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Nuestro silencio les dio vía libre a los animales salvajes para salir a dar un vistazo. Se les ve explorando las ciudades en todo el mundo: pumas en Chile, zorros en Bogotá, jabalís salvajes en Barcelona, delfines en las costas del Mediterráneo y en Venecia.

Me conmueven las imágenes de estos animales. Las veo y se me asoma la vergüenza de hacerles tanto ruido y de ocupar tanto espacio. Al minuto de silencio, ya están explorando nuestras junglas. Les dará curiosidad, verán nuestras construcciones enormes pero frías y, seguramente, al rato vuelven a los árboles y a la montaña.

Muy pronto no volverán a asomarse porque vamos a prender los motores. El ruido y el humo los sacará volando a su rincón, correrán en dirección contraria a donde estemos nosotros. Y así, de nuevo, serán unos vecinos que buscaremos en internet cuando queramos aprender de ellos. Sabremos todo sobre el zorro o el puma: qué comen, cómo cazan, pero no nos sentiremos vecinos. Olvidaremos que compartimos casa, que la tierra no es más de una especie o de otra.

Ni nos sentimos una especie.

Jamás se nos ocurre ser parte de la naturaleza. Nos creemos seres aparte, caídos del cielo, nacidos de una idea o algo por el estilo. Y si en cuarentena hemos extrañado ver a los animales, más adelante podemos ir en hordas a hacerles ruido a los parques o zoológicos. Podemos tomarles fotos a los pájaros, visitar los acuarios. Sentirnos aliviados con su presencia.

Los animales explorando las ciudades en la cuarentena me dejan pensando en nuestra propia especie como un depredador sangriento que comercia con marfil, con pieles, con dientes, que quita uñas, arrebata crías y destruye hábitats.

Por cierto, acá estamos por la terrible cercanía que entablamos con ellos. Una cercanía sangrienta e intrusiva que nos llevó a sacar animales de su hábitat para meterlos en jaulas. El coronavirus surgió en un mercado en Wuhan, China. Al parecer, se gestó en un murciélago que, posteriormente, contaminó a otro animal, como un pangolín que, posteriormente, contaminó a un humano. Es demasiada cercanía; tanta que las consecuencias son naturales, coherentes. No ocurrió nada descabellado, solo lo natural que ocurre cuando se invade. De hecho, ya se veía venir. Al parecer, varios científicos lo habían vaticinado, pero nadie escuchó.

Hemos sido la especie más salvaje y fuera de control. No sé sobre la intencionalidad del virus, pero sé que, si estamos de rodillas, doblegados ante el organismo más minúsculo, será un buen lugar para reflexionar sobre nuestra manera de dominar la vida. Brigitte Baptiste, rectora de la universidad EAN, agradece al virus por su gentil ataque. Le agradece porque considera que nos está preparando para posibles catástrofes ambientales que se avecinan. Le agradece porque nos ayuda a abrir los ojos ante la realidad que hemos evadido porque estamos ocupados en otras cosas. Pero esas cosas no importan cuando no hay agua, cuando no hay comida, cuando la casa colapsa, se prende en fuego.

¿Qué tiene que cambiar?

Supongo que habría que empezar a decrecer, a ser menos. Es decir, que vivíamos con menos, que estemos satisfechos con menos, que sepamos parar y decir basta. En el decrecimiento hasta podemos encontrar una cercanía con la existencia, que nunca hemos podido sentir con la opulencia y el gasto rampante. Nos podría ayudar a sentirnos vecinos de todo o, mejor, parte de todo y así, empezaremos a cuidar la vida. Por más que no haya comida gratis en ningún ecosistema, como anota Baptiste, es urgente que estemos dispuestos a almorzar y a recoger lo sobrados, a usarlos como abono, a elegir alimento sano.

Mucho tendrá que cambiar para que la pandemia sea el portal o punto de enlace entre un mundo y otro, como anota Silvia Gómez, la directora de Greenpeace Colombia. Se necesita la voluntad de no dañar y se hace indispensable la mirada de principiante que está dispuesta a empezar de nuevo. Gómez menciona lo inaplazable que es cambiar la manera como funcionan las empresas, de forma que se incorporen a economías circulares; habló de la importancia de la agricultura ecológica y de la reforestación; también de la vida en la ciudad y de la importancia de las ciclo-rutas, de las vías peatonales y de los servicios de transporte masivo de energía limpia; habló de los barrios y de lo sano de crear espacios que descentralizan la ciudad.

Al final, Silvia Gómez sugiere una pregunta: ¿quién quiero ser y cómo quiero vivir?

Personalmente, no quiero hacer tanto ruido y ocupar tanto espacio. No quiero ser el ser imponente del que habló el líder inca Pachacútec. El ser soberbio que cayó en la calamidad de no saber cuándo es suficiente, lo cual el Tao Te King considera la principal miseria.

Este es el mensaje del líder inca Pachacútec:

¿A qué le tienes miedo? ¿A un bicho microscópico? Tú, ser imponente que hablabas de construir estaciones en el espacio y conquistar los planetas de nuestro sistema solar. Tú que alardeabas de la victoria de la ciencia y que creaste el Gran Colisionador de Hadrones anunciando que tu ingenio estaba muy cerca de superar la velocidad de la luz. Que te ufanabas de producir en masa ciborgs inteligentes capaces de imitar el movimiento humano, nanorobots orgánicos que irían a manipular los códigos genéticos. Tú que construyes simuladores, túneles interoceánicos, bombas nucleares, fibras que reemplazan la piel de los humanos, objetos fotocopiados en 3D, misiles supersónicos. Tú que creaste una realidad virtual que podía sustituir las sensaciones y cambiar las percepciones cerebrales y enseñabas a los niños que dominabas este planeta, cuando eras en verdad su principal depredador. ¿Qué estabas esperando? Después de desperdigar por todo el mundo tu pensamiento hedonista y una cultura hegemónica basada en la banalidad y la expoliación de los recursos finitos de nuestro planeta ¿De qué te quejas? Tu especie consiguió a cambio de tú ciencia extinguir los animales, transformar el clima, acelerar los ciclos naturales, controlar la sobrepoblación, clonar las células madre, crear vida artificial. Si jugabas en los laboratorios con los genes, si inventabas epidemias y armas biológicas. Si te jactabas de haber manipulado el ADN ¿Por qué ahora te sorprendes que todo esto esté sucediendo?

La realidad es que el nuevo coronavirus sí abre fisuras. Y cualquier rendija cuenta porque se agota el tiempo; porque necesitamos despertar a la realidad de nuestro modo de vivir; porque necesitamos cambiar radicalmente la manera como nos relacionamos con el planeta; porque necesitamos despertar el hecho de que somos la misma naturaleza, todos hechos de lo mismo, interdependientes y llenos de espíritu.

Camila Serna

www.francamaravilla.com

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