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Por estos días el país transita en medio de dos grandes escenarios en materia de opinión pública. Por una parte, quienes celebramos con fervor lo sucedido la semana pasada en La Habana, y, por la otra, los escépticos con lo acordado hasta el momento con las Farc.

En estos dos grandes grupos hay de todo un poco como en botica: apasionados, extremistas, optimistas, pesimistas, desinformados, temerosos, ilusos, cautos, desconfiados y los que prefieren escuchar pero no opinar por si acaso algo no sale bien.

Entre los optimistas están quienes defienden el proceso de paz con tal pasión que incluso incurren en un lenguaje ofensivo contra quienes piensan diferente. Nada más contradictorio de alguien que se encuentra ‘convencido’ de las bondades de una paz apenas merecida para Colombia (tras 60 años de conflicto). Estos colombianos olvidan que las palabras pueden llegar a ser como balas que dejan heridas profundas en la conciencia colectiva. Desarmar el lenguaje resulta el mejor aporte de quienes quieren contribuir desde sus redes sociales o la comodidad de su casa con las negociaciones.

Y lo digo porque me resulta aterradora la cantidad de calificativos, insultos, exageraciones y en algunos casos hasta desinformaciones contra quienes están en desacuerdo con el proceso de paz. Nosotros, los que defendemos la causa de la paz, quienes celebramos lo sucedido en La Habana, los que estamos dispuestos a perdonar a los señores de las Farc pese a ser víctimas de sus inclemencias, debemos desarmar nuestras ideas y contribuir desde el lenguaje a brindar argumentos para conquistar opiniones a favor de lo que está sucediendo.

No es por las malas que se puede generar confianza frente a un proceso que suscita todas las opiniones. Es válido que en una democracia un ciudadano tenga un desacuerdo, un temor o difiera. Soy consciente de que entre los del segundo grupo, o sea los que no están a favor de lo que sucede en La Habana, en muchos casos apelan a las mentiras para distorsionar los logros alcanzados. En esa carpeta de opinadores es permanente el uso de la imprecisión en los datos, exageraciones y desinformación.

Hay que reconocer, en todo caso, que el ejercicio de la comunicación acertada es fundamental en este contexto. Y allí se han presentado grandes fallas desde los encargados de dar a conocer los pormenores de las negociaciones. De hecho, a veces hay argumentos que han sonado como amenazas entre los ciudadanos para estar a favor o en contra del proceso.

Por eso, las ideas, los argumentos y las buenas maneras se deben convertir en un elemento común del debate, tanto si es a favor o en contra del proceso de paz. Me resulta una injusticia procurar la desinformación para la opinión pública. Mentir o confundir para convencer termina afectando en últimas al país. Por eso, querido tuitero, analista u opinador, desmovilícese y desarme su lenguaje.

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