"El olvido que seremos" puntea aún entre los libros más vendidos del país. Si juzgamos el éxito de Héctor por su valor estético puro encontramos que brota de su talento individual y que éste se debe únicamente a su libertad de espíritu. Lo bacano de El olvido que seremos es advertir cómo los trágicos de todos los tiempos, desde los griegos, no han hecho sino extirpar de nuestro corazón el vicio de la venganza. Me pregunto que pasó por la mente de Héctor el día en que mataron a su papá. Qué le secreteó Hamlet: ¿vengarlo? Héctor, ¿por qué no le hiciste caso a don Quijote en preferir las armas a las letras? ¿Y si te llamaban afeminado? Ahí estaba el ejemplo de Ifigenia o Clitemnestra para recordarnos que de la venganza no se encargan los hijos, sino los dioses. O nos destruimos todos en venganzas personales de ramificaciones infinitas, o aprendemos de la tragedia griega a leer la historia humana. Nada de dogmatismos. Hacemos nuestro el libro de Héctor. No en otra consiste un libro: extensión de la mente como decía Borges, hasta integrarse en la mente de quien lo lee y éste sentirse su creador tanto o más como quien lo escribió. “El olvido que seremos” es también una ampliación de su breve poema “Mementos” (Caracas, 1999), en donde percibimos todo la chispa de ternura filial que estallará más tarde en la novela (lean el poema en http://www.revistanumero.com/43/memen.htm). Algo veo en la génesis de su libro similar a la que tuvo Alfonso Reyes para escribir su poema dramático “Ifigenia cruel”: una catharsis, una suerte de diálogo interior con los muertos, tan común en la lírica española (tal vez el mejor poema de nuestro idioma siga siendo “Coplas a la muerte de su padre”, de Jorge Manrique). También Reyes espero un tiempo prudencial para escribir sobre el general Bernardo Reyes asesinado en las gradas del palacio de México cuando iba a tomar posesión; al respecto hay hasta corridos. Por los padres asesinados, contra la venganza, va este poema de Reyes:
"¿En qué rincón del tiempo nos aguardas,
desde qué pliegue de luz nos miras?
¿Adónde estás, varón de siete llagas,
sangre manando en la mitad del día?
Febrero de Caín y de metralla:
humean los cadáveres en pila.
Los estribos y riendas olvidadas
y, Cristo militar, te nos morías…
Desde entonces mi noche tiene voces,
huésped mi soledad, gusto mi llanto.
y si siguo viviendo desde entonces
es porque en mí te llevo, en mí te salvo,
y me hago adelantar como a empellones,
en el afán de poseerte tanto…
LA ENVIDIA DESTRUCTORA
“¡No puede ser que "El olvido que seremos" aún esté en la lista de los más vendidos!”, exclamó cierta crítica a quien llamaré La Criticona. Pero así es, le dije. Lo he reconfirmado con mis amigos libreros para que no parezca manipulación de los agentes de publicidad de la editorial Planeta. Ya no sé cuántas ediciones lleva. ¿A qué se deberá ese éxito? Con algo de envidia La Criticona alegó que el éxito del libro obedece a la popularidad de Héctor como columnista de Semana, a que estimula el patetismo de la gente y a que en su libro se cuentan muchos chismes de la clase alta de Medellín. “Ya sabes”, decía fumando, “la gente sólo se desvive por los chismes y a todo el mundo le pica la curiosidad que se haga una novela en donde aparezcan como personajes Carlos Gaviria, o se mencione al presidente Uribe y se cuente un asesinato ocurrido en la realidad”. Tal vez, respondí, pero el éxito es un mecanismo social ajeno al valor del libro. “El olvido que seremos” goza también de excelentes comentarios entre los especialistas, porque apela más directamente a la sensibilidad inteligente y procura huir del bajo chantaje o fraude sentimental. Si su éxito obedeciera a la popularidad que ofrecen los grandes medios, pensémoslo, la misma suerte hubieran corrido las flojas novelas de Juan Gossaín o de Mauricio Vargas. El éxito es algo accidental: ya sabemos cuántos excelentes libros sufren la impopularidad (como los de Germán Espinosa), mientras otros pésimos (como los de Paulo Coelho) disfrutan de ventas despampanantes. La Criticona se quejaba del eclecticismo de Héctor, de que criticara pero no invitara a destruir a la curia antioqueña, a los ganaderos oligarcas. Entonces recurrió a la exégesis marxista. “Héctor debe su fama a que, en la lucha de clases, ha tomado partido por la oligarquía liberal, representa el colonialismo antioqueño y se beneficia de un mercado constituido por burgueses escapistas y decadentes como tú…” Me reí de su ingenuidad: cree que el éxito de El olvido que seremos está determinado por una dialéctica materialista.
