La vida es como una máquina sacapeluches en la que todos queremos ser rescatados. Algunos son lampiños, insípidos, otros peludos, felpudos, con luces de colores, ojos saltones y colores plateados; pero todos sin excepción somos bichos raros que en algún momento nos juramos la novena maravilla -porque la octava es sin duda cualquier canción de Rescate-.
Nos creemos grandiosos por terminar de estudiar, como si graduarse no fuese ya parte de la responsabilidad de ser alumno. Hacemos miles de cosas para lograr un trabajo y justo cuando empezamos a vivir de nuestro talento, olvidamos con facilidad que alguna vez alguien nos sacó de esa maquinita, nos escogió a dedocracia y nos dio la opción de brillar, o por lo menos de salir del montón.
Uno pasa la vida creyéndose la gran cosa y se le olvida que esto es una gran perrera, donde los clientes entran a buscar mascotas tiernas para regalárselas a sus hijos. Ellos saben que un perrito será un gran compañero, que siempre mantendrá su lugar de mascota y que nunca va a llegar a dormir en la cama matrimonial, porque una de las ventajas de ser perro es nunca olvidar su rol en la casa. El perro no va a tomar el té con las niñas ni a jugar Xbox con los muchachos, él sabe que está ahí para ser mascota. Punto.
Tal vez por eso me brinca ver gente que al momento de untarse de las hieles de la fama, del éxito y del reconocimiento, siente que ha llegado al cielo esnobista y se inyecta el ego con sendas porciones de aire comprimido. Ojalá fuese helio, para que por lo menos se fueran volando y explotaran, pero no. Generalmente el perro que se cree de mejor familia se sienta a la mesa de los amos, exige cosas y hasta se siente el objeto de admiración, cuando no es más que un simple maniquí que representa un rol y que no merecería ser exaltado. Este perro piensa que todo lo que ha recibido es por él, por su buena conducta y educación canina, pero en realidad olvida que de niño fue uno más de la camada, que era exactamente igual que sus hermanos cachorros y que de su estatus de perro faldero no va a poder ascender.
Yo prefiero verme como un perro de parqueadero, un guardián local que vive en su mundo y ha entendido su lugar primero en pequeñas proporciones, pues no hay nada que resulte más postizo que alguien que simula ser Pasunnic cuando no alcanza a siquiera tener sus propias «Ideas for Life». No en vano Tolstoi decía: «Describe tu aldea y serás universal», como un llamado a notar que lo global se cuenta desde lo local, que el mundo está hastiado de gente que se las quiere dar de creativa-chocoloca desconociendo que en lo simple de la humildad está el secreto para ser grande, que la estatura se mide en los que han estado de rodillas.
En caso de que llegue a alguna cima, solo espero nunca olvidar que soy un perro de parqueadero, un Mini-Me de alguien que a pesar de encontrarme pequeño, gritón y fastidioso, me hizo lograr cosas grandes para Su Gloria y aplauso, no para venir a humillar practicantes por verlos como poca cosa.
Luis Carlos Ávila R
[…] es el real proceso de santificación y consagración. A la gente como yo, que nace creyéndose la gran cosa, el destino se lo refuerza pero la realidad se lo derrumba, y está bien que sea […]
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jejeje muy interesante
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