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A quien sienta angustia nacionalista por saber por qué diablos se improvisó su república, cuya realidad por todas partes se  desparrama de las manos, vea lo que pasaba en pequeña escala en el puerto de Cádiz, al sur de España, entre 1811 y 1812. 
Por sus calles oscuras, en las que en cualquier momento puede caer un bombazo de los franceses, el comisario Tizón persigue a un asesino de muchachas pobres. Tiene que ser alguien demasiado cruel a juzgar por cómo las ha azotado con chasquidos de su látigo hasta dejarlas con el hueso de las costillas a flor de piel. Destrozadas. No, reniega el comisario Tizón sin poder agarrar a ese criminal.  No lograrán mucho en la corte de Cádiz esos diputados de América como el quiteño Lequerica, si, vamos, el alma humana es casi siempre pérfida. Esos letrados románticos se inventarán repúblicas en América, apasionados por las ideales de la Revolución Francesa, cuando, miren, los franceses nos tienen sitiados por orden de Napoleón. 
Pérez-Reverte es rabiosamente español, es decir, no es patriotero. Típico español que reniega de su país considerándolo el culo de Europa, por momentos el lector lo identifica con el comisario Tizón que no toma partido sino que solamente observa. Describe con frialdad cómo el capitán francés llamado Desfosseux, al otro lado del fortín de Cádiz, calcula distancias, dirección del viento, temperatura y anchura del cañón para disparar con precisión sus bombas. Pum. Caen en las cabeceras sin golpear su plaza o sus monumentos, solo aplastando fachadas o patios de gente del pueblo. Qué más da. Estamos en 1811. La armada francesa ha recibido la orden de Napoleón de asediar Cádiz sin descanso, con la imposibilidad de bloquear la bahía fortificada de la cual salen y entran, como Pedro por su casa, barcos ingleses y americanos. Los zorros ingleses son aliados de los españoles, no porque amen a España, sino porque temen que Napoleón les arrebate el peñón de Gibraltar que todavía hoy, 2011, dominan.
La bella Cádiz, por más que la asedien, resulta impenetrable. Como la señorita Lolita Palma, una comerciante gaditana experta en negocios marítimos que no tiene tiempo para el erotismo, para esposo ni menos para críos insoportables; pero que en algún momento se siente atraída por el pecho velludo del capitán corsario Pepe Lobo, un lobo del mar que tampoco ha tenido otro amor que su oficio despiadado. ¿Quién más aparece en esta galería de personajes decimonónicos y muy siglo dieciocho y muy modernos?  Ricardo Maraña y Felipe Mojarra, salineros que se meten de noche en el campamento francés, matando soldados franchutes a punta de machetazos para robar municiones, armas. Son guerrilleros (el término comenzó a decirse en la España napoleónica) que atracan a su antojo al margen o en oposición a las fuerzas legalmente constituidas. Para entender mejor a Hispanoamérica -a Colombia- conviene zambullirse en esta cierta historia de España.
Sebastián Pineda Buitrago
ªImagen tomada de http://tikitak.blogspot.com/2010/07/anotaciones-el-asedio-de-arturo-perez.html

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