
Cerrar un capítulo de violencia como el colombiano en gran medida depende de los esfuerzos para construir procesos de memoria histórica y de rehumanización de los actores enfrentados. Por eso será en el marco de la consolidación de la paz en Colombia cuando más tendrá que ser recordado lo que ocurrió durante las largas décadas del conflicto, pues de la construcción de nuevos discursos depende en gran parte que la historia no se repita.
Desde hace ya muchos años, la teoría política y la disciplina de la construcción de paz han establecido una clara diferencia entre las figuras de la paz negociada y del triunfo militar de un ejército sobre su contrincante. Para explicarlo brevemente, cuando un actor vence a su oponente, es construido y reproducido un discurso oficial sobre lo ocurrido en los años de enfrentamiento, en donde rara vez los errores del ganador llegan a ser mencionados y en cambio el agente derrotado pasa a cargar el mayor saldo de las culpas históricas.
En Colombia se mantuvo en pie durante años el proyecto de derrotar por la vía militar a las guerrillas, lo cual le permitió al Estado evitar el reconocimiento de su culpa en numerosos crímenes en los que su participación fue comprobada. Fue también durante ese contexto que dentro del imaginario colectivo las guerrillas insurgentes pasaron a ser el único enemigo público, una impresión que tendrá que replantearse si se desea construir un balance final y objetivo de un conflicto en el que todos los actores cometieron excesos.
La figura de la paz negociada entre dos bandos, por otro lado, parte de la premisa de que los ejércitos regulares e irregulares enfrentados comparten responsabilidades -aunque no simétricas- en el marco del conflicto. La negociación de la paz permite llegar a puntos intermedios, en donde ambas partes ceden en sus demandas y por consiguiente, también logran mantener unos mínimos de dignidad. Esta manera de resolver un conflicto ha demostrado ser más viable para los actores involucrados y más estable que la del triunfo militar, pues busca solucionar las causas estructurales del conflicto.
El reconocimiento de los actores enfrentados como pares humanos será uno de los logros más importantes del acuerdo de paz de La Habana, si todo sale como se espera. La salida pacífica no solo tiene el objetivo de reducir los escenarios violentos, sino también de remover los discursos que reproducen el odio en el lenguaje de los colombianos. Esta complicada tarea necesita que de una vez por todas sean eliminados los ideales de héroes y de villanos; de buenos y de malos, y se entienda el conflicto como un enfrentamiento entre seres humanos capaces de reconciliarse, que por encima de todo dejó un ignominioso saldo de víctimas.
Ninguna nación está condenada a una guerra perpetua. La decisión de trasladar un conflicto armado a la arena política ha demostrado ser una alternativa exitosa en naciones de todo el mundo. Pero un proyecto de transición hacia la paz también requiere de procesos desde la ciudadanía que le apuesten a la rehumanización de sus antiguos contrincantes y que ofrezca posibilidades reales de segundas oportunidades. El objetivo de fondo del proceso de paz debe ser la eliminación de la violencia como mecanismo de solución de conflictos en todas las esferas de la vida civil, y para eso tendrán que ser eliminados los discursos que conducen al odio y a la exclusión.
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