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Teólogo Fabián Salazar Guerrero. Acompañante Espiritual. Fundación INTERFE.

Hace un tiempo un Magistrado amigo, seguidor de este blog Diálogos Espirituales del tiempo.com, me hace la siguiente propuesta “te recomiendo una columna sobre los Jueces de Paz, transparencia y Justicia comunitaria”.

Dando respuesta a su amable solicitud que alegró mi corazón, escribo la siguiente reflexión espiritual y me auto-implico ya que tengo el privilegio de ser un Conciliador en Equidad. Que estas letras sirvan de inspiración y de homenaje a tantos hombres y mujeres que en todos los rincones de este país y en otras naciones, se esfuerzan con ser fieles a lo justo.

 

A través de nuestra labor ciudadana como Jueces de Paz y Conciliadores(as) en Equidad mostramos un nuevo rostro de la Justicia. En lugar de una venda de imparcialidad, a nosotros lo que nos interesa es observar a las personas a sus ojos, comprender sus dolores y angustias a causas de las crisis que viven, y descubrir  junto ellas nuevos horizontes de solución y acuerdo. Queremos que nuestra mirada sea amable, que demuestre una inteligencia profunda de la realidad y que sobre todo otorgue luces para continuar el camino. No podemos quedar ciegos a lo que viven nuestros pueblos, a sus pesares a causa de la impunidad, a las limitaciones de recursos o de información y a su oscuridad del odio, la guerra o la venganza.

Más que una divinidad que represente la Justicia, se necesita es una auténtica dosis de humanidad. En ocasiones la justicia se ve tan lejana, tan fría y a veces, y aunque suene en contradicción, se siente “tan injusta”. En cambio nosotras y nosotros, como voluntarios, pretendemos la administración de Justicia recurriendo a la acogida, la disponibilidad y el servicio que se requiera, para encontrar senderos de acuerdo en medio de momentos de dudas, de rencor y de desconfianza.

Nuestra palabra correcta, nuestra pregunta orientadora, nuestra exhortación oportuna, puede cambiar las vidas de nuestros destinatarios y el rumbo de una nación que busca afanosamente la reconciliación. Queremos ser Jueces de Paz, Conciliadores (as) tan esencialmente humanos, que a pesar de nuestras limitaciones quienes acudan a nosotros sigan creyendo en la Justicia como un valor fundamental, pues descubrieron que es posible como una realidad en sus vidas.

Una balanza vacía no nos representa; en cambio una balanza donde en un lado estén los valores, los ideales y las normas de bienestar de una comunidad y en la otra se coloquen las acciones de los individuos, es realmente más equilibrada. No es asunto de crear legislaciones paralelas o acomodadas a cada caso particular, sino el de confrontar nuestro actuar con el bien común, con lo que es bueno, bello y verdadero para un colectivo. Esto nos lleva a recordarles a quienes solicitan nuestra colaboración, que sus acciones y decisiones afectarán a muchos y que su generosidad en la honesta búsqueda de acuerdos beneficiará a toda una sociedad. Las erróneas decisiones que han optado por la violencia, por el soborno, por la manipulación, por la justicia por mano propia, se han convertido en espirales de venganza, de dolor y de lágrimas. El equilibrio sólo se logra cuando lo que pensamos, sentimos, hacemos y decimos encuentra coherencia en un proyecto de bien común, donde prime la honestidad y el respeto por el otro. De ese ejercicio de equilibrio nosotros debemos ser garantes.

Aunque no tenemos en la mano una espada que ejecute o amedrante, sí estamos armados de la legitimidad que nos otorga la ley y la confianza pública, sí estamos armados de la palabra honesta, estamos empoderados en la confianza de actuar con rectitud de vida y nos sentiremos respaldados por cientos de otros Jueces de Paz, Conciliadores (as) como nosotros quieren trabajar en red. Nuestra única espada será nuestra firma y con ella daremos y sellaremos el testimonio de un compromiso acordado que debe ser reconocido y cumplido.

