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“¿La vida, cuándo fue nuestra de veras? ¿Cuándo somos de veras lo que somos?”, decía un poema del mexicano Octavio Paz. Me atrevo a responder que la vida realmente nunca ha sido nuestra, tampoco de otros. Con todo esto del coronavirus he recordado mucho este poema de Paz, titulado Piedra de Sol, que reza el famoso verso “(…) el olvidado asombro de estar vivos”.

Antes de la pandemia suponíamos que estábamos bien. Que éramos felices, dicen algunos. No es cierto. Éramos y somos una burbuja, llena de egoísmo y vanidad. Ahora estamos obligados a replantear lo esencial.

Empezando por reconocer que la normalización nunca va a traer nada bueno. Vivo pensando que la capacidad de asombro es una virtud en vía de extinción. Reconocer que lo que es obvio y lógico no lo es tanto, que la ciencia y la tecnología no nos hacen inmunes a un desastre y que somos polvo en el polvo, un pequeñísimo punto en el universo, es apenas el primer paso. El segundo es un llamado a las acciones.

Las circunstancias requieren como nunca antes que reconozcamos el asombro de estar vivos. De nosotros mismos, los seres amados, pero, sobre todo, antes que nada, de aquellos que habitan en la región del olvido. Es decir, los habitantes de calle, los vendedores ambulantes, las personas que viven del diario o quienes no tenían ni tienen agua potable, la mujer que vive con su maltratador en cuarentena, quienes tiene ataques de ansiedad o depresión o los trabajadores del sector de la salud, a quienes no les son suficientes las sensiblerías de los aplausos. Ellos, como diría Borges—manoseado por Duque en su alocución— en su poema Los Justos, son los que están salvando el mundo.

Las acciones en lo inmediato dependen de la empatía y la capacidad de ponernos en los zapatos de los demás. La vida es una ruleta donde los privilegios pudo haberlos tenido cualquiera. Por eso invito a que suplamos el desespero de tantas familias que no tienen qué comer el día de mañana y tampoco una garantía laboral de sobrevivir a cuarentenas prolongadas. En cada ciudad hay iniciativas de recolección de alimentos y elementos de aseo. Busquémoslas en redes sociales, llamemos a los organizadores, pongamos a disposición lo que tengamos a la mano para la logística y el apoyo de estas causas. También presionemos a los mandatarios locales y regionales—incluso con el nefasto Decreto 444 del Gobierno que les quita dinero a las entidades territoriales para darle a los banqueros— para que dispongan coliseos u otros lugares como zonas ampliadas de los centros de salud y que inviertan recursos para implementos y equipos de los hospitales.

Sin embargo, eso no es suficiente. Hay otros dos grandes niveles de acción. Primero, gústenos o no, en la política se toman las decisiones más importantes de la sociedad. Y en eso hemos reconocido los tipos de liderazgos en el mundo. Gobiernos como el de Canadá o Corea del Sur—y Claudia López en Bogotá, por supuesto— implementan medidas sustanciales para contener los estragos que produce esta pandemia. En cambio, la lentitud y ceguera de gobiernos como el de Italia, Estados Unidos o Colombia demuestran que elegir mal pasa factura. Por eso debemos unirnos en todos los niveles de la sociedad para exigir y valorar las propuestas basadas en la evidencia, las voces autorizadas y las acciones concretas.

El otro gran nivel de acción es que independiente de lo que deje este virus, hemos vivido hace varios años con otra pandemia que subestimamos: el cambio climático. El mundo y la naturaleza no aguantarán mucho más si nuestros hábitos no cambian drásticamente, si seguimos eligiendo estúpidos en el poder, si las decisiones estructurales de la sociedad no remueven el sentimiento que a cada tanto llama a la puerta a algunos, y es el olvidado asombro de estar vivos.

No sé si sea cierto que esta frase la dijo Albert Einstein, pero la comparto: “Hay dos maneras de vivir tu vida: una como si nada fuese un milagro. La otra es como si todo fuese un milagro”.

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