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De pronto lo tuviste a tu lado mucho tiempo. Pero para ti era solo un empleado más. O si tú eras el empleado, siempre creías que tu jefe no era más que otro millonario de mierda.

Cada vez que vas a ese supermercado, te quedabas mirando los precios y murmurabas para ti que esos bandidos se enriquecen a costa tuya.

Cuando hablabas con tu hijo al llegar del trabajo, enfurecías porque ese profesor siempre le llamaba la atención y le ponía notas que para ti no eran justas. ¡Esos profesores son todos comunistas!, solías estallar.

No podías ver que tu alcalde aparecía en televisión porque lo primero que salía por tu boca era una frase de desconfianza. “Todos son la misma vaina. La diferencia es que unos roban y hacen y otros solo roban”. Y cuando el que aparece es el Presidente, era como si vieras al diablo. “De verdad que cualquiera puede ser presidente”, sentenciabas pensando que este es más malo que los otros.

Juan Pablo Rueda / EL TIEMPO

Cuando te reunías con tus amigos mirabas de reojo a ese, el que siempre hablaba más, sonreía más y llegaba siempre en esos seis metros de automóvil que tú envidias. “Quién sabe de dónde habrá venido esa plata”, rumiabas para tus adentros.

Agarrabas el periódico con indiferencia y ya no querías escuchar la radio ni ver la televisión porque para ti, siempre, todos esos periodistas estaban vendidos. “Solo informan lo que les conviene”, repetías a los cuatro vientos.

Renegabas cuando tu EPS te daba cita con un médico general porque para ti, “…esos principiantes no saben nada. Ni siquiera te miran la cara cuando uno va a consulta. A los médicos solo les importa la plata”, recitabas muy convencido.

Y es que para ti, y para muchos de los que ahora están leyendo esta columna, Colombia es un país cuya desgracia, precisamente,  son los colombianos. Eres de los que se acostumbró a ver el vaso medio vacío y a encontrar siempre la maldad en el rostro de los otros.

Se te olvidó que en Colombia -y en el mundo- también hay gente buena. Esa misma gente que hoy le está haciendo frente a la pandemia más grande de los últimos cien años y que tiene contra las cuerdas al mundo entero. Esa misma que pensaste que solo le daba a los ricos pero que ahora ves con terror que todos se pueden contagiar.

Ese empleado al que ni le conoces el nombre, o ese jefe al que desprecias, han puesto un grano de arena para mitigar el dolor. Tu jefe mantiene tu sueldo mientras te cuidas en tu casa y además, donó mercados y ayudas a los más pobres. Juan, el empleado, se unió con amigos para promover ayuda a los que la necesitan.

El supermercado del que despotricas armó más de treinta mil ayudas para los más pobres, mientras que los profesores, a los que insultabas a diario, siguen enseñando desde sus casas durante horas y horas a tu hijo y a los de todos, mientras tú ves televisión comiendo papas fritas con Coca cola.

El joven médico del que mal hablas está dispuesto a dar su vida por la de los otros, a costa de un sueldo irrisorio para su profesión. Él se expone a diario atendiendo a todos los que sientan los síntomas de esa enfermedad a la que tanto le temes y de la que ya no quieres ni decir su nombre. Tú, ahí en el sofá, mientras que médicos y personal de enfermería y auxiliares, se la juegan por todos.

Si no te das cuenta, la prensa no se ha detenido. Los periodistas están ahí afuera para que tú puedas estar informado de, entre otras cosas, cómo va la enfermedad y cómo ese alcalde y ese presidente a los que sigues cuestionando en medio de una crisis que debe unirnos, no se detienen en tomar todas las medidas posibles para los que no tienen un sueldo seguro y una alacena llena, como tú, puedan sobrevivir en medio de la tragedia.

Lo mismo que hace ese amigo del automóvil caro y ropa de lino: sin que tú lo sepas dona, ayuda, promueve solidaridad y recauda fondos para ayudar a otros.

No es el momento para rencores. Es la hora de construir. Es la hora de celebrar la amistad. De respetar al otro. De apoyarnos. No importa si eres santista, petrista o uribista: lo que Colombia necesita no son fanáticos de partidos o apolíticos blasfemadores. Lo que necesita son colombianos: sí. Colombianos con el corazón así de grande que sean capaces de encender una luz de esperanza en medio de la tragedia que está enlutando al mundo.

Ellos, los buenos, están ahí tratando de mitigar la desgracia. Esos mismos que están demostrando que la solidaridad, la sensibilidad y la vocación de servir, sí puede cambiar al mundo.

Lástima que tuvimos que esperar que un virus microscópico se metiera dentro de nosotros, para que pudiéramos valorarlo.