En cuanto a la dignidad debemos respetarnos y hacernos respetar ante la sociedad, pues nuestro servicio invaluable tiene que ser reconocido tanto por la comunidad, por el sistema de justicia y sobre todo por nuestros destinatarios; nosotras y nosotros requerimos espacios acordes a nuestra misión, un trato cordial y el apoyo incondicional a los valores que representamos. Nuestros ropas se mantendrán inmaculadas ya que no permitiremos que nos corrompan los propuestas denigrantes, las dobles agendas y mucho menos los intereses propios, ya que si caemos en esta tentación no solo comprometeremos nuestro nombre, sino la credibilidad de todos aquellos que confían en que es posible creer en la justicia.

Estas son las cualidades que nos deben distinguir:

Dedicación y constancia. La justicia comunitaria tiene una buena dosis de carisma y don de gentes, es también el resultado de un esfuerzo continuo por aprender, por investigar, por indagar y por preguntar. La dedicación al estudio debe ser una nota distintiva de un buen juez y de buen un conciliador(a), que siempre está dispuesto a aprender para poder abordar con las mejores herramientas, cada nuevo caso confiado a su consideración.

Creatividad. En muchas ocasiones el administrador de justicia debe ser pionero, explorador y guía para ayudar a encontrar soluciones inéditas, renovadas y armoniosas en medio de posiciones encontradas, en medio del dolor y la rabia que ocasiona el conflicto y de las situaciones de la desconfianza y la duda generada por el enfrentamiento.

Sentido común. El sano criterio, la mirada que sabe diferenciar las situaciones con serenidad, la pausa o la palabra prudente, la sabia discreción del testigo, son los garantes de un trabajo bien hecho, que renuncia a la premura de la impaciencia o al engaño de la apariencia, para dar paso a la sensatez y la búsqueda de un honesto acuerdo en el que prime el bien o al menos se evite un mal mayor.

Saber escuchar. Que difícil ejercicio es intentar renunciar al protagonismo de la propia palabra, para dejar al otro ser el mismo, para sentirnos empáticos con su causa, para comprender sus razones, pero finalmente si aprendemos a callar para dar paso al interlocutor, entenderemos su corazón, su dolor y hasta lograremos encontrar en sus propias búsquedas la solución a su conflicto. Habrá conciliaciones que se resolverán sólo con lograr que las partes se escuchen y se reconozcan.

Ser generoso. Nuestra labor no tiene un sueldo porque nuestra labor es invaluable y en sí misma ya es paga, pues no hay mayor bien o mayor gozo que restaurar a las personas, restituir el equilibrio a las comunidades y provocar horizontes de esperanza en quienes acompañamos. Al ser tan valiosa nuestra misión, debemos cuidar con celo que sea respetada nuestra dignidad y sobre todo que sea reconocido nuestro aporte a la sociedad.

Firmeza y dulzura. Somos investidos por tal responsabilidad, por la confianza pública que para muchos y muchas seremos el único rostro de administración de Justicia que verán en medio de sus dificultades; es por eso que deberemos mantener la confianza en nuestra palabra y firma, nuestra ecuanimidad y nuestra rectitud de intención, pero a la vez conservar la sonrisa, la calidez de la acogida y la actitud amable siempre dispuesta. Ofrecer un rostro de la justicia tan renovado que la gente vuelva a creer en ella.

Garante de la equidad. Es posible nuestra labor cuando existe el equilibrio de fuerzas entre quienes se encuentran en situación de conflicto. No podemos ser cómplices impávidos frente al abuso, a la manipulación, la explotación de los débiles, los oprimidos o aquellos que no pueden decidir por miedo. Nuestro esfuerzo debe centrarse en promover las condiciones de libertad, de verdad y de respeto para que las partes encuentren una vía de justicia.

Saber trabajar en red. El secreto de una excelente  Juez y los concilidores(as)  es aprender a ser un nodo que interactúa con el entorno, aprende a direccionar una ruta efectiva de atención a quien recurre a nosotros, que recibe consejo de las autoridades de la comunidad, que sabe ser puente y no destino.

Fortalecer una vida espiritual. La justicia más allá de normas o acuerdos, es un chispa de divinidad que nos permite ver más allá de las apariencias, de las clases, de los estereotipos, para descubrir en los otros y otras la dignidad de los hijos de Dios. Esto nos ayudará frente a los momentos de duda, de desilusión y de desánimo, para recordar siempre que a pesar de las dificultades nuestra misión como Jueces de Paz y Conciliadores (as) en equidad es un servicio supremamente necesario para la paz y la reconciliación del país.

 

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