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Uno admira a varios de sus amigos sin confesarlo y lo hace en silencio por envidia. El ego duele al ver que hay personas que lograron lo que usted no ha podido: dejar de llevar una doble vida.

Esto le debe importar un carajo, pero cuando me enamoro dedico canciones de Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina y Pedro Guerra. Tomo vino, toco la guitarra –sin cantar-, y cito de memoria frases de Cortázar. Actúo como cualquier esnob del siglo XXI. Critico películas de moda y me burlo de quienes ponen en Facebook fotos de Truman Capote sin leer A sangre fría –como yo-. Pero cuando estoy borracho soy otro cuento. Apenas tengo tragos en la cabeza saco la billetera y la utilizo como peine para rascar la guacharaca -mi brazo izquierdo-, hablo con acento guajiro tragándome algunas letras y jodo hasta que me pongan Los recuerdos de ella –de Diomedes-. “¡Haga chillai ese acordeón primo!”, grito mientras me tomo otro aguardiente.

Así somos quienes llevamos una doble vida, a pesar de estar viejos no sabemos qué ser cuando grandes y eso duele. Cada fin de semana duele. En el concierto vallenato o en el recital de piano es lo mismo. Duele porque si bien la universidad jode a los indecisos obligándolos a escoger entre lo que quieren ser y lo que los lleve a tener, la vida nos deja seguir adelante sin elegir. Jamás nos ubica en un lado, al contrario, nos deja andar borrachos de bar en bar tratando de encontrarnos. Es lo mismo que con los libros, uno siempre busca entre los párrafos de un texto alguna cita que lo defina o se identifique con el momento que atraviesa. Lo hacemos porque conocer la desgracia de otros nos tranquiliza un poco. Solo un poco.

Contrario a lo que muchos piensan, lo mejor que hizo Kurt Cobain no fue Smells Like Teen Spirit, sino matarse y demostrar hasta dónde puede llevarnos una falsa vida -hay mucho que aprender de este valiente acto de liberación-. Por eso pienso en Luis Alfredo Garavito como una porquería de ser humano, pero me parece transparente al lado de Jimmy Savile, el presentador de la BBC quien violó a 217 niños a lo largo de 50 años mientras todos pensaban que era un caballero de la realeza británica.

Yo llevo una doble vida musical y alcohólica. Hoy puedo escuchar Silvio Rodríguez y tomar absenta y mañana estaré muerto de la pea chupando ron con las canciones de Jorge Oñate. Quién puede culparme si la vida jamás nos ha dado garantías de felicidad por nuestras decisiones. Es apenas normal que no sepamos qué somos, que por las mañanas nos miremos al espejo con asco y pensemos en suicidarnos para imaginar nuestro funeral con el ego de saber que alguien sufrirá por nosotros –sé que ella no irá, preferirá recordarme vivo, desnudo a su lado-.

Escribiendo esto recordé a Yaneth Patricia Cerón, una mujer quien un día cualquiera se lanzó del sexto piso del Hospital Universitario del Valle. Tenía 36 años antes de golpear el pavimento y fallecer. A ella también la admiro en silencio, algún día todos nos cansamos de mentir.

 

@jimenezpress

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