“Si la cultura sirve para algo es para canalizar el desorden y el frenesí político”. Esto lo dijo MARIANO PICÓN SALAS, tal vez el humanista más importante de la historia de la literatura venezolana. Nació con el siglo XX, en 1900, en la ciudad estudiantil de Mérida, a cuatro horas de Cúcuta, también montada sobre el lomo de la cordillera de los Andes que viene cabalgando desde Chile. Y a Chile fue a parar este gran ensayista venezolano expulsado por el régimen de Juan Vicente Gómez en 1923, porque en su primer libro de ensayos había manifestado la necesidad de pensar por nosotros mismos, de que cada espíritu busque su senda. El tirano Gómez era un patán nacionalista que creía emanar del suelo, como si el hombre pudiera concebirse como un tubérculo que brotara de la tierra sin necesidad de retoques ni de transformaciones ni de educación. Cultura, según la raíz grecolatina, viene de “cultivar”. sin refinamiento nada funciona. Incluso en la extracción del mismísimo petróleo, que parece bullir “naturalmente” del suelo, se requiere y se necesita “refinamiento” para su uso, tecnología que solo se produce a través de la ciencia, y la ciencia sólo ha podido nacer bajo la libertad del individuo y la autonomía universitaria.
Picón-Salas observó que la historia de la humanidad está regida por el conflicto entre la voluntad de poder y la voluntad de cultura, es decir, por las fuerzas de derroche y destrucción (poder), frente a las fuerzas de creación y conservación (cultura). Bolívar y Andrés Bello, dos grandes pensadores venezolanos, entendieron que la verdadera independencia no debía ser la ruptura con España ni con la cultura occidental, antes debemos legitimar antiguos usos y costumbres como la mismísima lengua en la cual viene contenida nuestra visión del mundo. Incluso Bello y Bolívar se hicieron grandes al contacto con la cultura europea: el primero vivió en Londres y bebió del derecho romano y de los códigos franceses, mientras el segundo tenía el mejor palco en los teatros de Viena, y bailaba como un demiurgo. Picón Salas se dio cuenta que la cultura europea y la naturaleza americana se desean y se buscan “como en un vasto sueño de humanidad total”. Observó también, en su gran ensayo “Suma de Venezuela”, que en los tiempos de las campañas libertadoras tanto Venezuela como Colombia se derramaron por el continente para liberarlo y para integrarlo. Hemos dicho: integración. Integración no significa la renuncia a los sabores individuales de cada pueblo a fin de dominarlos, sino circulación y conexiones culturales entre uno y otro. Ojo: culturales. No integrar con programas socialistas (el socialismo es una teoría económica) a punta de protectorados y gobiernos “amigos”, porque esa integración nace y muere con el sistema económico que la sostiene. Al verse amenazado, ese sistema se siente incitado a prender alarmas de incendios, a abandonar el discurso que es lo único que nos hace humanos. “Y como son las palabras – dijo Picón Salas – las que producen las más enconadas e irreparables discordias de los hombres, a veces he cuidado —hasta donde es posible— la sintaxis y la cortesía, con ánimo de convencer más que de derribar”. “¿A qué gritar, cuando las gentes pueden también entenderse en el tono normal de la voz humana?”.
Entreguémonos a la vida de la cultura en medio de las crisis morales. Alfonso Reyes –maestro intelectual de Picón Salas – hablaba de Atenea Política, diosa que asiste y juzga con los consejos porque sofrena la cólera del héroe tirándole oportunamente por el pelo o la camisa. Mirar al frente, levantar la vista y buscar la línea del horizonte. En cambio, si ponemos demasiado los ojos en los costados del barco, donde está el torbellino, nos mareamos y vomitamos. Que Atenea Política nos ampare y nos ilumine con la cultura. Asimilando la historia, documentándonos en ella, es la única manera de asegurar la paz con inteligencia. Y que se nos excuse por meternos en temas que aparentemente no nos atañen; pasa que nos pica y punza condenarnos a la cabecita de un alfiler. Nada humano nos es ajeno.
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