Esta semana fue la marcha mundial “contra el cambio climático” y la Cumbre sobre el Clima 2014 de la ONU en Nueva York. De entrada llamó mi atención el nombre de la marcha, “¿contra?” me dije, como si la única posibilidad de enfrentarlo fuera oponiéndose. Fue extraño porque en la forma como fue enunciada, se me quedaron por fuera términos que he oído mencionar bastante en mis conversaciones con personas involucradas con lo ambiental: «adaptación», «resiliencia», «colaboración», de pronto no hacían parte de esa forma de nombrar la movilización frente al que se presenta como EL GRAN problema para la continuidad de la vida en nuestro planeta. ¿Y qué es la vida sino un conjunto inmenso de manifestaciones y posibilidades? Sin duda fue un triunfo, simbólico sobre todo, en especial con las fotografías del río de gente en Nueva York y según leí, porque fue la más grande que se ha hecho. Sin embargo, siempre sospecho de lo masivo, en especial cuando es alrededor de una idea generalizada de crisis cuya solución sólo es posible a partir de cambios drásticos. Soy más amiga de los procesos concertados de cambio que de las revoluciones.
En las noticias sobre las intervenciones en la reunión, leí en un artículo de la revista Semana sobre las contradicciones del discurso del presidente Santos, muy aplaudido por cierto, con las acciones de su gobierno en la realidad. Él otra vez haciendo de las suyas con su “confunde y vencerás” también visto en su postura ante las movilizaciones estudiantiles contra la reforma de la Ley 30 o el paro campesino. Una retórica que habla de conciencia, cambios, planes, pero que es incongruente al apoyar la explotación petrolera y minera a cualquier costo (el tema del fracking es la tapa), abandonar a las y los campesinos a su suerte firmando TLC sin darles garantías, en fin. Otra perla que aumentó mi desconcierto.
Es interesante ver como alrededor de este tipo de eventos confluyen toda suerte de discursos: unos sólo por quedar bien con bellas palabras u otros con tono apocalíptico. Lástima que no sean tan visibles en los medios masivos de nuestro país, iniciativas más propositivas. Por ejemplo, ¿sabía usted que un proyecto colombiano fue ganador del Big Data Climate Challenge Award 2014 de la ONU, premio dado a iniciativas destacadas de acción frente al cambio climático? Sí. Un proyecto del CIAT que además propone un trabajo colaborativo entre las y los científicos y la comunidad cultivadora de arroz para adaptarse y enfrentar las afectaciones del cambio climático en la producción. Y, para completar la dicha, el término big data refiere a un insumo de numerosas iniciativas similares al rededor del globo, en temas como agricultura, seguridad y soberanía alimentaria, salud y más. Por eso se hace el concurso, para reconocerlas, apoyarlas y visibilazarlas. El caso del CIAT es sólo un ejemplo de muchas propuestas dispuestas al diálogo y el fortalecimiento de las relaciones. Aunque hay variedad de enfoques y niveles de participación de grupos e individuos. Estas acciones en y entre sectores diversos (investigación, programas de gobierno, asociaciones, empresas, grupos, comunidades, escuelas, museos) van más allá de la retórica y la resistencia, fundamentadas no en el miedo o la rabia, sino en la solidaridad y la esperanza. Claro, hay perspectivas más críticas que otras, tensiones, pero también hay acercamientos, diálogos y relaciones.
El activismo masificado me lleva a pensar en las dualidades que en sus desencuentros rompen la posibilidad de diálogo con aquello a lo que se oponen. Resisto – no dialogo, confronto – no dialogo, anulo. Desde mi experiencia me atrevo a decir: criticar sin proponer es una salida fácil, un consuelo. En especial porque evita esa tarea incómoda de ponerse en los zapatos del otro u otra. No lo niego, es muy placentera la sensación que produce “denunciar la injusticia” o “defender una causa”. Cuando la denuncia y la defensa quieren ser constructivas la cosa se complica. Porque si bien nos ponemos en los zapatos de otros y queremos aportar soluciones, muchas veces terminamos imponiendo nuestra versión del mundo y nos ponemos en los zapatos que “queremos” que el otro tenga, sin contar con que tal vez ni siquiera le guste usar zapatos y prefiera andar descalzo o se sienta cómodo con otro estilo que odiamos como los tacones puntilla.
Hace falta, a mi parecer, ver e intercambiar muchos «zapatos» respecto a este tema del cambio climático. ¿Cuáles ha probado usted apreciado lector o lectora?
Interesante.
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