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Una vez el ser humano llena sus deseos biológicos, como cualquier animal viviente, ya no sabe qué desear o qué objeto perseguir. Un perro o un gato se echan a dormir. Pero los seres humanos nos ponemos a perseguir nubes, deseos platónicos. Nos sentamos a ver cine, telenovelas, a leer libros, a escuchar comedias que nos inducen a imaginarnos como perdurables las cosas terrenales, sobre todo las uniones amorosas (noviazgos, matrimonios) cuando tales imaginaciones no coinciden con la marcha del mundo. A veces las telenovelas paralizan al «sugestionado» pueblo latinoamericano; y como casi todos esos melodramas terminan con la boda de los protagonistas, entonces el «matrimonio» equivale a un gran logro y se vuelve el último objetivo de muchas mujeres. En la pantalla o en el teatro o en un mal libro, si vemos bien, la boda es un deseo retrasado por los obstáculos a lo largo de varios actos, hasta cuando se casan los protagonistas: entonces cae el telón o estalla el «final feliz». Y cierta satisfacción momentánea sigue resonando en nosotros como si esa felicidad fuera eterna… En el mundo es distinto: el drama se sigue representando siempre tras el telón, y cuando este se vuelve a levantar, preferiríamos no ver ni oir lo que viene luego. 

La gente toma prestados, copia deseos y pasiones por la sugestión de una telenovela, de una película, de una novela, de los libros, de pronto piensan vivirlos a plenitud, hasta que la marcha del mundo los sacude. Desde la Biblia – explica René Girard – se desea siempre lo que tiene el otro… 

«Pero», dice una protagonista de Goethe, «¿por qué hay que tomarlo de modo tan severo? Entonces, ¿todo lo que hacemos es para la eternidad? ¿Acaso no nos vestimos por la mañana para desvertirnos por la noche? ¿No emprendemos largos viajes para luego regresar?» 

Las grandes pasiones sólo se curan con otra gran pasión, de suerte que son enfermedades sin esperanza. Lo que podría curarlas no puede sino hacerlas más peligrosas.   

Todo está en juego o fuego; ¿y si se pone en lento sabrá mejor…?

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