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El primer encuentro entre Nicolás Maduro y Gustavo Petro llega en medio de expectativas sobre la continuidad del restablecimiento de relaciones diplomáticas. ¿Qué se puede esperar del encuentro? ¿Cuál es el significado y quién gana con este nuevo acercamiento?

Lo primero que se debe aclarar es que la normalización diplomática con Venezuela no era una reivindicación de la izquierda, sino una corrección que todos los candidatos a la presidencia en Colombia reconocían como urgente -incluso los de la derecha, salvo en el caso de Federico Gutiérrez, quien tampoco tenía claridad sobre como gestionar la relación con Caracas-. De igual forma, el propio Senado en épocas recientes así como varios gobiernos subnacionales habían solicitado al gobierno de Iván Duque en avanzar hacia el diálogo con el oficialismo, reconociendo el fracaso del «cerco diplomático». Dicho de otro modo, esa normalización ha sido un pedido que excede al gobierno y compromete al Estado.

Con premura y sin análisis, se ha planteado que existe una simpatía o afinidad entre Petro y Maduro. Nada más lejos de la realidad. El mandatario colombiano, como líder de la oposición y como candidato, ha hecho expresa su crítica al giro autoritario en Venezuela así como a la política extractivista. Paradójicamente, hay más afinidades con Joe Biden en materia de transición energética, paz y derechos humanos que con el establecimiento venezolano aislado de los tema regionales que hoy interesan a Colombia. La cumbre Maduro – Petro, se da para concretar el acercamiento que comenzó con una llamada telefónica antes de que el actual mandatario colombiano tomara posesión, luego se formalizó con el nombramiento de embajadores y, finalmente, se terminó de profundizar con la reapertura fronteriza que aún no ha tenido los efectos deseados.

Venezuela gana porque podría volver a los circuitos regionales de los que fue suspendida desde 2016. Sufrió sanciones en el seno del Mercado Común del Sur (Mercosur), luego padeció por cuenta del desmonte de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y más recientemente, por la congelación de actividades en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). La propuesta de Petro para que Venezuela vuelva a la Comunidad Andina (CAN) de la que se retiró en abril de 2006, puede ser la clave para un cambio interno y regional. Al vecino le urge volver a las dinámicas de comercio regional, más aún cuando la economía empieza a repuntar (tímidamente) y porque en los últimos meses, el gobierno ha corregido parcialmente la centralización de la economía devolviendo protagonismo a actores privados. Si a esto se suma el incremento significativo de la producción petrolera, habría motivos para pensar en una paulatina reactivación a largo plazo que tenga al espectro andino como impulsor.

¿Qué gana Colombia con esto? Primero, afianzar el proceso de paz con el ELN para lo cual la presencia de Caracas es deseable como indispensable. No solo en la negociación como garante, sino en la aspiración de «paz total», habida cuenta de los retos que significa la zona de frontera. Llegó la hora de reactivar la cooperación entre autoridades subnacionales, militares, policiales y defensorías. Segundo, Colombia necesita encarar el tema migratorio, y contrarrestar el discurso negacionista y, por ende, riesgoso de las autoridades venezolanas al respecto. Los colombianos en Venezuela y viceversa necesitan que se reactiven los servicios consulares. Y en tercer lugar, Petro ha hecho expresa su intención de facilitar  un diálogo gobierno y oposición en el vecino. Una ambición que no será fácil de materializar, pero existen antecedentes prometedores. En 2015, en la última elección legítima que vivió Venezuela (legislativa), Juan Manuel Santos y María Angela Holguín tuvieron un papel fundamental, ¿por qué no revivir un esquema similar?

Obviamente, la propuesta de que Venezuela retorne al sistema interamericano de derechos humanos tiene pocas chances de prosperar, pero podría resultar eventualmente, si es vista como la cuota inicial para el retorno de Caracas a los espacios regionales de la que ha sido suspendida. Difícilmente en una cumbre se pueden resolver los temas que durante 4 años, irresponsablemente, el gobierno anterior represó. Sin embargo, cada avance debe ser seguido con optimismo moderado.

Un apunte final: a quienes identifican torpemente una afinidad ideológica entre Petro y Maduro, vale la pena recordarles que Alvaro Uribe y Hugo Chávez en extremos opuestos, llegaron a abordar el espinoso asunto de la delimitación en el Golfo en aguas que son materia de disputa. Solamente tres gobiernos en la historia lo han intentado, Alfonso López Michelsen con Carlos Andrés Pérez (primer mandato), Julio César Turbay Ayala y Luis Herrera Campins y Uribe y Chávez, mostrando un grado de integración que pocos recuerdan.

twitter @mauricio181212

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