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Para los que creemos que el fin de año -que cae en diciembre, según el calendario Gregoriano- representa un punto de quiebre que marca el final de un ciclo y el inicio de otro en nuestras vidas, esta época es especial desde muchos puntos de vista. Para mí es la oportunidad de mirar atrás y analizar lo que se ha hecho en este pequeño ciclo y proyectar lo que vendrá en aquella deliciosa incertidumbre que es el futuro. Pero también me sirve para rememorar aquellos diciembres -como dice la canción- que no volverán, pero que son parte constitutiva de lo que soy hoy en día. Lo que escribo aquí es, por lo tanto, una cobija hecha a punta de retazos del alma, por lo que les pido disculpas si no se trata de un texto coherente.

La madrugada del primero de diciembre -usualmente uno de los últimos días de colegio del año- nos recibió siempre con el inicio de la temporada de villancicos que mi papá instauró como tradición familiar, desde que tengo uso de razón. En esa época uno no entendía los motivos por los que él lo hacía, y más bien hacíamos comentarios de desencanto junto con mi hermanos, mientras nos parábamos de la cama para bañarnos y desayunar. Hoy en día estoy seguro que los tres nos levantamos, cada uno en latitudes distintas, y buscamos a lo lejos el susurro del villancico que seguramente mi papá debe seguir poniendo en su casa.

La noche de las velitas, el 7 de diciembre, también era tal vez el día en el que el genio de la gente cambiaba y todo se volvía menos problemático, más alegre, y sin duda mucho más festivo. Durante la adolescencia la tienda del barrio fue un punto de encuentro para los que crecimos en un conjunto residencial, y era allí donde nosotros también empezábamos a celebrar la época navideña a nuestro modo. Las niñas eran las fervorosas y sacaban las velitas para conmemorar a la virgen, mientras las encendendían a un ladito de la tienda. Nosotros, de otro lado, éramos los que comprábamos las cervezas y el aguardiente. Y sí, eramos menores de edad y no debíamos beber ni fumar, pero lo hacíamos como parte de esa normal rebeldía y curiosidad que llevan en las venas los púberes. Y mientras veíamos la cera derretirse, y nos echábamos un trago cortico de ese licor que quema las entrañas pero alegra el alma, nos sentíamos felices como nunca por poder estar reunidos allí, con los que aún hoy en día son amigos del alma.

Las novenas de mi niñez estuvieron cargadas de la mejor comida típica -que aquí en Canadá se extraña muchísimo, pues ¡quién no se derrite por un buñuelito con natilla!-, los juegos con los primos, y algo que me dejó marcado: las voces de mis tías cantando. En la casa de los abuelos paternos siempre hubo instrumentos y música alrededor, y las tías sabían su oficio a la hora de montar las novenas más melodiosas del mundo. Nos sentábamos en las largas escaleras rojas que daban al segundo piso de la casa y rezábamos con fervor. A mí me daban la pandereta, y seguramente sin ritmo acompañaba a las flautas, el tiple y la bandola. Pero me sentía parte de la orquesta familiar y en esa medida nadie me quitaba lo bailado.

Si pienso en una estética para la Navidad, mi mamá y sus obras de arte se llevan el primer premio y mi completa admiración. Ella aprendió de su madre -mi abuelita-, quien tenía un don en las manos que le permitía hacer cosas hermosas: cojines verdi-rojos, ángeles de felpa, coronas nevadas, y manteles en los que un Papá Noel rubicundo nos picaba el ojo cada vez que nos sentábamos a comer. Mi mamá aprendió de su progenitora-maestra y no dejó que los moldes y las telas mágicas se perdieran con la partida de la abuelita. Hoy en día, todos sabemos que desde junio empieza su labor artesanal, y esperamos ansiosos a que nos cuente emocionada que tiene un nuevo modelo o que ensaya una nueva técnica. Porque en estos ejercicios creativos siempre hay detrás amor de madre.

El primer recuerdo que tengo de la Navidad: la emoción febril de dejarle la carta al Niño Dios en el pesebre, cuando él aún no había nacido, pero bajo la fe absoluta de que esa misma noche un angelito pasaría a recogerla. Esa confianza sólida en la promesa hecha por nuestros padres, que por su lado siempre quisieron darnos todo lo que necesitábamos -y así lo hicieron. En algunas navidades en las que hubo abundancia, nos quedamos dormidos sin terminar de desempacar todos los regalos que copaban el árbol de navidad. Y de la misma forma, cuando dicha abundancia fue menor, vivimos con la misma emoción y el mismo fervor la llegada del Niño y sus presentes, que siempre se acordó de nosotros. Hoy en día puedo decir que valoramos lo que tenemos y le damos a la época un sentido más amplio gracias a esto.

Hoy en día la Navidad ha tomado un nuevo sentido gracias a la distancia, pero sobretodo gracias a mi esposa. Juntos acompañamos nuestras respectivas nostalgias mientras recordamos a aquellos que están un poco lejos. Pero de la misma forma, buscamos darle brillo al mensaje de paz universal y renovación que esta época trae consigo. Y sin duda, soñamos con el día en que podamos también recoger una carta en el pesebre, y le podamos transmitir a nuestros hijos los deseos de amor y prosperidad que nuestros padres y mayores nos transmitieron a través de todo lo que estas fechas representan.

Los símbolos, más allá de su correspondencia o no con la historia o la realidad, nos ayudan a no perder el rumbo y a recordar que somos parte de una especie naturalmente solidaria.

Posdata:

Este primer año como bloguero de El Tiempo ha estado lleno de gratos descubrimientos, como por ejemplo el hecho de constatar que luego de muchos años sin hacerlo, puedo volver a escribir de forma creativa sin perder mi sello de involucramiento político y social. En esa medida, éste ha sido el gran acontecimiento de mi año 2015, y espero poder seguir aprendiendo y descubriendo gracias a las letras durante muchos años más. A quienes han tenido la oportunidad de leer mis columnas (porque no me gusta bautizarlas entradas, ya que siento que éste no es un ejercicio mecánico sino de autor), les agradezco infinitamente por el acto de apoyo. Estoy seguro que lo haré cada vez mejor y de esa forma, responderé a su voto de confianza en mis ideas y estilo.

En enero nos «vemos» de nuevo.

@desmarcado1982.

 

 

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