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Teólogo Fabián Salazar Guerrero, director de la Fundación para el diálogo y la cooperación interreligiosa INTERFE.

Ayer tuve la bonita oportunidad, por invitación, de volver formalmente a la vida universitaria como profesor de Teología y encargado de la proyección social. Esta situación junto a mi misión al frente de la Fundación Interfe, me permitió reflexionar esta semana sobre el sentido del trabajo, aunque en verdad si uno ama lo que hace no es un trabajo sino una oportunidad y un privilegio.

Cada persona desde su labor hace posible el bienestar de todos los seres humanos, si de verdad se es consciente de que nuestro actuar es una herencia para las generaciones futuras. Recuerdo en este momento la historia de tres albañiles medievales. Al preguntársele al primero qué estaba haciendo respondió “estoy pegando un ladrillo”, el segundo en las mismas circunstancias respondió “estoy haciendo un muro” y el tercero, que por cierto era el más anciano de todos, levantando la mirada dijo “estoy haciendo una catedral para Dios”. No hay trabajo pequeño, todos son importantes pero el valor del mismo es igual al valor que nos damos a nosotros mismos desarrollando esa labor.  Muchos sufren por escalar puestos y ganar dinero y lo peor es que cuando lo consiguen han perdido la tranquilidad, la salud y hasta su familia.
El mismo trabajo es ocasión de vivir una experiencia de Dios, es la oportunidad que tenemos de compartir la corresponsabilidad con la creación y el servicio a los hermanos. Me viene a la mente una historia en la que había una vez un monje y un campesino, el monje estaba muy orgulloso de rezar todo el día las oraciones más perfectas y bellas y miraba con desprecio al pobre campesino que pasaba por su lado y que siempre estaba ocupado en las labores de la tierra. El campesino por su parte repetía estas simples palabras tres veces al día “Dios trabaja conmigo”. Al morir el monje esperaba su recompensa y cual fue su sorpresa al encontrar a Dios en el paraíso labrando sus propios plantíos y a su lado al campesino. Sin salir de su asombro el “piadoso” monje pregunta a Dios que está haciendo, Él le responde “estoy devolviendo una invitación” mi amigo el campesino me invitaba a trabajar con él y ahora lo llamo a trabajar conmigo, y por cierto mientras nosotros estábamos ocupados trabajando ¿tú que estabas haciendo que no me acuerdo? El trabajar es una actividad de crecimiento material y espiritual y no una esclavitud, un motivo de humillación a otros, un entretenimiento para escapar de la vida y menos un objeto de vanagloria que al final se torna en un sin sentido que le roba la oportunidad a la felicidad.


Dios nos deja participar en su proyecto porque confía en que nosotros, sus hijos, podemos empeñarnos en trabajar y en ayudar a transformar la creación. Un día un hombre muy molesto, llega a las puertas del cielo y las golpea con gran fuerza y entra a empujones en medio de la corte de los ángeles, grita furibundo reclamando la presencia de Dios, en ese preciso momento y ante tanto alboroto llega el Señor y se pone al frente de aquel hombre, quien mira a los ojos a Dios y comienza enfurecido los siguientes reclamos: si te crees un Padre, por qué permites la guerra, por qué permites la injusticia, por qué permites la muerte de hambre de los niños, dime ¿QUÉ HAS HECHO? y Dios con paciencia amorosa le dice: te he hecho a ti, he trabajado en ti. Qué alegría es imaginar que Dios también trabaja pero que no le quita al hombre y a la mujer la oportunidad de seguir avanzando, descubriendo, encontrando y modificando su entorno y ante todo le da los medios para cambiarse y renovarse a sí mismo.

 

Hace unos años aprendí de un abuelo huitoto la importancia que tiene cada parte que constituye la Maloka (choza comunitaria indígena). Me enseñó que al trabajar es tan importante poner las vigas, como hacer el último nudo que amarra el techo; que tan importante como construir la maloka es mantener el fuego, el canto y la comida. De igual manera, de las mujeres aprendí, como funciona la chagra (huerta comunitaria) y cómo cada planta tiene su función, y que es tan protagonista el ají protector como la famosa y medicinal hierbabuena; que todas las plantas se cuidan entre sí, y lo fundamental, que aunque aparezcan separados los tallos y las hojas, en el fondo las raíces se entremezclan y se abrazan. Así también el trabajo de cada uno de los hombres, por más humilde que parezca, hace posible que esta Maloka y esta Chagra llamada planeta tierra siga con vida humana.

 

Pero es también esta reflexión una oportunidad para oponerse al abuso que los poderosos hacen del trabajo de los débiles, es la oportunidad para recordar la solidaridad para con aquellos que aún se encuentran sin empleo desesperados sin poder mantener a sus familias y es la oportunidad de denunciar una vez más el trabajo en condiciones indignas y degradantes que viven muchos hombres y mujeres, ante los cuales nos hacemos cómplices con nuestro silencio indiferente. No es solo tener trabajo sino hacer todo lo posible para generar trabajo digno para otros y ayudar a los demás a salir adelante.

 

Todos los trabajos son bendecidos pero quiero destacar aquel que la vida me permitió desarrollar es el de ser Maestro, sembrando luz y amor en los corazones e inspirando en quienes están junto a mi acompañamiento el deseo de preguntar y buscar sus propias respuestas.

 

Recuerda que si no te gusta tu trabajo debes empezar a cambiar tú o buscar nuevas opciones, labores más acordes a tu verdadero sentir y aspiraciones de vida, para no correr el riesgo de ser infeliz. No salgas con el pretexto que “necesitas tu trabajo”, la vida se encarga de dar oportunidades a quienes las buscan.

Invito a inscribirse, dejar sus opiniones y compartir en este escrito en sus redes sociales para que suscite el cariño por el propio trabajo y también para orar por aquellos que estén buscando opciones de empleo.

 

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