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Fabián Salazar Guerrero PhD. Doctor en Teología. Acompañante Espiritual. Director Fundación INTERFE

En ocasiones se siente un nudo en la garganta y en el corazón, pues la palabras se quedaron atrapados dentro de nosotros y sentimos que nos oprimen. Se acumulan como una ola que va creciendo, y que cada día es más difícil de contener. Literalmente nos sentimos ahogados y, sin embargo, muchas veces preferimos seguir callando.

Entre las razones de ese silencio están las siguientes:

El miedo por el dolor que produce decir las verdades guardadas y el temor a hacer daño a las personas que nos rodean. Hay situaciones que se han guardado por años, esperando que el tiempo las borre de la memoria o que el sufrimiento aminore al ocultarlas. Sin embargo, se van enconando en nuestro interior hasta carcomernos por dentro.
En ocasiones se calla para evitar que nos abandonen y quedar de nuevo en la soledad. Aguantamos los maltratos, los desprecios o las humillaciones para que no nos dejen, no nos echen o no nos obliguen a estar desprotegidos. Se soporta cada día unas duras cadenas que lastiman y que van dejando cicatrices en la propia autoestima.

También se calla para protegerse y no involucrarse en problemas. A veces se es testigo de abusos, de daños a otros, de injusticias o hasta de delitos, pero se prefiere voltear a ver otro lado, no avisar, o justificarnos pensando que no es nuestro problema. Esto vuelve cómplice a quien calla, y tarde o temprano las consecuencias de ese silencio alcanzan a quien esconde la verdad por cobardía.

Y otras veces no hablamos pues pensamos que nuestra voz, nuestros problemas, o nuestras tristezas no interesan a nadie, o que los otros nos van a hacer daño si nos ven vulnerables. Se siente una profunda tristeza que lleva al aislamiento, a desear huir de la existencia, a no querer nada y a sufrir profundamente sin consuelo. Esto es más común de lo que parece.

Aún más grave es callar por presión de un agresor, de una persona violenta que obliga a cerrar la boca, de maltratos cotidianos que minan la voluntad y producen dolor físico y emocional, de los cuales son muy difíciles de recuperarse. Este silencio produce una larga agonía y muchas veces termina en desgracia.

Estos silencios producen una profunda desconfianza en el futuro pues se está amordazado a las verdades no dichas del pasado. Se crea una permanente situación de desconfianza sobre los demás a causa de un esfuerzo terrible por tratar de que los otros no se enteren de nuestras realidades internas. Se vive en una permanente frustración por creer que no somos dignos de ser escuchados o que nuestros dolores, angustias o miedos van a defraudar a los demás.

Este silencio auto impuesto se traduce en enfermedades en el cuerpo que en ocasiones son sumamente destructivas y explotan y terminan haciendo daños terribles a quienes menos esperamos.

Viviendo esta situación es necesario iniciar una conversación honesta con nosotros mismos y, con valentía, actuar por nuestro bien. Algunas propuestas son:

– No permitir más daño y poner límite a la situación o a la persona que nos hace callar y decir ¡YA BASTA!

– Hacerse respetar pues no somos juguetes de nadie

– Aceptar que podemos decir NO y abandonar aquello que nos obliga a permanecer en un doloroso silencio.

– Hablar oportunamente y no esperar hasta que se nos colme la paciencia para explotar descontrolados.

– Manifestar nuestro malestar a la persona correspondiente para que no cobremos nuestro dolor a quien no tiene nada que ver.

– Perdonarnos por haber callado por las razones que hayan sido, pero tomar ahora una decisión valiente de cambiar y así estar dispuestos para hablar, para expresar nuestra inconformidad, para manifestar nuestro sufrimiento interno, para denunciar, para dejar salir las realidades que nos dañan y para liberarnos de pesadas cargas ocultas en nuestra vida.

– Buscar confidentes con el propósito de ser escuchados y si es el caso recurrir a profesionales. Lo importante es hablar para sanar.

– Antes de hablar hacer silencio espiritual para que salgan las palabras adecuadas, con sabiduría, dulzura y de la mejor manera para no dañarnos o dañar a los demás innecesariamente.

– Recordar que nuestras sentimientos, nuestras luchas, nuestras dudas son valiosas y que merecen ser expresadas con el fin de parar nuestros malestares existenciales, y que en ocasiones han durado años robándonos energía, tranquilidad y salud.

– Ser recíprocos y estar pendientes y ser respetuosos cuando los otros abran su corazón para hablarnos.

– Tener presente que Dios siempre nos escucha y envía sus ángeles en nuestra ayuda.

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