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Llegué con mis padres hace tres meses a una ciudad de la región parisina en Francia, lo que llaman la banlieue o las citées que han concentrado gran cantidad de inmigrantes de las ex colonias africanas y son conocidas más por su inseguridad y problemas sociales que por el interés de acoger que motivó su construcción en los años 70. Estudié en un colegio francés y parte de mi familia es de origen francoitaliano, por lo que siempre he estado cercana a la cultura de este país, o a las representaciones que me enseñaron de ésta ya que hoy comprendo aún más que son eso: representaciones, discursos, imágenes, que se quedan cortos ante la realidad de la migración.

Escribo estas palabras, apreciados lectores y lectoras, para compartir algunas reflexiones que voy construyendo (porque vaya que no son finitas) alrededor de dos verbos cuyo significado he puesto a prueba en lo transcurrido de mi estadía: “vivir y convivir”, o más bien lo pongo en pregunta con la conjunción agregada que, “denota diferencia, separación o alternativa entre dos o más personas, cosas o ideas”, según la Real Academia de la Lengua Española, en un intento de verbalizar el dilema que he vivido estos días y que creo, todos los seres humanos deberíamos considerar en estos tiempos de globalización y flujos, y en especial las y los colombianos ahora que hablamos de proceso de paz y posconflicto: “¿vivir o convivir?”

sombras
"Sombras", 2015

Comencé a cuestionarme sobre estas palabras desde mi llegada, aunque sin tener aún conciencia de lo que se trataba. En los primeros días, me invadió con rapidez una gran incomodidad por estar en un lugar distinto. Con mi familia enfrentamos el reto de estar en un estudio de un solo ambiente, durmiendo casi uno al lado del otro, después de tener una vida normal de clase media en Colombia con al menos una habitación para cada uno. Aunque hemos sido una familia muy amorosa y respetuosa siempre, las tensiones no se hicieron esperar. “Es a penas normal”, me explicó mi psicóloga, “porque toda acción es susceptible de la opinión de los otros”. Sí, y es agotador.

La incomodidad continuó con algo que llega a avergonzarme, sobre todo porque he leído bastante sobre multiculturalidad, diversidad, derechos culturales, feminismos y otros discursos que se me agotaron demasiado pronto al inicio de mi experiencia, pero como estamos en confianza, se los voy a contar. Ese primer lugar al que llegamos está ubicado en un micromundo árabe. Nunca había tenido contacto con ese mundo y su diferencia me desbordó, la apariencia de sus mujeres cubiertas, su religión rigiendo cada detalle de la cotidianidad, así como sus similitudes con lo que veía en Colombia que no me gustaban y que de inmediato sesgaron mi percepción para solo ver desorden, desaseo, cosas de las que confieso, creía me iba a alejar cuando viajé a Europa.

Me avergüenza porque pronto comprendí que esa molestia al recorrer las calles y no encontrarme con el estereotipo francés que anhelaba era el racismo, ese tan criticado en mis lecturas, que brotaba en mí mostrándome mi esnobismo, que veía el espacio propicio para incubarse y alimentarse: las tensiones en la relación familiar, la incertidumbre por la llegada a un nuevo país, la percepción atrofiada, la inseguridad por no tener privacidad, en fin.

Entonces se encendió en mí la alarma de tomar distancia y hacerme preguntas sobre mis reacciones. Paso a paso llegué a la inquietud por estos dos verbos. En especial porque al ser una persona en situación de discapacidad me es imperativo encontrar siempre alternativas para comprender la diferencia, por más radical que sea, y en ese momento fui consciente de que la enfrentaba en mi familia, mi nueva ciudad, este nuevo país, y reconocí mi lugar de migrante no solo entre territorios sino entre diferentes experiencias en mi vida.

“¿Vivir o convivir”?, quiero saber qué une o separa sus sentidos. Por cuestiones logísticas sólo consulté la definición de ambos verbos en el diccionario de la Rae. Quiero explorarlo un poco más pero de entrada lo que constaté me es suficiente para este escrito. Llamó mi atención la forma como cada uno aborda la relación con los otros. “Vivir” refiere en una de sus aserciones a habitar o morar un país, mientras “convivir” refiere a vivir en compañía de otro u otros. En el primero no es explícito que ese “estar” en un territorio concierne necesariamente relacionarse con otros pero la realidad nos muestra que “no hay de otra”.

Es decir, para “vivir” necesariamente tenemos que “convivir”, no solo con otras personas sino con otras especies si lo llevamos más lejos. Y eso implica un montón de cosas, entre ellas, enfrentarse con los propios demonios que aparecen cuando nos asusta una diferencia que no comprendemos, como casi me pasa a mí con la cultura musulmana. Me pasó y puede estarle pasando. Por fortuna, siempre es posible tomar consciencia, reconocer los prejuicios y resignificarlos, en especial cuando está la apuesta de abordar la vida con optimismo.

Puede remplazar el punto de confrontación con los homosexuales, lesbianas, trans, las y los indígenas, negros, afros, mujeres, que por años han sido juzgados desde lugares llenos de ignorancia, miedo y rabia. O cambiémoslo también por “soldado”, “guerrillero”, “policía”, “paramilitar”, “desmovilizado”, “desplazado” etiquetas que hoy son igual de deshumanizantes si no se hila fino en un país con más de 50 años de conflicto.

¿Usted vive o convive?, le pregunto con respeto. Yo quiero convivir, aunque eso exija más trabajo, pero prefiero cuestionar el vivir “porque sí” para reafirmar la vida aquí lejos del país que me vio nacer o donde me lleve el camino.

@caroroatta

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