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Ilustración: Tina Ovalle

Ilustración: Tina Ovalle

La gente está enferma y no lo sabe. Hay quienes piensan que las únicas cosas por las que se debe ir al médico son el cáncer y la artritis, pero olvidan que las personas normales sufren en privado y cualquier día pueden sorprendernos lanzándose de un décimo piso o matando a toda la familia.

Todos deberíamos reconocer que tenemos un trauma, que alguien nos rompió el corazón y que lloramos los lunes por las mañanas. Lo digo porque hay quienes piensan que uno está enfermo por hablar de sus drogas favoritas con la misma normalidad que mencionaría sus tres canciones preferidas de los Beatles; pero no tienen en cuenta que hay mujeres que suben 30 fotos a Instagram en menos de una hora y que existen personas despechadas que escuchan la misma canción 10 veces seguidas todos los días, como tratando de volver a un tiempo que ya no existe. El mundo está lleno de gente rayada y andamos tomando café y cerveza juntos sin aceptarlo.

Yo hace rato perdí el límite, no sé cuánto tiempo paso frente al computador. Hay días en los que duermo solo tres horas y cuando despierto lo primero que hago es ver el Timeline de mi cuenta de Twitter. Subo y bajo la pantalla con el cursor esperando a que algo suceda, que alguien escriba una estupidez o publique una foto con un filtro desconocido, y así puedo pasar tres días sin bañarme. Deprime saber que en Facebook perdimos la autocrítica de lo que es publicable y magnificamos las cosas cotidianas con un valor que no tienen. Vamos de nalgas hacia la locura, alguna patología debe manifestarse en eso de subir fotos del almuerzo, de un gato durmiendo o de los propios muslos frente a una piscina como si se tratara de imágenes del Gran Cañón.

Estamos enfermos, ya lo dije. No solo los que tenemos alguna adicción debemos analizarnos la cabeza, también los que miran el celular cada 30 segundos a pesar de que nadie les escribe. Todos vamos adquiriendo rituales neuróticos sin darnos cuenta, la vida nos perdió respeto volviéndonos cada vez más instintivos, más animales de lo que somos. Ya no solo perdemos la cabeza por sexo, fútbol y dinero -que es lo normal-, ahora lo hacemos por los aparatos electrónicos y las siete redes sociales a las que pertenecemos. ¿Para qué relacionarse virtualmente con tanta gente? ¿Puede salir algo bueno de encontrarse con alguien que está igual o más llevado que uno por vivir conectado a este mundo? Ojalá nuestra vida sexual real fuese tan activa como la que llevamos por WhatsApp, la Tierra sería un lugar bonito. En serio.

Vivimos trastornados y las pequeñas obsesiones nos consumen, desde bañarnos siempre a la misma hora hasta arrancarnos las pestañas frente al espejo. Y así seguimos como si nada, felices. Igual tenemos Internet, y acá lo bueno es que uno cree que lleva una vida perfecta y emocionante mientras se vuelve mierda la cabeza. Y lo mejor: no duele.

@jimenezpress

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