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Sandra Beltrán se alistaba para pagar el mercado en la tienda de su cuadra cuando oyó a través del radio de una de las cajas de pago que en el sótano del Palacio de Justicia sonaba un fuerte tiroteo. De inmediato pensó en su hermano Bernardo, que trabajaba como mesero en la cafetería del primer piso del Palacio y corrió a casa a contarle a su familia, olvidando la canasta del mercado en uno de los pasillos.

Bernardo había salido a trotar esa madrugada y se encontró con Sandra en la cocina al regreso. Desayunaron juntos y luego de que él se alistara, lo acompañó hasta la puerta de la casa y le deseó un buen día. Hoy todavía recuerda la emoción con la que Bernardo salía todas las mañanas hacia su trabajo, en donde lo habían contratado tres meses antes. Lleno de ilusión, imaginaba que conocer a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia podría ayudarlo a escalar profesionalmente, para que su madre no tuviera que volver a trabajar en las difíciles condiciones del sector textilero. Planchaba su camisa la noche anterior y le insistía particularmente a sus hermanos que para salir adelante debían siempre mantener la pulcritud y la elegancia.

Bernardo Beltrán Foto: cortesía familia Beltrán

Pero Bernardo no aparecía y a medida que pasaban las horas, llegaban más personas a la casa de la familia Beltrán, en la localidad de Fontibón, buscando recibir cualquier noticia sobre su suerte. Durante el primer día de la toma del Palacio su nombre no figuró entre las listas de los rescatados y nadie logró comunicarse con él. Las imágenes de los tanques que destruían la imponente entrada principal destemplaban a María de Jesús y a Bernardo, los padres de la familia Beltrán, quienes no soportaban imaginar que su hijo de 24 años estuviera en medio de un combate tan feroz. Cada vez más vecinos preocupados llegaban a la sala, para acompañar las cadenas de oraciones por Bernardo. En medio de lo poco que podía hacer, la familia decidió esperar a que regresara a casa esa noche, con la esperanza de que la guerrilla dejaría ir a los rehenes que no tuvieran estatus político.

Al amanecer, las imágenes de las llamas que devoraban el Palacio despertaron a los Beltrán después de una larga noche de poco sueño y angustiados ante la falta de noticias, los padres de Bernardo decidieron salir hacia el Palacio de Justicia para averiguar por su paradero. Al encontrar la Plaza de Bolívar acordonada por el ejército, en medio de las ráfagas que sonaban en el fondo, María de Jesús se acercó a uno de los soldados y le contó que buscaba noticias de su hijo que trabajaba en la cafetería del Palacio. Sin prestarle demasiada atención, le sugirió que se dirigiera al Cantón Norte, donde estaban siendo conducidos algunos de los rescatados que no habían logrado explicar el motivo de su presencia en el Palacio.

Pero la esperanza fue corta, y rápidamente en el Cantón Norte fueron despachados con un argumento que se convertiría en una verdad oficial que tardó décadas en ser desmentida. Un oficial les aseguró que ningún rescatado del Palacio de Justicia había sido retenido en guarniciones militares. La confusión fue aún mayor cuando un cliente frecuente de la cafetería del Palacio de Justicia que trabajaba en el Fondo Rotatorio de la Aduana llamó a la familia Beltrán y afirmó haber visto a Bernardo salir con vida, conducido por un uniformado. Sin embargo, ni él ni sus compañeros de trabajo regresaron a casa, a pesar de todas las pruebas que demuestran que sobrevivieron a la tragedia.

A pesar de que los días pasaron, el cuarto de Bernardo se quedó tal como lo dejó el último día que despertó en su casa y para su familia se convirtió en un altar. Sus discos de los Beatles aún los conserva Sandra, al lado de los trofeos de los torneos de fútbol que ganó en su adolescencia. Y hasta sus últimos días, doña María de Jesús mantuvo ordenada cada esquina de su hogar con la esperanza de que si Bernardo regresaba, encontrara todo organizado. Sandra cuenta que su madre murió en 1999, con la tristeza profunda de no haber vuelto a ver a su hijo.

Pasaron veinte años de incertidumbre y de frustración antes de que la familia Beltrán recibiera noticias de Bernardo. Recién comenzada la década de los 2000, fueron citados a la Fiscalía y desde una pantalla gigante fue proyectado un video de la Televisión Española que capturaba por pocos segundos la salida con vida de Bernardo, aparentemente detenido por un soldado. Después de veinte años sin haber visto a su hermano, Sandra se paró de su asiento y corrió hacia la pantalla, alcanzando a pensar por un instante que Bernardo se acercaba a ella. Pero de inmediato se dio cuenta de que el video abría más preguntas que las que respondía, mientras repetía por horas enteras los pocos segundos que mostraban su salida con vida del Palacio, visiblemente confundido y asustado.

A la izquierda en la segunda fila, Bernardo con su equipo de fútbol. Foto: cortesía familia Beltrán

El año pasado, el presidente Santos reconoció la responsabilidad del Estado en la desaparición de los empleados de la cafetería del Palacio de Justicia, pero solo los restos de cuatro han aparecido y la verdad sobre lo ocurrido sigue siendo un misterio.

Nada podrá devolverle a los Beltrán lo sufrido por la desaparición de su hijo. Tampoco podrá regresar Bernardo a la vida que le fue arrebatada por la fatal coincidencia de estar en el lugar de una tragedia. Su juventud, sus deseos de ascender laboralmente y el sueño de casarse para formar un hogar ahora solo viven en el recuerdo de su familia. Su presencia se ha mantenido suspendida para ellos a lo largo de los años, en medio de la tristeza propia de quien llama desesperado a un ser querido sin poder recibir respuesta. La desaparición forzada no solo acabó con la vida de Bernardo sino también de su familia, que lleva 31 años sin la posibilidad de cerrar ese capítulo de incertidumbre y dolor.

Fotos: cortesía familia Beltrán. En la foto con su equipo de fútbol, Bernardo aparece a la izquierda en la segunda fila.

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