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La arena estaba tan caliente que los dos pares de zapatos que iban andando estaban a punto de derretirse. Habían caminado cerca de dos horas y la poca reserva de agua que tenían comenzaba a acabarse. Eran dos pares de zapatos citadinos que estaban participando en una maratón de esas extrañas que atraviesan el desierto con los cordones amarrados. Se habían perdido por la clásica ilusión del manantial, frutas y verduras que ofrece la locura y el sopor del calor.
Caminaban, caminaban y caminaban y sin darse cuenta solo círculos daban. El cielo empezaba a oscurecerse, y la temperatura comenzaba a bajar, se juntaban tanto que sus suelas se chocaban y por la presión de no llegar a ningún lugar decidieron parar, no sin antes asegurarse una vez más de cuanta agua podían tomar.
Los animales del desierto comenzaban a acechar, chulos y demás, iniciaban a rondar. Los zapatos arrunchados entre cordones no paraban de llorar, pidiéndole a Dios que algún día la tortura fuera a cesar y así fue, sin más, paso una ventisca antes de aclarar, que se llevo los zapatos a viajar. Rompiendo los cordones y separándolos para siempre en el antiguo mar. Cuando aterrizaron se lanzaron a caminar uno hacia el sur y el otro hacia el norte queriéndose encontrar, pero mientras más caminaban su suela más se gastaba y en el desierto el calor no paraba, hasta que ambos zapatos uno en el norte y otro el sur no pudieron buscarse más y fundidos en el desierto se tuvieron que olvidar…
@1albarracin