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“En Colombia uno trabaja para pagar deudas, aquí no”, concluyó mi madre con su sabiduría cotidiana siempre tan iluminadora para mis escritos. Eran casi las 11 de la mañana de un día festivo en nuestra casa en los suburbios de París y conversábamos durante el desayuno acerca de nuestras impresiones de familia recién llegada a un país extraño.

La noche anterior había hablado por teléfono con varios amigos y amigas en Bogotá, y les contaba a mis padres la extraña sensación que había experimentado en las conversaciones. Con un intercambio mínimo sobre el estado de sus vidas laborales, afectivas y espirituales sentí un acelere y un afán de control en sus relatos con los que me sentí plenamente identificada. Pero me impactó más la toma de consciencia de que, para mí, poco a poco éstos han desaparecido.

Quise ponerlo a consideración en nuestro comedor, porque me negaba a quedarme con mi primera reacción, algo cargada de culpa, de que esta ansiedad había desaparecido simplemente porque soy privilegiada y tuve la oportunidad de venir a Europa como ciudadana, sin experimentar la migración con la misma violencia que lo hacen otros y otras – aunque cabe aclarar que incluso desde el privilegio, la experiencia es impactante y transformadora -.

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Valiente, 2015.

Entonces, a buena hora, en la charla surgieron otras razones desde la comparación inevitable: La primera tiene que ver con un conjunto curioso de leyes y prácticas que en cierta forma “nos protegen de nosotros mismos y de nuestros deseos”, -mi interpretación menos trágica de la “sociedad de control” de la que habla Michel Foucault, el muy leído y citado filósofo francés-.

Dos ejemplos de este “Estado de Bienestar”, llamado también así en otros campos. Aquí, no existen las tarjetas de crédito… en las cuentas bancarias hay una especie de tope de sobregiro, es decir, que si un día no hay dinero para un pago, el banco presta el monto por un tiempo corto mientras el cliente recoge el sobregiro. Algo parecido a lo que ocurre con las cuentas corrientes en Colombia, que sólo usan ciertos sectores sociales mientras que acá es generalizado.

¿Qué quiere decir eso? No me adentraré en minucias financieras porque no conozco del tema. Lo veo desde lo cultural más bien, para afirmar algo simple: aquí no le permiten endeudarse (fácilmente, digamos). Los entusiastas del liberalismo podrían ver esto como una constricción que limita las opciones de progreso individual en la sociedad de consumo. Sí, puede ser, pero a mi parecer, las implicaciones culturales son más interesantes y enriquecedoras.

Miremos Colombia, por ejemplo, allí cada vez es más común que personas con el salario mínimo accedan a préstamos. La publicidad de bancos, supermercados y empresas de energía nos dicen todo el tiempo: “¡endéudate con nosotros!”, “¡aunque ganes poco, ahora es posible!”.

Y entonces todos nos comemos el cuento y compramos lo que siempre quisimos, viajamos al lugar de nuestros sueños y convivimos con la ansiedad de pagar las cuotas mensuales así no haya para comer o los cobradores estén al acecho. Eso le da muy poco espacio a la tranquilidad y la convivencia y muchísimo a la ansiedad y el afán de supervivencia.

No digo que sea «malo» pero definitivamente esas ansias de obtener todo lo que soñamos – o nos hacen soñar – se instala en el inconsciente, en la cultura y creemos que podemos tenerlo todo, controlarlo todo, planearlo todo porque «¡Todo es posible!» (con o sin plata).

Y no. No desde ese lugar de las carreras, los afanes y las ideas instaladas de progreso. Algo fallará por simple equilibrio existencial, ya que es sólo en las crisis grandes o pequeñas que las sociedades, las familias, los seres humanos, aprenden y avanzan.

Sí, sí, aquí y allá hay contraejemplos, este es solo un blog y no vamos a caer en el error de generalizar sin argumentos. Pero, volviendo a las palabras de mi madre, el contraste cultural se siente, en especial porque sin ese bombardeo, de pronto uno se siente más tranquilo haciendo nada y sin comprar más de lo necesario. Aquí mi segundo ejemplo, los centros comerciales NO ABREN LOS DOMINGOS. Se imaginarán el impacto…

Y sí, ese Estado de Bienestar tiene sus fallas, sino no habría crisis europea, proyectos de ley en Francia que quieren que los comercios abran los domingos para enfrentar el desempleo, derechización y xenofobia porque muchos creen desde el miedo y la ignorancia que “la culpa es de los inmigrantes”, y la lista sigue.

Y sí, se ha visto que la sociedad de control se vuelve contra sí misma, creando individuos perezosos y conformistas que creen que el Estado debe solucionarles todo cuando la vida es tan compleja que necesita mucho más que eso, sino ¿cómo sobreviven su día a día los millones de habitantes de los países como Colombia donde la presencia del Estado es nula o corrupta en gran parte del territorio? Algo debe pasar en esas mentes y hogares que impulsa el día a día…

Las charlas en el desayuno se han vuelto el espacio familiar donde socializamos nuestras inquietudes y más allá de los libros leídos, es allí, en el compartir la sabiduría cotidiana de todos, mi madre con su calma, las angustias y aceleres de mi padre, la juventud de mi hermana, donde he ido encontrando algunas respuestas a tan inmensa pregunta.

Hoy fue esta constatación con respecto a nuestra relación con las deudas y el consumo. Y vendrán otras, que les compartiré con gusto, apreciadas lectoras y lectores. Espero les enriquezcan, en el sentido “no-material”, por supuesto, hay que ser consecuentes. Hasta pronto.

@caroroatta

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ACLARACIÓN: No recibo ninguna retribución económica o de otro tipo por parte de El Tiempo u otra organización por la escritura de este blog. Las opiniones aquí expresadas son personales.

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