Soy mama hace 3 meses, un universo nuevo e insospechado se desplegó ante mí. Mi hijo se llama Cristóbal y nació en Santa Marta. Es un bebe grande y lindo, algunos dicen que se parece a mi esposo, pero yo me veo reflejada en sus ojos negros cuando nos miramos fijamente. Veo el universo entero cuando clava sus ojos en los míos, lo hace sin pena, sin la reserva de los adultos al mirar fijamente a alguien. Y así paso largos ratos, nos miramos, nos reímos, nos ponemos serios, nos picamos el ojo, nos desesperamos, nos conocemos.
Ser mamá por primera vez no es fácil, es un proceso caótico y descarnado, todo queda expuesto, en carne viva. Si había temas sin resolver en la pareja, con la llegada de un bebe, estos no solo sacan la cabeza sino que hacen una aparición estruendosa, se cercioran que esta vez si serán escuchados y atendidos. Y a los temas personales no resueltos, miedos, fobias y neurosis, les dan un alto parlante.
La vida de pareja enfrenta un tsunami sin precedentes y se debe encontrar una manera de comunicarse nueva, un nuevo lenguaje. Porque la verdad es que no hay un momento en que sea más evidente que los hombres son de Marte y las mujeres de Venus, que cuando llega un bebe a casa. Mi marido no es el enemigo, aunque yo quiera señalarlo a veces. Debemos aprender nuevas habilidades como pareja y como individuos, él no quiere privarme del tiempo para hacer ejercicio o de que tenga una actividad profesional satisfactoria. Pero si, reconozco que nos arde sentir que nuestra vida, nuestra individualidad, identidad y nuestro cuerpo han cambiado para siempre, y el hombre parece inmutable.
Ahora puedo sentir la herida de las mujeres que me precedieron, que pese a su coraje fueron agredidas, incomprendidas, ignoradas, abandonadas. Entendí el artículo que circuló por Facebook titulado Las renuncias de las madres. Yo soy esa mujer de la que hablan, y al mismo tiempo no lo soy y no quiero serlo. Cuando tenemos un hijo entramos ganando el milagro, no desde la renuncia, la perdida, sino desde la oportunidad. Quisiera más bien aprender a empoderarme desde un lugar profundo, desde un lugar de sagrado misticismo femenino. Quisiera ser una madre tierra que crea y ama, que es salvaje y profunda y que no quiere vivir como un hombre para ser libre.
Las mujeres somos valientes porque así somos por naturaleza, así como la hormiga es una trabajadora incansable porque esa es su naturaleza. No necesitamos de la aprobación de los hombres para saber lo que somos, no necesitamos reclamar lo que ya es nuestro. Con reclamos y quejas heridas no creo que lleguemos muy lejos, nos aleja de asumir la responsabilidad de haber traído un ser humano al planeta. Tampoco se trata de quedarnos calladas, como se acostumbraba en las generaciones pasadas. Necesitamos, entre hombres y mujeres, encontrar maneras de comunicarnos que encuentren ese punto de cooperación amorosa. Necesitamos crecer, como adultos, como padres, como personas.
En mi interior se revuelve todo con todo, mi coraje con mi miedo, mi cansancio con mi fuerza, mi deseo de control con mis ansias de libertad. Todo es un enmarañe de sentimientos, y aun así, la vida continua, mi hijo crece. Ser mamá ha sido una gran oportunidad de crecimiento, lo será siempre, presiento que este hijo vino a enseñarme muchas cosas.
@camilasernah
wwww.francamaravilla.wordpress.com
Coach de Bienestar – Nutrición
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