128 años el Café Comercial. A los pocos años empezó a tener fama por chocolate con churros, sus platos de comida abundante y a buen precio, y su buen café, probablemente traído de La Habana de donde era originario uno de sus propietarios. Hace pocos días se supo de su cierre repentino, y la noticia causó mucho pesar entre los madrileños que expresaron su tristeza en las redes sociales y en el propio establecimiento, llenando sus ventanas de mensajes.

El Café Comercial fue uno de esos locales que vieron pasar la historia de Madrid y fueron también protagonistas de ella. Lo visité por primera vez hace una década, atraído por la inspiración que le habían dado sus salones de columnas y espejos a muchos grandes de las letras ibéricas como mi tocayo José Cela. Supe que desde Antonio Machado hasta Arturo Pérez Reverte, muchas generaciones de artistas habían pasado por allí para convertir el Café en parte de sus obras, como en los textos de Benito Pérez Galdós, los versos de Joaquín Sabina, o las películas de David Trueba.

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Todavía recuerdo mi expectativa al traspasar por primera vez las puertas cromadas giratorias del emblemático sitio, y encontrarme con lo que desde fuera se veía como un imponente recinto de techos altos y mármol. Me sorprendió que en un Café tan conocido, representado y comentado, hubiera tan poca gente, pero eso me permitió sentarme junto a uno de los grandes ventanales con vistas a la Glorieta de Bilbao. Mis emociones se fueron asentando a la vez que mi culo en una silla vieja que crujió como si escasos setenta kilos fueran a hacerla pedazos. El cuaderno que traía se quedó adherido a la mesa, todavía sucia con pegotes de bebidas consumidas por clientes anteriores. Tuve que esperar un buen rato antes de que uno de los pocos camareros, con aires de no entusiasmarse mucho, se acercara a mi mesa para fruncir el ceño con algo de desprecio cuando le pedí que por favor la limpiara un poco. Al volver con el café, entendí por qué había trazas de otras bebidas en la mesa: lo dejó allí con brusquedad y derramando una buena parte, a la vez que me dejaba un platillo metálico con la cuenta.

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Lo que no recuerdo bien es qué me causó más indignación, si el exorbitado precio del café o su despreciable sabor. Lejos habían quedado los tiempos en los que los versos de escritores reconocidos hablaban de las bondades del café servido allí; en este local también se cumplía la máxima que acompaña la mayor parte del territorio español: el café que se sirve es malo. Otra cosa es que estuvieran aprovechando la fama de un siglo para venderlo además al triple de lo que podía costar en cualquier otro sitio cercano. Pasaron años hasta que volví de nuevo. Me había citado otra persona con la que tenía relaciones profesionales y no me venía mal el sitio para el encuentro. Mala idea: se repitió la experiencia, casi calcada pero esta vez en compañía de alguien que compartió mi opinión. A lo largo del tiempo me cansé de escuchar impresiones similares en boca de otros conocidos sobre el terrible servicio y no volví nunca más.

Por todo esto no lamento el cierre del Café Comercial. En el vecino barrio de Malasaña, muy de moda desde hace algunos años, han comenzado a abrir sitios con propuestas novedosas y muy interesantes, tanto para tomar café como para degustar muchos tipos de comida, internacional o española, pero siempre con algún detalle que marca la diferencia. Incluso sobreviven locales de ambiente castizo como el Café Manuela, Casa Julio, Bodegas la Ardosa o el Café de Ruiz, que han sabido combinar las necesidades de un público más joven con el estilo tradicional del Madrid de siempre. Nada que ver con el Café Comercial, que se quedó anclado en un pasado rancio y casposo, de pésimo servicio, malos precios y peor café.

Curiosamente acaba de abrir, justo enfrente, una sucursal de la conocida cadena colombiana de restaurantes Crepes & Waffles, la primera en el centro de Madrid. La atención es tan agradable como los platos, y tan suave como el aroma de ese café aromático y sabroso que sirven. Detalles que hacen placentera la visita y hasta agradable el pagar por unos buenos productos y servicios. Algo que el Café Comercial olvidó en su siglo de historia, con el consabido destino que le espera muchos otros negocios madrileños que siguen anclados en un pasado deslustrado.

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