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Fotograma de “Noche herida” (Rincón, 2015)

Twitter: @jeroriveracine

Para algunos compatriotas el cine colombiano no existe; para otros, se limita a las películas del 25 de diciembre y a las historias de narcos;  algunos saben que se trata de un cine rico y diverso y, para muchos, Colombia hace películas y documentales. Empiezo haciendo esta distinción por varias razones: el cine colombiano, efectivamente, es un conjunto rico y diverso de películas de todos los géneros y temáticas y las películas pueden abordar una temática puesta en escena (ficción) o presentar una historia surgida de la vida real y recreada narrativamente haciendo gala de toda clase de recursos (documental).  Los documentales, por tanto, son películas tan ricas y complejas como sus homólogas de la ficción.

El documental tiene una larga tradición en el mundo y su desarrollo ha sido muy interesante, pero muchos aun creen que documental es sinónimo de imágenes de mala calidad con un narrador tedioso que describe lo que vemos en la imagen.  Para fines prácticos, podríamos decir que el cine nació con vocación documental y que la ficción llegó algunos años después. Las primeras películas de los Lumiere en Francia mostraban la vida cotidiana sin ninguna intervención ficcional y, como dice Edgar Morin en su libro “El cine y el hombre imaginario”, los primeros espectadores franceses no fueron al cine para ver el mundo si no para verse y reconocerse.  El mismo fenómeno lo vivimos en nuestras familias cuando llegaron las primeras videocámaras y cuando, años después, desempolvamos nuestros videos familiares.

En Colombia, el documental tiene, si se quiere, una tradición más fuerte que la misma ficción.  Los años 60 y 70 fueron ricos en títulos y miradas sobre distintos temas de nuestra realidad y nombres como Martha Rodríguez, Jorge Silva, Carlos Álvarez y Luis Ospina están asociados a películas documentales imprescindibles del cine colombiano. Algunos de sus trabajos son: “Nuestra voz de tierra: memoria y futuro”, “¿Qué es la democracia?”, “Chircales”, “Oiga, mire, vea” y el cortometraje “Agarrando pueblo” de Luis Ospina y Carlos Mayolo, tal vez la mejor crítica a la repudiable tendencia de ciertos documentalistas que explotan la pobreza, a la que los mismo realizadores denominaron “La pornomiseria”.

Hace un mes promoví en Twitter un torneo con famosos documentales colombianos de distintas épocas con el fin de visibilizar estos trabajos y constaté que hay un gran desconocimiento de los mismos. Por eso, hago hoy una reseña de los ocho finalistas (escogidos por los votantes, no por mí) para motivar su búsqueda y visualización. Para tal propósito, indico los sitios en los que pueden verse online, de forma legal.
Comparto, además, los 32 documentales que hicieron parte de esta competencia, con el mismo objetivo:
No hay ninguna descripción de la foto disponible.

En los ocho documentales finalistas puede verse, además, una predilección por los trabajos más recientes por la obvia razón de que son más fáciles de encontrar y están más frescos en la memoria. Allí encontramos documentales de personaje (Señorita María), relacionados con la naturaleza (Amazona, Homo botanicus), de denuncia social (Chircales), sobre nuestro conflicto armado (El testigo, Ciro y yo), el retrato del grupo de cineastas conocido como “El grupo de Cali” (Todo comenzó por el fin) y el divertido falso documental, o mockumentary, Un tigre de papel.

Señorita María, la falda de la montaña (Rubén Mendoza, 2017):

Mendoza, uno de los directores más prolíficos de la nueva generación, es responsable de títulos de ficción importantes como La sociedad del semáforo y Tierra en la lengua, pero también tiene varios documentales muy importantes como El valle sin sombras y Memorias del calavero. En este caso, sigue la conmovedora historia de la señorita María, una campesina transexual de Boavita, Boyacá que debe reafirmar su identidad en un mundo machista e intolerante.  

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Fotograma de “Señorita María, la falda de la montaña” (Mendoza, 2017).

Chircales (Marta Rodríguez y Jorge Silva, 1972):

Sin duda, este documental es uno de los grandes clásicos del cine colombiano.  Hace parte de lo que se conoce como la tendencia militante del cine documental y cuyos principales representantes en Colombia fueron Rodríguez y Silva. El documental es solo parte de un proceso antropológico y de intervención social de sus directores, que convivieron por un largo período de tiempo con una familia trabajadora de las ladrilleras del sur de Bogotá para mostrar en clave de denuncia las injusticias del país. Después de la muerte de Silva, Rodríguez ha tenido un intenso trabajo que la ha llevado a estrenar su más reciente documental, La sinfónica de los Andes en 2020, a sus 87 años.

