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Todos los días encontramos motivos para agradecer por los regalos que recibimos, comenzando por la vida misma. Agradecer es darnos cuenta que estamos rodeados de bienestar, de cariño, de belleza y de posibilidades para seguir creciendo interiormente. Existen muchas formas de agradecer en la vida cotidiana, a continuación, algunas sugerencias:

Agradecernos a nosotros mismos. El amor propio se convierte en la verdadera medida del amor para los demás pues nadie da de lo que no tiene; si nos perdonamos y aceptamos nos sentiremos más libres para desarrollarnos en plenitud. Agradecerse amorosamente es cuidarnos y respetarnos, y no permitir que otros nos manipulen, nos enreden en sus juegos de chantaje o nos quieran cortar las alas.

Agradecer por la familia y las amistades. Los seres queridos y los verdaderos amigos y amigas nos permiten ser nosotros mismos. Se alegran con nuestros triunfos, cuando lloramos nos consuelan, cuando estamos opacos nos hacen reír con sus ocurrencias, cuando perdemos la fe nos animan, y cuando nos caemos nos extienden la mano para levantarnos y protegernos. Hay miles de motivos para agradecer por su valiosa presencia en nuestra existencia.

Agradecer por lo que hacemos. Cada uno de nosotros es importante en la misión, en la tarea o en el lugar donde nos encontramos. El sentirnos agradecidos por nuestras acciones y valorar lo que ponemos al servicio de los demás, nos permite sentirnos parte activa de la hermosa sinfonía de la existencia donde todos necesitamos de todos, habitando en una casa común. Gracias a los demás somos lo que somos, y por eso hay tanto que agradecer por la enorme ayuda mutua y el deseo de salir adelante como una sola humanidad.

Agradecer renovándonos cada día. Agradecer es también abrir nuevas puertas, colocar puentes a las oportunidades y recorrer caminos inéditos. En ocasiones es necesario agradecer una etapa vivida y comenzar de nuevo, reinventarse, hacer una reingeniería de sí mismo. Es una tentación el quedarnos en la zona de confort y dejarnos llevar por la rutina. Agradecer y abrir las manos es dejarnos sorprender por novedosos aprendizajes, por personas maravillosas que llegan a nuestra vida y por bellos horizontes que aparecen desafiantes cada día.

Agradecer para superar los obstáculos. Las diferentes dificultades de la vida llenan el corazón de cicatrices, y estas experiencias nos pueden llevar a la amargura, al resentimiento y la frustración. Pero si las agradecemos y descubrimos las enseñanzas que nos dejaron pueden convertirse en una escuela de profunda humildad para reconocer nuestras propias fragilidades, para acompañar las dificultades de nuestros semejantes y para sacar versiones mejoradas de nosotros mismos desde la sensibilidad, la amabilidad y la solidaridad. Agradecer por los dolores vividos es un camino para superarlos, es darse la oportunidad de madurar y no repetir los errores y dejar atrás que lo que ya no es útil en nuestra vida.

Agradecer espiritualmente. Al agradecer espiritualmente sentimos la necesidad de vivir la intimidad con la divinidad en un encuentro profundo de comunión. Agradecer es recordar que Dios tiene la maravillosa capacidad de sorprendernos y que, a través de hermosas mediaciones, de afortunados encuentros, de ayudas extraordinarias, de situaciones que parecerían imposibles, de ángeles, nos muestra los milagros de su amor.

 

Fabián Salazar Guerrero. PhD. Doctor en Teología. Asesor en Espiritual.

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