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Tal vez el monopatín hizo parte de su infancia como una entretenida manera de pasar el rato ya fuera con algún familiar, amigo, o vecino. Lo que tal vez jamás llegó a pensar es que esa sería una opción de movilidad que hoy en día es usada por ejecutivos, estudiantes, y todo aquel que desea evitarse el trancón, contribuir con el medio ambiente o, simplemente, movilizarse de manera alternativa y rápida por la ciudad; un fenómeno que no solo ocurre en Bogotá sino que se está replicando por varias capitales del mundo. Las patinetas eléctricas parecen haber llegado para quedarse; y como con cada aparición novedosa, surgen dudas y retos que nos obligan a replantear la manera en que vemos las cosas. En este caso, ‘la movilidad’ y con ella se habla también de la seguridad, el costo-beneficio, y el espacio público.

 

Patinetas Eléctricas de 3 de las plataformas que prestan el servicio en Bogotá. Foto: Wilmar Perdomo

Patinetas Eléctricas de 3 de las plataformas que prestan el servicio en Bogotá. Foto: Wilmar Perdomo

¿Cómo empezó?

A finales de 2018, en el Norte de Bogotá, comenzaron a hacerse visibles las scooters de Grin, una startup mexicana que si bien no fue la primera en comenzar su operación (la primera fue Cosmic Go), sí fue la que mayor inversión realizó, lo que le permitió posicionarse dentro de las plataformas que prestan este servicio como la más destacada.

En principio la alcaldía local de Chapinero incautó 40 de estas patinetas por uso indebido del espacio público para aprovechamiento de actividades económicas no permitidas sin cumplir los parámetros establecidos en Ley 1801/16. No obstante, Grin se reunió con el Alcalde Menor de esta localidad y pudieron continuar su operación.

 

¿Cómo funcionan?

-En primer lugar, el usuario debe tener instalada en su smartphone la aplicación de cualquiera de las plataformas (Grin, Lime, Cosmic Go, etc.).

-Después de tener activado el bluetooth del teléfono, hay que escanea el código QR ubicado sobre el manubrio de la patineta.

-Desbloquearla cuesta entre $1.500 y $2.000. Luego, cada minuto cuesta $300 pesos aproximadamente.

-Para pagar puede vincular la App a una tarjeta de crédito, una tarjeta virtual recargable, o pagar previamente en los puestos autorizados que tienen convenio con cada plataforma.

 

¿Actualmente existe alguna regulación para estas plataformas?

Este año se expidió la resolución 209, que establece el protocolo para el aprovechamiento económico del espacio público por el alquiler o uso compartido de patinetas o bicicletas, así los empresarios interesados deben firmar un contrato con la Alcaldía Mayor para poder prestar dicho servicio.

También se estipulan temas de seguridad, las normas para los usuarios y los espacios que deben usar estas patinetas o bicicletas. La Secretaría de Movilidad será la encargada de delimitar dichas zonas que, además, contarán con un cupo limitado; esto implica que el Distrito autorizará áreas de calzadas vehiculares en las que podrá desarrollarse esta actividad. Así, el aprovechador deberá retribuirle en dinero, especie o mixto al Distrito por uso del espacio público.

Quienes proveen el servicio deben informar a los usuarios, a través de avisos, sobre los protocolos de este medio de transporte, normas de circulación, multas, recargos, entre otras.

La velocidad de las patinetas no podrá superar los 20 kilómetros por hora, deberán contar con freno en buen estado, timbre, luz blanca delantera, luz roja trasera, pie de apoyo, dispositivo para su geolocalización y número único de identificación visible.

La resolución señala las zonas en las que no se podrá operar el alquiler, pero aún no especifica las zonas en las que sí se permite.

El documento de 22 páginas, sin embargo, especifica incluso una fórmula para calcular la retribución que el aprovechador deberá pagar al distrito de acuerdo a múltiples factores, entre esos: el área requerida por patineta, el área real ocupada por patineta, estrato, valor del suelo, aglomeración de patinetas en el espacio público para la empresa, entre otras.

 

Mi opinión

Desconocer las ventajas y beneficios que las scooters pueden traer a nuestra ciudad en temas de movilidad sería necio. A pesar de eso, resulta inevitable hacer críticas y plantearse algunos cuestionamientos en torno a cómo mejorar e integrar a la ciudad estos modos alternativos de transporte.

En particular, me llama la atención que el servicio solo funciona en algunos sectores de la ciudad, naturalmente los sectores más acomodados, cerca a universidades, comercios, y oficinas. Si permitimos que estas empresas aprovechen nuestro espacio público, sería ideal pensar también en una función social que integre el transporte público con este modelo. Esto puede resultar más provechoso para la ciudad que el recibir dinero. Integrarlo al transporte masivo como TransMilenio también ayudaría a descongestionar aquellos trayectos cortos como los de los buses ‘alimentadores’ y ‘complementarios’. Además, facilitar su uso puede incrementar los viajes y aumentar las ganancias de dichas empresas.

Hace poco, precisamente, se llevó a cabo una alianza entre Grin y TransMilenio, algo a destacar y claramente positivo. Sin embargo, la alianza no tiene en cuenta tarifas preferenciales, transbordos o algún tipo de incentivo a cambio del uso del espacio público. Por eso debemos pensar en cómo fortalecer lo público aprendiendo de lo privado, teniendo en cuenta, además, la deuda que tenemos como ciudad con un sistema público de bicicletas compartidas.

Además de masificar el servicio y llevarlo a más localidades en Bogotá, es necesario pensar en cómo desarrollamos o reinventamos la infraestructura de la ciudad para este tipo de vehículos que, claramente, representan un peligro para los peatones y un peligro para los mismos usuarios en las vías junto a otros vehículos. Y aunque las ciclorrutas parecen estar supliendo dicha demanda, debemos tener en cuenta que no es la infraestructura planificada para estos usos.

El tema del costo es algo complejo. Mantener estas patinetas no resulta nada barato, la logística, la carga y tener que recogerlas todas las noches para volver a repartirlas hace que un recorrido en una patineta de estas cueste casi lo mismo que una carrera mínima en taxi. Sin embargo, ahorrarse el tiempo y estrés del tráfico parece sumarle puntos a esta opción de transporte que, en todo caso, está pensado para trayectos cortos.

Por último, el tema del espacio público me preocupa. Mientras diariamente son desalojados y perseguidos varios vendedores informales que no cuentan con estabilidad laboral, pareciera que gozan de más derechos y beneficios las patinetas que aquellos seres humanos que buscan el sustento de sus familias. Debemos repensar el espacio público como un sitio en el que todos podamos encontrarnos sin impedir el libre acceso y circulación de los ciudadanos.

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Pianista, Consejero Consultivo LGBT de Bogotá, Profesor y Estudiante de Música.

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