Todo nuevo rey promete hacer grandes cosas, pero elude ejecutarlas. Y el gran descontento de su pueblo es directamente proporcional a sus ambiciosas promesas.
Pero atrevámonos a dudar de todo: del rey prometedor y del pueblo descontento. De si esto que padece Colombia -y la región y el mundo- se llama o no CONFLICTO INTERNO, cuando esto, en especial, no es guerra ni es nada; una pesadilla es lo que es, una horda de asesinos sin ley (llámelos como quiera), una legión de locos con su furia homicida como único valor, a quienes hay que castigar en nombre de tanta víctima. Despreocupémonos de si hay o no un grave error al amistarse con Chávez, quitándole al colombiano del montón un enemigo contra el que unirse, una figura ajena en la que muchos descargaban su indignación y su rabia.
Mucha gente se pasa la vida acusando. Puteando el tráfico, maldiciendo tanta lluvia. Nos ha tocado el territorio más arrugado y difícil del continente. Pues a hacerlo nuestro. Uno a su propio país tiene que merecerlo, conquistarlo.
Hubiera querido ser ingeniero civil. Tender puentes o reforzar un jarillón (qué palabra tan linda y que no figura
en la RAE); trazar carreteras, unir pueblos. El ansia de exactitud es la única forma de progreso. También aplica para este mundo de las letras. En ambos casos el enemigo es la dispersión, la falta de esfuerzo y la ausencia de disciplina; la pereza y la incultura, o la vida en perpetuo disturbio y mudanza, llena de preocupaciones ajenas a la obra.
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Sebastián Pineda Buitrago
Posdata: en cada generación opera «El descontento y la promesa», ya lo decía Pedro Henríquez Ureña: http://www.biblioteca.org.ar/
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