¿Pito, luego existo? La inconsciencia de la contaminación auditiva
Escribo esto con audífonos canceladores puestos. No porque esté oyendo una canción muy duro ni porque tenga ínfulas de deejay. Lo hago para evitar el ruido descontrolado y generar mi propio ruido controlado. Y todo va bien.
Hay una película que siempre quise ver y por fin lo logré la semana pasada. Se llama «Noise» (Ruido) y se trata de un tipo que no se aguanta ningún ruido de la calle. Este desespero llegaba al punto de que terminó encarcelado varias veces porque, cada vez que oía una alarma de carro en la calle, destruía totalmente el carro a batazos. La historia completa es super interesante, con pedazos de la Iliada y todo (¿o La Odisea? una de esas, la de las sirenas).
Con todo lo buena que era, la película me pareció medio exagerada: ¿quién se va a desesperar con las alarmas de carro que se disparan en una ciudad? Habría que vivir en la casa de la viejecita de Hansel y Gretel con paredes de chocolate o qué se yo, como para que sonara terriblemente duro y desesperante todo. Por mi parte, sí me desespera el ruido pero ni siquiera el tipo del parqueadero debajo de nuestra oficina me saca tanto la piedra como para bajarme a darle batazos (bueno, a veces, cuando grita «Maryyyy, Maaaaryyyy» lo haría, pero en la oficina no tenemos objetos contundentes excepto el libro de Shoup, y no voy a coger a nadie a Shoupazos porque me quedo sin libro).
Todo eso me pareció exagerado hasta llegar a Lucknow, y hoy que llevo tres días aquí y he tenido reuniones, dado presentaciones, hecho llamadas y tratado de dormir, he estado haciendo lo posible por conseguir un bate o, en su defecto, esa raqueta que usan en Badmington para bajar a la calle y plantarle unos buenos batazos a todos los conductores de motos y carros que pasan por aquí. Es una cosa absolutamente desesperante. He tratado de hacer una grabación fidedigna del ruido tan estruendoso que hacen, pero ninguna refleja el real desespero que puede generar ese ruido incesante de cientos de cornetas, pitos y cualquier cosa que usen para indicar «por aquí voy» todos los modos de transporte de esta ciudad.
Al estar aquí, nunca había odiado a alguien tanto como al Sr Oliver Lucas de Birmingham, Inglaterra por haberse inventado la bocina del automóvil en 1910 (según Wikipedia). De verdad, me siento como el protagonista de «Noise» que dejó a su esposa en honor a su causa de silenciar Manhattan, con la diferencia de que mi esposa no está conmigo aquí y no tengo a quién dejar, y pues que gracias al Señor y al Cielo me voy pasado mañana de este Imperio del Pito.
¿Por qué existen los pitos? O mejor dicho, ¿por qué les da por usarlos tanto? Aunque vocifero cuando digo que odio los pitos, a veces me jacto del timbre de mi bicicleta, que fue prohibido en Alemania por ruidoso. Pero digamos que hay un nivel de ruido que uno se aguanta (bueno, en realidad la OMS permite ruidos por debajo de 50 decibeles como algo normal), y se me hace imposible comprender por qué existe esa noción de «pito, luego existo» en la cultura humana. Lo peor de todo es que sí le he preguntado a los Lucknianos (así se dirá, imagino) por qué pitan, y me dicen «porque si no pito, no me ven». Claro, como el ruido es visible, es lógica la afirmación.
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