Un tigre de papel (Luis Ospina, 2008):

Una interesante y controvertida vertiente del documental es el “Mockumentary” o falso documental, que usa los recursos de ficción para contar una historia que tiene tanto de real como de ficticia.  Usando la historia del máximo exponente del collage en Colombia, Pedro Manrique Figueroa, Luis Ospina nos habla de la historia del país con altas dosis de su muy particular humor y sarcasmo.  Disponible para renta y compra en Mowies.

Ciro y yo (Miguel Salazar, 2018):

Colombia es un país de víctimas. Nuestro terrible y prolongado conflicto armado ha sembrado de muerte y terror todo el territorio nacional.  Los noticieros suelen dar las cifras de los muertos y los gobernantes hacen clichés frases como “redoblaremos esfuerzos” y “ordenaremos una investigación exhaustiva” para justificar su incapacidad para frenar esta tragedia humanitaria.  El documental de Salazar se enfoca en lo realmente importante, las víctimas, para contar la historia de dolor y perdón de un hombre que ha sido víctima de todos los actores del conflicto. Disponible para renta en Cine Play de Cineplex.

Todo comenzó por el fin (Luis Ospina, 2015):

El grupo de cali estaba conformado por jóvenes artistas irreverentes, a medio camino entre la vida burguesa y el hippismo, que con sus trabajos literarios y audiovisuales “revolcaron” la escena artística caleña. Nombres como Luis Ospina, Andrés Caicedo, Carlos Mayolo, Sandro Romero y Eduardo Carvajal aparecen en el imaginario cultural de Cali y de Colombia y en este documental de Ospina vuelven a aparecer.  El mismo Ospina afirmó en alguna oportunidad que se enorgullecía de ser uno de los promotores de ese mito en que se había convertido el grupo y en este maravilloso documental asistimos a su recorrido desde la óptica de un moribundo que quiere dejar al mundo su último legado.  Disponible gratuitamente en Retina Latina.

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Fotograma de “Todo comenzó por el fin” (Ospina, 2015).

Homo Botanicus (Guillermo Quintero, 2018):

Esta película constituye un doble homenaje: a la biodiversidad de Colombia, un país que ostenta varios records mundiales con sus valiosos recursos naturales y el de un discípulo a su maestro, el reconocido botánico Julio Betancur. El documental acompaña a los científicos en su viaje de descubrimiento en que, más allá de catalogar las distintas especies, aprenden también más sobre sí mismos. Disponible para renta o compra en Mowies.

Amazona (Clare Weiskopf y Nicolás Van Hemelryck, 2016):

Aquí puedes ver mis comentarios sobre esta película, realizados en el dossier de CBCine con las mejores películas del 2017. Disponible gratuitamente en Retina Latina.

El testigo (Kate Horne, 2018):

Es difícil armonizar en un trabajo el dolor y la ternura, pero este documental une las dos miradas para narrar la dureza de nuestra violencia desde la óptica sencilla y amorosa de un testigo de excepción: el reportero gráfico Jesús Abad Colorado, un artista con gran sensibilidad que ha retratado con su lente algunos de los momentos más dolorosos de la vida nacional.  Disponible en Netflix.

Finalmente, les comparto el especial que hice en mi canal de Youtube sobre el tema de este artículo y los invito para que se suscriban, activen las notificaciones y se conecten con nosotros todos los sábados a las 3 pm, para hablar de temas de cine y televisión.

Además de los documentales mencionados, comparto algunos artículos que he escrito sobre otros documentales colombianos:
El silencio de los fusiles
Carta a una sombra
The smiling Lombana
Noche herida
La sinfónica de los Andes
La fortaleza

Aprovecho también para compartir con ustedes el trabajo que hice para la iniciativa “Hojas de ruta”,  promovida por el Círculo bogotano de críticos de cine (CBCine) con apoyo del Ministerio de Cultura.  Este trabajo consistió en una minuciosa cartografía de los realizadores audiovisuales en el país.  Aquí puede conocer todo el proyecto. Mi indagación, sobre la región de Santander, puede leerse aquí: Santander: cine en construcción
También pueden encontrar en el sitio las entrevistas que hice a los directores santandereanos Iván Gaona, Alberto Gómez Peña y Andrés Torres.