LO FUGAZ Y LO PERMANENTE
Héctor no se ha limitado al arte de los rumores diarios que todo lo enturbian. Uno pensaría que sus columnas de Semana, cada ocho días, dispersan y ponen mucha prisa a su trabajo literario. Porque la visión de mundo de la mayoría de los columnistas se fragmenta, se despedaza y se convierte en un montón de artículos. Se mueren de notitas. Pero Héctor reflexionó sobre la necesidad de disciplinar el impulso, de conducirlo hacia resultados de mayor aliento, y en sus intentos por desperezarse había escrito varias novelas atrevidas, talentosas pero que dejaban, en el fondo, la sensación de segmentos: “Asuntos de un hidalgo disoluto” (1994) y “Fragmentos de amor furtivo” (1998) lo reflejan por los mismos títulos. El original argumento de su novela “Basura” (2000) se construye por los papeles dispersos que arroja un escritor frustrado por el shut del edifico. “Angosta” (2004) triunfó como la mejor novela extranjera en China, y en ella ya advertimos su intento por ficcionalizar o novelar gente real (por ejemplo, al gerente y subgerente de “El Malpensante”) y simbolizar a Medellín y Bogotá como ciudades de estructura piramidal, pero poniendo demasiados pies de página, dispersándose en experimentos formales. En cambio, en “El olvido que seremos” se ciñó al relato convencional y llegó a la novela total, a esas creaciones ambiciosas (como dice Vargas Llosa hablando de “Cien años de soledad”) que compiten con la realidad, uno de esos raros casos de obra literaria mayor que todos pueden entender y gozar.
Un artista, en este caso un escritor, se descubre a través de la experiencia que lo ha alimentado y que deja fluir en su obra. A HAF y a sus palabras no lo definen cifras de ventas ni los innumerables comentarios positivos cuando está en la cima. A los que han leido desde Malos Pensamientos y Asuntos, hasta El Olvido y Las Formas de la Pereza, pasando por la revista Semana, todavía les falta recorrer pasadizos del laberinto porque, creo, es en las pequeñas expresiones o «fragmentos» (como usted los llama) donde se manifiesta la grandeza del artista, cuando no está muy «conciente» de estar en medio de la tormenta que es el proceso creativo.
Hay que coger los pedazos del rompecabezas que están en El Colombiano, Criterio, Paredón y La Hoja.
Ah! El poema se llama Memento, le sobra la S (hasta donde yo sabía).
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La Criticona tiene nombre o nombres propios. Es verdad, no vale la pena ni gastarle tiempo, pero yo pueod afirmar que le oí el mismo comentario a una envidiosa egresada de cierta facultad de Literatura que ahora se roba un blog en un diario de circulación nacional y escribe de todo, sin saber nada de nada. Quién será, quién será.??? Adivina, adivinador? Otra pista: fuma mientras vomita una sarta de incoherencias.
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No he visto mayor envidia que la que se manifiesta entre artistas. Es muy raro que un escritor (o alguien que pretenda serlo) reconozca los méritos del colega. Siempre lo propio es lo mejor y lo ajeno es basura. Yo creo que la criticona no merece ni siquiera que se le mencione.
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Cómo explicará la Criticona que el libro haya sido publicado con éxito en Argentina, México, Chile, Venezuela, y que vaya a ser traducido a varios idiomas? Seguramente los alemanes e italianos están muy interesados en saber los chismes de la clase media de Medellín.
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Gracias «nimairama»: ya he hecho la correción…
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Respetado blogger, sólo una corrección de esas que hacen los llamados correctores de estilo. Escribió: «ya sabemos cuántos excelentes libros no sufren la impopularidad (como los de Germán Espinosa)», cuando quiso decir: «ya sabemos cuántos excelentes libros sufren la impopularidad (como los de Germán Espinosa)» .
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Insisto: «La Criticona» es una vergüenza para la crítica.
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La mejor venganza está en las palabras. Considero que la mejor de Hector Abad está en el posicionamiento que se la ha dado a su libro; su publicación no sólo denota valentía, también cierto grado de madurez literaria. De otro lado, «La Criticona» es una vergüenza para la crítica.
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