Hay quienes nos ven diferente por ciertas características con las que no escogimos nacer y nos tratan como si fuese algo malo. En mi caso, como el de muchos, es la homofobia la que me atemoriza, cohíbe y, en ciertos casos, la que me hace sentir avergonzado, aunque no debería ser así.
Es lunes, parece un día cualquiera, y Adriana, de 16 años, debe ir al colegio. De camino a su institución educativa, son muchas las miradas que recibe. Desde sus carros los hombre le hacen señas y le dicen todo tipo de cosas que la hacen sentir insegura e incómoda, y que transforman su trayecto al colegio en una pesadilla.
Cuando llega se siente más tranquila, están esperándola, no es tan buena estudiante pero tiene muchos amigos que le hacen sentir que ir al colegio vale la pena.
Andrés, por su parte, es un chico universitario de 23 años al que le cuesta relacionarse con sus compañeros, pues no le gusta salir a tomar cada ocho días o hacer deporte. Sus amigos le dicen que es ‘raro’ porque no lleva chicas diferentes a su casa cada semana, y aunque no es homosexual le dicen «maricón». Él no entiende por qué debería tomar esto como un insulto, y todo tan solo porque no encaja dentro de un estereotipo «masculino» de hombre heterosexual.
Julián, en cambio, es homosexual, va al gimnasio, cuida su apariencia, le gusta salir cada fin de semana a bailar, juega fútbol y es de los mejores en su equipo. Sus amigos no saben que es homosexual, pues muchas chicas le hablan y le coquetean. Pero él sufre internamente, pues aunque no le llaman «maricón» -y eso en parte lo alivia-, no entiende por qué no puede ser él mismo sin el temor a ser discriminado o etiquetado como menos «masculino» por tener una orientación sexual diferente.
Y en cuanto a Alejandra, ella es una chica muy atractiva y tiene novia, pero muchos hombres creen que solo es una etapa, que simplemente se trata de «ganas de provocarlos». Ellos han intentado «arreglarla» para que le gusten los hombres, y aún cuando ella no accede la acechan, la persiguen y no le permiten disfrutar a plenitud la relación con su novia. De hecho, esta es una situación que le molesta a la pareja de Alejandra, quien no aguanta tanta presión y prefiere terminar la relación.
Casos como los anteriores ocurren a diario en Bogotá, y son situaciones que no te permiten ser tú mismo. Los estereotipos están muy marcados, y si no te ajustas a ellos eres tildado de «raro», te atemorizan, coartan tu libertad y te impiden disfrutar con plenitud de tu vida. Y la verdad es difícil encajar cuando somos seres tan diversos.
El machismo afecta principalmente a las mujeres, pero también a los mismos hombres que deben mantener una estatus de «macho» que reafirme su masculinidad diariamente, aunque no se identifiquen plenamente con ella. Debemos aprender a vivir sin etiquetas, pues si seguimos reforzando estos estereotipos no viviremos con libertad y seguiremos estancados en una sociedad que privilegia la violencia, el irrespeto y el odio sobre el amor, la autodeterminación, y la paz.
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