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Juan Mario Laserna. Enero 2010.  Foto: Laura Rico P, La Silla Vacía

Son las 12:30 del mediodía de un miércoles soleado en el restaurante El Patio, en Bogotá. De una camioneta Toyota se baja reluciente Juan Mario Laserna –la misma en la que viajaba el pasado domingo desde Ibagué– con su caminado pausado, pero firme. Corbata azul, camisa rosa y varios kilos menos que cuando estaba en el Senado y recorría a nuestro amado Tolima. La pregunta entre quienes compartimos el cariño por nuestra tierra es el punto de partida de la charla, ¿cómo van las cosas allá? ¿qué hacemos para sacar eso adelante? Hay que ayudar a visibilizar el departamento a nivel nacional.

Como era característico en él, un hombre formado en las mejores universidades del mundo, maestro, con amplio recorrido en el alto gobierno y con toda la herencia intelectual de su padre –Mario Laserna, quien llegó a compartir ideas sobre la educación con Albert Einstein y fundador de la Universidad de Los Andes–, me explicó su perspectiva sobre el déficit de cuenta corriente, la balanza comercial, la devaluación del peso y la desaceleración económica. Recordamos varios de sus momentos en el poder, desde el viceministerio de Hacienda, la Dirección de Crédito Público, el Banco Interamericano de Desarrollo, hasta su paso por La FM. “Me siento contento escribiendo”, me dijo.

Como esas películas de cine en las que las horas parecen segundos, expresó frases como: “lo importante de la minería en el Tolima es que no nos pase como la lechona, que matan el marrano y no nos dejan ni un plato”, o aquella en que me confesó cómo decidió lanzarse al senado. “A mí me llegó una plata y yo tenía dos opciones, comprarme un apartamento en Miami o comprar un tiquete para Coyaima, opté por el segundo y allá llegué”, me dijo emocionado entre risas. Luego, por supuesto, se trajo a colación la frustada segunda elección al Legislativo, en al cual faltaron unos cuantos votos para continuar en el Congreso.

Su última entrevista en el Tolima, hecha por Don Tamalio.

Juan Mario, a sus 49 años, fue un apasionado de la vida, el trabajo y el país. Llevaba a su Tolima en el corazón. Atendía cada llamada que le extendía preguntas tan básicas como ¿por qué sube el dólar?, o ¿para dónde va la economía? Tenía el carácter para decir “no estoy de acuerdo”. Basta mirar, para quienes poco lo conocieron, la oleada de mensajes de cariño desde todas las fronteras ideológicas. Se trataba de un colombiano de los que necesitamos en este país con más frecuencia.

Recientemente, creamos, junto con un grupo de amigos, un chat en el cual compartíamos ideas sobre cómo transformar al Tolima para bien. Me dijo hace un par de días: “quiero proponer como tema de la semana, lo importante que es prepararnos para la gestión de recursos desde el nivel nacional”. Se refería a su experiencia como senador cuando consiguió los recursos para solucionar el problema del agua en Ibagué.

Luego de dos horas y media de conversar sobre tantas cosas de país, agradeció el almuerzo y me dijo: “Juan, grábese algo que repito siempre y es una ley de vida. No se trata del dinero, esto es por el honor y la gloria”. Entendí la dimensión del hombre con el que me encontraba. El país ha perdido a uno de sus grandes, pero el oriente eterno ha ganado a uno de los mejores.

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