Estuve en la fábrica de Porsche. Para alguien que creó una organización y además tiene un blog que se llaman “Despacio”, sería un exabrupto que me emocionara tanto ir a ese lugar. Uno esperaría que, en la eventualidad de pasar frente a cualquier vehículo de alta velocidad, me rasgaría las vestiduras y gritaría bestialidades por la hipocresía de la industria del automóvil, los gobiernos y las personas que adoptan un estilo de vida que adora la velocidad. Pero no, yo estaba feliz así me hubieran quitado el celular y la cámara antes de entrar al sitio (por eso las fotos de abajo son del Museo, no de la fábrica).
Cruzando la calle del museo de Porsche, que fue inaugurado en 2009 en una estructura arquitectónica que casi desafía la física y donde los automóviles contenidos ahí (sin una sola excepción) funcionan perfectamente, está la fábrica donde Ferdinand Porsche diseñó y construyó el primer Volkswagen y donde se construyen todos los Porsches 911 del mundo, en el orden exacto en que han sido pedidos por los clientes. Las combinaciones de tipo de automóvil que pueden pedirse son tan variadas que dos carros iguales se encuentran en la línea de producción, en el caso más frecuente, cada seis meses.
Después de mostrarnos la línea de producción (que tiene 3 pisos pero solo nos dejan ver los dos primeros), nos explican que para armar un Porsche hay que seguir 118 pasos (de los cuales más de 110 son manuales, los demás automatizados). Armar un carro dura 9 horas, y arman 200 carros al día. Y nos enfatizan: cada carro es distinto, cada centímetro de los 3 kilómetros de cable que necesita un Porsche en promedio es exactamente el necesario para el carro que están armando. Nunca sobra una pieza, y se puede definir con tal especificidad cada detalle del carro que, si yo llego con una chaqueta el día que voy a pedir mi Porsche, puedo pedir que los asientos del carro (o el timón, o lo que sea) tengan exactamente ese color.
Mientras caminamos por la fábrica, nos piden que no caminemos por las líneas negras pues esas son las guías que usan los robots que llevan las piezas de la bodega a cada puesto de trabajo. Nos muestran el otro robot que calcula con un sensor infrarrojo la distancia exacta en la que debe ubicar el vidrio delantero de los carros. Este paso es automatizado porque es la parte más importante del carro y se debe ubicar en un lugar milimétricamente preciso.
Ahora lo interesante: hasta en la fábrica de Porsche entienden la relevancia de ir despacio: Se puede llegar (y de hecho algunos llegan) en bicicleta a la fábrica, y existe una ciclorruta (y semáforos para bicicleta) justo hasta la entrada del lugar. Además, la fábrica es tan grande que la manera más eficiente para que los empleados se muevan entre los diferentes sitios es en bicicleta.
Esto es lo que me parece interesante, que la idea (como lo he dicho hasta el cansancio) es que en la vida no se debe obviar la velocidad, pero tampoco se debe obviar la lentitud. Las dos cosas tienen un rol y lo importante es lograr un balance entre las dos. Por eso es que a veces hay que hacer cosas con una velocidad mayor a la que uno normalmente las hace, y por eso es que no es para nada ridículo ir en bicicleta a la oficina (así uno tenga un Porsche parqueado en el garaje de la casa).
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