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PERFIL
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Mi estilo narrativo tiene una identidad lograda a través de 35 años de ejercicio del periodismo y de la docencia universitaria. Me desempeñé durante nueve años como Jefe de Redacción de El Heraldo. Actualmente soy columnista del portal web Zonacero.com de gran lecturabilidad en la costa caribe colombiana y me desempeño como Profesor de tiempo Completo de la Universidad Autónoma donde dirijo, además, la Escuela de periodismo Álvaro Cepeda Samudio de la misma institución, una actividad extracurricular que pretende formar un semillero de nuevos periodistas con los estudiantes que tengan más vocación para ello.

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Comienzo por lo que me trajo aquí:



Me encantan, estos avances. Me encantan.

The interpreter (para nosotros, La intérprete, y como cosa rara, el título en español significa lo mismo que en el idioma original) es un filme dirigido por el estadounidense Sydney Pollack, estrenado en cines en dos mil cinco. El guión condujo a Pollack a grabar en las propias instalaciones de la ONU (localizadas en territorio internacional dentro de Nueva York), una historia con tintes políticos que recuerdan la situación más o menos reciente del actual presidente de Zimbabwe.

Estaba viendo hace unas horas cierta película francesa realizada exclusivamente para televisión hace unos años, no muy conocida por cierto, y me asaltó una duda que tenía desde hace un tiempo y que se avivó luego de ver La intérprete. La duda es la siguiente:

Lo más seguro es que todos conozcamos el aviso que aparece, usualmente escondido al final de los créditos de algunas películas, que dice lo siguiente, palabras más, palabras menos: "Los hechos relatados en esta película son puramente ficticios y no deben relacionarse con eventos pasados, actuales o futuros. (...) Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia."
Yo me pregunto: luego de ver una película que parece un documental acerca de una situación actual, ya sea ésta una realidad o no, ¿qué sentido tiene recurrir a este mensaje, si de cualquier manera los espectadores van a hacer la relación?

Es claro, hay que decir, que no todo el mundo tiene por qué captar estos parecidos. Pero los que sí los captan, lo comunican a los demás, y al final la película pasa a verse como lo que realmente es: una crítica por parte del realizador hacia una situación en particular. Punto. No importa qué tan imparcial se pretenda ser, haciendo uso del mencionado avisito.

En fin, no entiendo esta actitud, si de verdad algunos pretenden protegerse bajo dicho mensaje. Quisiera creer que lo colocan no porque no pretendan dar la cara luego de dar la opinión, sino porque es una especie de requisito, un asunto legal de obligatoria aparición al final de todos los créditos de todas las películas de todos los géneros. Aunque al final, sólo quien tuvo la idea de escribir la historia como quedó escrita es quien sabe qué opinión tiene.

Él y sólo él.

-

Sobre la película, hay un dato lingüístico interesante; se creó un lenguaje nuevo (lo llamaron "Ku"), con sus propias palabras, conjugaciones, reglas... es decir, un lenguaje aparte, sostenible por sí solo, basado en lenguajes existentes en el sur de África, pero que "aunque sería reconocido por habitantes de la zona (...), los confundiría", debido a su estructura gramatical, leo por aquí. En todas partes encuentro que el creador de este lenguaje es Said el-Gheithy, director del Centre for African Language Learning en Londres. En general, no encuentro muchas críticas positivas para la película, pero a mí me gustó.

Me encanta leer la columna Contravía, escrita por Eduardo Escobar. Y la de hoy termina con una reflexión que encuentro parecida a cierto diálogo de La intérprete. Aquí va el diálogo, para terminar y dejar de ocupar su tiempo, estimado lector. Lo traduzco burdamente, pero espero que se mantenga la idea.

Silvia Broome: (...) Siempre que alguien pierde a un ser querido, quiere vengarse de alguien más, o de Dios, a falta de alguien. Pero en África, en Matobo, los Ku creen que la única manera de poner fin al dolor es salvando una vida. Si alguien es asesinado, luego de un año de duelo se realiza un ritual llamado "la fiesta del ahogado". Se hace una fiesta durante toda la noche, junto al río. Al amanecer, el asesino es montado en un bote. Se lleva al agua y se le tira allí, amarrado, para que no pueda nadar. Entonces la familia doliente debe tomar una decisión; pueden dejar que se ahogue, o pueden lanzarse a salvarlo. Los Ku creen que si la familia deja que el asesino se ahogue, se hará justicia, pero pasarán el resto de sus vidas de duelo. Pero si lo salvan, entonces admitirán que la vida no siempre es es justa, y a cambio ese acto los liberará del dolor.


dancastell89@gmail.com

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3 Comentarios
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  1. como profesora que fui compre unos pequeños apartamentos para vivir de su arriendo creyeron que si
    no se pagaba el agua menos arriendos, a quien se acudepara que se cumpla esta obligacion como se
    habia hecho hasta ahora? de lo contrario de que vivir y como cumplir compromisos a los que jamas falto como me lo indica mi conciencia ?

  2. que hacemos los que vivimos de unos apartamentos que arrendamos y ahora creen los que los habitan que no tienen que pagar el arriendo cuando supieron que no se pagaria agua y otros servicios

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