Para ver más textos sobre cine y cultura, visita Jerónimo Rivera Presenta.

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PERFIL
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Jerónimo Rivera Betancur: Doctor en comunicación. Profesor universitario, autor de seis libros sobre cine, investigador en temas de imagen y cultura y fundador de la Red Iberoamericana de Investigadores Audiovisuales pero, antes que nada, cinéfilo. Web: www.jeronimorivera.com Canal de Youtube: Amigos del Cine.

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Me encantan, estos avances. Me encantan.

The interpreter (para nosotros, La intérprete, y como cosa rara, el título en español significa lo mismo que en el idioma original) es un filme dirigido por el estadounidense Sydney Pollack, estrenado en cines en dos mil cinco. El guión condujo a Pollack a grabar en las propias instalaciones de la ONU (localizadas en territorio internacional dentro de Nueva York), una historia con tintes políticos que recuerdan la situación más o menos reciente del actual presidente de Zimbabwe.

Estaba viendo hace unas horas cierta película francesa realizada exclusivamente para televisión hace unos años, no muy conocida por cierto, y me asaltó una duda que tenía desde hace un tiempo y que se avivó luego de ver La intérprete. La duda es la siguiente:

Lo más seguro es que todos conozcamos el aviso que aparece, usualmente escondido al final de los créditos de algunas películas, que dice lo siguiente, palabras más, palabras menos: "Los hechos relatados en esta película son puramente ficticios y no deben relacionarse con eventos pasados, actuales o futuros. (...) Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia."
Yo me pregunto: luego de ver una película que parece un documental acerca de una situación actual, ya sea ésta una realidad o no, ¿qué sentido tiene recurrir a este mensaje, si de cualquier manera los espectadores van a hacer la relación?

Es claro, hay que decir, que no todo el mundo tiene por qué captar estos parecidos. Pero los que sí los captan, lo comunican a los demás, y al final la película pasa a verse como lo que realmente es: una crítica por parte del realizador hacia una situación en particular. Punto. No importa qué tan imparcial se pretenda ser, haciendo uso del mencionado avisito.

En fin, no entiendo esta actitud, si de verdad algunos pretenden protegerse bajo dicho mensaje. Quisiera creer que lo colocan no porque no pretendan dar la cara luego de dar la opinión, sino porque es una especie de requisito, un asunto legal de obligatoria aparición al final de todos los créditos de todas las películas de todos los géneros. Aunque al final, sólo quien tuvo la idea de escribir la historia como quedó escrita es quien sabe qué opinión tiene.

Él y sólo él.

-

Sobre la película, hay un dato lingüístico interesante; se creó un lenguaje nuevo (lo llamaron "Ku"), con sus propias palabras, conjugaciones, reglas... es decir, un lenguaje aparte, sostenible por sí solo, basado en lenguajes existentes en el sur de África, pero que "aunque sería reconocido por habitantes de la zona (...), los confundiría", debido a su estructura gramatical, leo por aquí. En todas partes encuentro que el creador de este lenguaje es Said el-Gheithy, director del Centre for African Language Learning en Londres. En general, no encuentro muchas críticas positivas para la película, pero a mí me gustó.

Me encanta leer la columna Contravía, escrita por Eduardo Escobar. Y la de hoy termina con una reflexión que encuentro parecida a cierto diálogo de La intérprete. Aquí va el diálogo, para terminar y dejar de ocupar su tiempo, estimado lector. Lo traduzco burdamente, pero espero que se mantenga la idea.

Silvia Broome: (...) Siempre que alguien pierde a un ser querido, quiere vengarse de alguien más, o de Dios, a falta de alguien. Pero en África, en Matobo, los Ku creen que la única manera de poner fin al dolor es salvando una vida. Si alguien es asesinado, luego de un año de duelo se realiza un ritual llamado "la fiesta del ahogado". Se hace una fiesta durante toda la noche, junto al río. Al amanecer, el asesino es montado en un bote. Se lleva al agua y se le tira allí, amarrado, para que no pueda nadar. Entonces la familia doliente debe tomar una decisión; pueden dejar que se ahogue, o pueden lanzarse a salvarlo. Los Ku creen que si la familia deja que el asesino se ahogue, se hará justicia, pero pasarán el resto de sus vidas de duelo. Pero si lo salvan, entonces admitirán que la vida no siempre es es justa, y a cambio ese acto los liberará del dolor.


dancastell89@gmail.com

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