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Lo más duro de la cuarentena es darnos cuenta de los vacíos que llevamos y de lo poco que hemos hecho durante nuestro paso por el universo.  Aunque cada uno maneja sus propios conceptos de felicidad y de éxito, sería muy triste morir de coronavirus y saber que lo único que se hizo fue estudiar y trabajar. Por eso me sorprende la gente que solo piensa en salir de esta para reventarse en la rumba o en la empresa produciendo, muchos no quieren sobrevivir para cumplir sus sueños sino para continuar con la vida de consumo y conformismo que llevábamos antes de este mierdero. Vivir es más que tomar trago y bailar y tampoco se trata de hacer plata. Si a estas alturas no hemos entendido eso entonces este encierro ha sido un fracaso.

Tengo 34 años y, por mi parte, si muero mañana, me iría cargado de rabia conmigo mismo por perder tanto tiempo en cosas que jamás aportaron al desarrollo espiritual y personal que busco angustiado hace algunos meses. Hablo de las redes sociales, de las relaciones tóxicas, de las misas en las que un cura nos llenó de culpa más que de amor, de las clases de química en el colegio, de esas amistades a las que uno entrega todo pero al final no recibe ni una llamada y menos un abrazo. También perdimos el tiempo frente al televisor, leyendo memes, viendo videos de caídas graciosas en YouTube, masturbándonos con una mano en los genitales y otra en el celular, criticando a los demás, hablando con nuestras exparejas, fantaseando con volver a ser niños, escuchando a Maluma o simplemente durmiendo. Ese ha sido el error, consumimos más de lo que creamos porque nuestro paso por este mundo se ha limitado solo a devastarlo.

No es que ahora todos tengamos que ser artistas y esforzarnos por producir una obra magistral en tres meses de encierro. A unas personas se les da y a otras no. Pasa con todo, con la cocina, el baile, la pintura, el ejercicio, el sexo, los deportes…. Somos distintos y entenderlo sería un buen punto de partida porque ni siquiera sabemos en qué somos buenos. Por eso es que uno ve en redes sociales tanta pendejada parecida, actuamos como si todos lleváramos la misma vida o estuviéramos marcados por el mismo pasado. No tenemos los huevos de demostrar lo que realmente somos y nos refugiamos en la imitación. Miren nada más Tik Tok, personas usando la infinidad de su cuerpo y de su mente solo para repetir lo que otras ya hicieron. ¿Es todo lo que podemos ofrecer?

En mis contactos hay quienes no se animan a ser ni siquiera porque estemos en el fin del mundo. En Instagram hay gente que canta pero no canta, que escribe pero no escribe, que cocina pero le da miedo cocinar. Así estamos, negándonos incluso cuando tenemos la muerte pisándonos los pies. La gracia de sobrevivir a un fin del mundo es superarnos como especie y no continuar con los mismos miedos y estupideces que nos tienen llenos de ansiedad. Un día vamos a morir y con mayor razón tenemos que intentarlo. Cada uno sabe cuáles sueños tiene pendientes.

Jorge Jiménez

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