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Los indicadores sobre el nivel de dominio de inglés de los colombianos siguen siendo muy bajos, a pesar de los esfuerzos que se realizan en todas las instituciones educativas del país. Según un reporte de la compañía Education First, nuestro país está ubicado en el puesto 49 de 72 en el manejo de esta lengua. Ante la creciente necesidad de desenvolverse en un ambiente global, nos encontramos ante una dificultad que amenaza el desarrollo de la nación y perjudica a nuestros ciudadanos ¿Qué podemos hacer para mejorar el uso de un segundo idioma?

Conocí de cerca el caso de un estudiante que apoyaba una unidad académica en la Institución y que tenía una aprendizaje autónomo del idioma inglés pero que no lograba aprobar un examen de suficiencia del mismo; sus resultados nunca fueron lo que esperaba. Sin embargo, una situación inesperada le obligó a tener que dialogar directamente con invitados internacionales anglohablantes. Enfrentado a este escenario, cotidiano y natural, el estudiante logró con éxito entablar un diálogo a la altura de sus interlocutores e incluso recibió comentarios positivos por su buen manejo del idioma. Al mismo tiempo, otro estudiante con una buena evaluación y aprobación del mismo examen, no logró entablar la misma relación y el diálogo necesario para atender a los visitantes.

Esta es una de las razones por las que desconfío de las maneras tradicionales de enseñanza y especialmente de evaluación de las segundas lenguas. Con seguridad, muchos de nosotros tenemos cientos de horas acumuladas de clases y cursos de inglés, en los que memorizamos un vocabulario básico, nos acercamos a la gramática por medio de cartillas o actividades grupales y con suerte, aprendimos una que otra canción. Pese al esfuerzo monumental que hacen los docentes en lenguas, lo cierto es que al finalizar la clase, a falta de práctica, el impacto de ese aprendizaje no es el esperado.

Posiblemente una forma de garantizar que estas competencias idiomáticas no solamente se adquieran, sino que perduren, está relacionado directamente con los niveles de comprensión de lectura y escritura en la lengua materna. No podemos esperar que nuestros estudiantes dominen una segunda, cuando aún hay vacíos en la forma en la que leen y se expresan en su propio idioma.

Por la prioridad que le dan a la segunda lengua en las instituciones bilingües, estas tienen una clara ventaja, pues la mejor forma de aprender un idioma es interactuar con él. Sin embargo, no todas las instituciones del país se pueden dar ese lujo y por la amplia diversidad de nuestro territorio, esa metodología intensiva no tiene una alta capacidad de réplica. Otra estrategia que es común, ha sido la el uso de docentes nativos, que ofrecen a los estudiantes una experiencia cultural muy interesante pero no siempre se asegura que cuenten con las habilidades de docencia necesarias que garanticen un aprendizaje exitoso.

Los esfuerzos de los docentes de idiomas son monumentales, pero están enmarcados en una dinámica de enseñanza y evaluación tradicional que dificulta la permeabilidad de la lengua externa en los estudiantes. Todavía hay un campo muy grande por explorar en el que es posible desarrollar estrategias innovadoras de aprendizaje de idiomas. Los modelos de educación virtual, por ejemplo, tienen un reto muy grande frente a esta necesidad.

Ante el compromiso del Ministerio de Educación de apostarle el bilingüismo y volverlo una prioridad, este es un buen momento para revisar las estrategias en las que pasemos de enseñar idiomas a aprenderlos. Al respecto, urge la consolidación de una directriz educativa que permita a nuestros estudiantes estar expuestos a una interacción comunicativa auténtica en una segunda lengua.

@FDavilaL

Fernando Dávila Ladrón de Guevara

Rector Institución Universitaria Politécnico Grancolombiano

 

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