Caminaba un anciano por la carrera septima como quien va hacía el parque nacional. A muy temprana edad le habían descubierto una enfermedad, de esas en las que Dios escoge a una persona en un millón pa’ que le de. Mientras caminaba recordaba las tres protocolarias visitas a médicos en donde cada uno le diría que su condromalacia no tendría cura y que en algún momento de su vida terminaría en una silla de ruedas, pero gracias a la divina providencia, a los aceites mágicos que le untaba su mamá en las rodillas y a uno que otro tratamiento de científico loco. De esos que tienen agujas grandes y mezclas de brebajes que luego se inyectan, el anciano había podido estar de pie y seguir caminando por 27 cortos años.
Capitulo uno Estábamos parados como pelotón de fusilamiento, todos frente al tablero. Mi mamá había propuesto que los que habíamos perdido cuatro materias nos comprometiéramos a no perder nada en el siguiente periodo. Sin embargo, con promesa y todo, en el siguiente...
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