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Se vienen las fiestas navideñas y con ellas se exacerban los deseos de comprar y regalar. Los centros comerciales no dan abasto en sus pasillos y locales. El deseo de consumo se exalta, bien sea en gustos personales o para regalar. Tengo dificultades con esa versión de la alegría decembrina. Pero no desde las usuales críticas que satanizan ese consumo desenfrenado, porque sería poco transparente negar que me gusta comprar y dar regalos, sino desde el lugar de las intenciones y los rituales.

¿Qué implica dedicar largas jornadas a recorrer espacios incómodos y abrumadores para comprar un “autoregalo” o ese presente para cada amigo o miembro de la familia?, ¿qué nos motiva a eso?, ¿es sólo nuestro deseo manipulado para consumir? Tal vez sí, pero también, tal vez no.

Las compras decembrinas se han vuelto un ritual. Una crítica inicial a ese ritual sería que está motivado por ese deseo manipulado que lleva a consumir y es de satisfacción efímera, del que habla Zygmunt Bauman. Calmar la ansiedad que produce en nosotros la publicidad, los medios de comunicación, que venden productos y servicios que parecieran algo esencial para hacer parte de un grupo, de una sociedad. Donde se expande como virus la idea de que ese teléfono celular es el que hay que tener o esa muda de ropa la que hay que llevar para podernos integrar. Y bueno, ni hablar del montón de objetos inútiles o cuyo uso expira rápidamente, los regalos que no nos sirven y que guardamos en un cajón, la basura que eso produce a futuro, las deudas que se vienen y así. No es un panorama muy alentador, no obstante, cual ritual sagrado, lo seguimos haciendo.

Sin embargo, disgrego un poco de este tipo de lecturas, sin negar su inevitable posibilidad. Disfruto trascender hacia lugares más amables que también pueden ser críticos. La vida es un cuento que nos echamos y creo que hay uno interesante detrás de ese ritual que consta de dos palabras clave: “dar”, “recibir”. Acciones básicas para el equilibrio pero que han sido secuestradas en un sentido único asociado al intercambio de dinero por objetos, servicios, experiencias y hay que hacer algo apreciados lectores y lectoras, ¡hay que liberarlas!

Podríamos decir que una forma de hacerlo es acudir al altruismo. Sacar todo lo que usamos del año pasado o comprar y donar a los «más necesitados». «Lavado de conciencia» lo llamamos algunos críticos al ver este tipo de acciones que no solucionan problemas de raíz. Son temporales y me atrevo a decir que dura más la satisfacción placebo de quien dona que la sonrisa del niño o niña que recibe un juguete que no puede tener. Pero hay que aclarar que no es asunto de bueno o malo. Si usted lo hace, ¡siga haciéndolo, por favor! (yo también lo hago). Pero como estamos hablando de liberar el «dar» y «recibir», vale la pena ser críticos frente a «nuestra buena voluntad». Podemos volverla más consciente, seguramente.

El ejemplo me llegó en estos días de una conocida que para su cumpleaños no pidió regalos. Prefirió escoger tres proyectos para que sus amigos, amigas y amigues donaran. Me pareció tan acertado que tal vez lo replique. Donar con un propósito claro, un norte constructivo, un aporte a las iniciativas que buscan soluciones más de fondo o permanentes. Fue un bello descubrimiento sobre otros sentidos de dar y recibir, y en este caso re-significando el dar dinero.

Para el asunto de las compras, le sugiero volver a considerar atentamente ese par de actos básicos. Dar es ciertamente un acto muy bello, así sea un detalle o un regalo despampanante, recibir lo es también, así sea un gusto que nos damos al comprar. Pero en medio del bombardeo publicitario que aprovecha maravillosamente nuestras inseguridades, culpas y afanes, es difícil hacer una pausa para reflexionar sobre nuestras motivaciones e intenciones al respecto. Le invito a que lo haga, aún hay tiempo. Hágase algunas preguntas que siempre vienen bien a la consciencia.

Por mi parte le propongo, ¿qué tal arriesgarse a cambiar “regalar objetos” por “regalar experiencias”? Exalte sus sentidos y los de quienes quiere con actividades que se vuelvan un valioso recuerdo. No todas cuestan dinero, se lo aseguro. O, ¿cómo sería volver a los viejos dichos de “lo barato sale caro” (y sí, lo barato tiene un alto costo social porque es fabricado sin respetar los derechos de trabajadores y trabajadoras, dándoles malos salarios, usando materiales de baja calidad, afectando negativamente las industrias nacionales) o “lo que importa es el detalle”, para tener claro qué es lo que realmente está “dando”?

No me gusta pedirle a la gente que cambie de tajo sus hábitos, pero estoy convencida de que hacerse preguntas sobre las acciones del día a día es lo que cambia el mundo. Vamos paso a paso, así sea de a poquitos en esta Navidad.

@caroroatta

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ACLARACIÓN: No recibo ninguna retribución económica o de otro tipo por parte de El Tiempo u otra organización por la escritura de este blog. Las opiniones aquí expresadas son personales.

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