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Fabián Salazar Guerrero PhD. Doctor en Teología. Asesor en Belleza Espiritual
¿Por qué a mí? ¿Qué hice para merecer esto? ¿Por qué me pasa algo tan injusto? Parecen ser algunas de las preguntas que surgen como reacción frente a un suceso inesperado, un resultado no deseado o una dificultad en la vida cotidiana.
Nos cuestionamos de inmediato, de manera dramática, y hasta acompañamos nuestro reclamo con enojo, llanto o tristeza. Las situaciones laborales, esa relación que se termina, ese ciclo que se cerró o esa pérdida material o afectiva que sufrimos nos quita la calma, la confianza y la armonía.
En esa búsqueda de los “por qué” le echamos, en muchas ocasiones, la culpa a los demás, nos quejamos por las circunstancias, nos castigamos con auto reclamos y hasta nos peleamos con la divinidad.
Pero, si cambiamos la pregunta del “por qué”, que puede quedarse en justificaciones, pretextos y falsos consuelos, y nos enfocamos en la pregunta “para qué” podemos encontrar que nuestro horizonte de sentido se abre, que nuestra existencia se proyecta y que nuestra capacidad de crecer se aumenta.
El “para qué” nos lleva a ver las lecciones en los acontecimientos, a dejar sentir los sucesos como ataques personales, a mirar el lado positivo de las cosas, a mejorar nuestras acciones con miras al futuro, y a reconocer las nuevas oportunidades que se nos presentan.
El trabajo que no conseguimos, o del que nos despidieron, nos lleva a preguntarnos si realmente éramos felices en ese lugar, si no nos estábamos perdiendo lo importante de la vida como la familia, o si nuestra salud estaba viéndose afectada, o simplemente reconocer que ya en ese espacio no nos merecían. En ocasiones el haber llegado a un límite nos llama a sacar nuestra creatividad adelante, a desarrollar un emprendimiento, y puede ser el primer paso que necesitábamos para comenzar un camino de verdadera prosperidad.
Una relación que se acaba, algunas veces no en los mejores términos, puede ser un llamado al amor propio, a respetarnos, a no dejarnos manipular, a ser sinceros y reconocer que no éramos verdaderamente amados, o que nosotros éramos los que no amábamos auténticamente. Una ruptura es la ocasión para volver a sí mismo, para encontrar la calma pérdida y disfrutar de más energía en aquello que nos hace felices. Es una oportunidad de acercarnos a otros, de recuperar amistades y sobre todo de tener un tiempo para valorarnos y a aprender a discernir los aprendizajes que nos dejó esa persona, que ya no hace parte importante de nuestra vida.
Una enfermedad, que en principio es muy limitante y hasta dolorosa, se convierte en el llamado que hace nuestro cuerpo y nuestra mente a que tengamos cambios en nuestra existencia, a que revisemos nuestras rutinas, a que descansemos, a que nos alimentemos adecuadamente, a que hagamos actividad física, a que establezcamos prioridades y nos auto cuidemos. Muchas personas se ven afectadas a diario por el estrés, el cansancio extremo y las preocupaciones, y esto se ve reflejado en la salud; es por eso que la enfermedad, en lugar de ser enemiga, es en muchas ocasiones una señal de alerta a que paremos, revisemos y comencemos a existir con mejores decisiones y mentalidad.
Las pérdidas materiales y afectivas nos recuerdan que nada es permanente, que no somos dueños de nada, y no podemos mantener bajo control ninguna circunstancia por completo. Las pérdidas nos recuerdan que en este plano somos finitos, que solo podemos disfrutar de las personas y usar de las cosas por un tiempo concreto; por eso nos llama la vida a que disfrutemos todo con intensidad y sin apegos. Si intentamos acumular, ocupamos nuestras manos y nuestro corazón impidiendo que nuevas oportunidades lleguen a nuestra vida, y al final de los años, nos daremos cuenta que desperdiciamos tiempo, salud e intención en tratar de retener sin sentido lo que nos rodea. Desde una óptica renovada, una pérdida podría convertirse en un llamado a la libertad.
Los ciclos de la vida llegan a su fin, y el desafío es dejar de lamentarnos y decidir aceptar el cambio y disfrutar de todo lo sorprendente, bello y bueno que nos espera a diario. Los comienzos dan mucho temor pues la comodidad, la inercia o la costumbre nos tienen atrapados, pero si nos relajamos, agradecemos y confiamos, podemos disfrutar de una maravillosa experiencia de renovación, de ser nuevamente felices, de desafiarnos a ser una mejor versión de nosotros mismos y de gozar de ese bello catálogo de experiencias que tiene la existencia.
Sigamos disfrutando de la vida, recordemos que somos instantes y que la divinidad tiene un propósito para nuestra felicidad. Y cuando veamos a alguien quejándose, hagámosle la invitación a pensar en sus “para qué”.
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