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Hoy siento que estoy mejor que hace algunos años y no hablo de la situación económica sino de la espiritual, que es la más jodida de las dos. Lo digo porque antes sufría ataques de ansiedad y me sentía perdido en el universo pero desde que dejé mi trabajo por la comedia las cosas funcionan mejor adentro. Digamos que hacer reír me salvó y ahora me motiva cumplir los sueños de mi niño interior. Es sencillo, dejar de traicionarnos es uno de los caminos para sanar.

No llevaba una mala vida, solo la sentía ajena. Me fastidiaba madrugar, desayunar de afán, manejar y llegar a sentarme ocho horas en un lugar en el que jamás me imaginé cuando tenía veinte años y soñaba con tragarme el mundo. Recuerdo que en el colegio me divertían dos cosas: escribir y hacer reír, pero de adulto no trabajaba como periodista ni comediante. Solo me jodía en un empleo para pagar servicios y darme lujos de clase media sin emocionarme por lo que hacía. ¿De qué sirve matarnos todos los días por cosas que no nos excitan antes de dormir?

Ignoro cómo pasó pero sé que estoy mejor, sigo con la misma pereza de siempre y pierdo el tiempo en Instagram Netflix y como hamburguesas y tomo Coca Cola pero en lo espiritual me siento bien. Ya no me suelto a llorar de la nada ni me emborracho solo los fines de semana frente al televisor como el Teniente Dan Tylor en Forrest Gump. Me gustaría incluso buscar a las personas a quienes les he hecho daño y decirles que soy un hombre nuevo y ayudarlas también con su proceso. Ayudar da tranquilidad porque es otra forma de amar, más desinteresada que aquella que conocemos.

No siento que me encuentre en un nivel elevado de espiritualidad, al contrario, apenas comencé a ver qué es lo que llevo dentro y falta mucho trabajo. Ahora solo convivo mejor con la idea de felicidad que alguna vez tuve y ahí voy, por lo menos dejé de pedir consejos sobre qué hacer con mi vida y tampoco culpo a los demás por mis fracasos. Aunque la familia, la Iglesia, el colegio, el Gobierno y la publicidad nos llenaran de mierda desde la niñez, ya no estamos para hacer berrinche.

En el fondo me espanta la cantidad de años que uno pierde creyendo que la felicidad es capitalizar. Hay quienes todavía insisten en que lo más importante es tener un cargo alto en una empresa, así tengan que actuar como las personas que odiaban en su adolescencia. Ese es uno de los grandes triunfos del sistema, lograr que nos olvidemos de nosotros mismos a cambio de billete.

Cuando la gente pregunta qué hice para encontrarme y recuperar mi rumbo digo que solo recordé lo que deseaba cuando era un niño. Aunque la verdad es que no hay un método concreto, todos somos diferentes y cada uno de nosotros está roto de formas distintas. La única salida es comenzar de nuevo, ojalá con menos traumas.

Jorge Jiménez

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