Qué casualidad: la claudicación de Juan Carlos el Borbón, rey de España, coincidió con el fin del efímero reinado de la selección española. No nos burlemos. Es una cosa para tomársela muy en serio. Es muy posible que los mejores futbolistas no aprendan nada jugando; ni siquiera a jugar.
Celebremos el triunfo de Chile. Alegrémonos por la esencia del fútbol: la selección chilena fue superior, mucho más aguerrida y veloz. En el fútbol como en la vida nada se logra por suave deslizamiento sino por duro combate. De presenciar la derrota de 2 a 0 contra España, Alonso de Ercilla le hubiera incrustado otra octava real a su Aracuana, ese poema épico del Siglo de Oro sobre los aguerridos chilenos contra los conquistadores de todas partes. Hasta los mismos apellidos de los jugadores chilenos me suenan rudos, aguerridos (¿vascos?): Bravo, Valdivia, Aránguiz, Isla.
Soy latinoamericano, pero me opongo a ese coro de tontos de “América para los americanos”. Eso nunca ha sido cierto; se lo inventaron los estadounidenses desde 1783, ¡vamos!, cuando el principal aliado de Estados Unidos siempre ha sido Inglaterra. Lo que más me molesta de la palabra América o Latinoamérica es que excluya a España: cuando es tan nuestra. Castilla hizo medio mundo y se quedó sola en el mundo. Ya mucho se ha escrito de don Quijote paseando su locura por las llanuras desoladas de Castilla, despobladas porque todo el mundo se había marchado a hacer la América.
Los dirigidos por Vicente del Bosque quisieron hacer su América o su Brasil luego de haber sido campeones del Mundial Sudáfrica 2010. Creyeron deslizarse por una suave pendiente, cuando el fútbol es un muro áspero, y perdieron aparatosamente y en primera ronda. No importa: España está acostumbrada al fracaso. Los españolitos, tras la pérdida de Cuba, hasta llegaron hacer en un tiempo una generación literaria, la del 98, de donde salió Juan de Mairena, alter ego del poeta Antonio Machado.
En el capítulo trece de su genial librito titulado así, Juan de Mairena, este profesor de retórica nos dice que los españoles son muy severos para juzgarse a sí mismos, y bastante indulgentes para juzgar a sus vecinos. Nadie habla más mal de España que ellos mismos. No hay cuña que más apriete que la del mismo palo. “Hay que ser españoles, en efecto, para decir las cosas que se dicen contra España […]. La posición es honrada, sincera y profundamente humana. Yo os invito a perseverar en ella hasta la muerte.” Por lo tanto, perseveremos en ella: critiquemos a España. A su fútbol. A su rey. A su actual incapacidad de grandeza ante el mundo.
Al final de la goleada propinada por Holanda en el partido pasado, 5 a 1, el rostro del portero Casillas se me figuraba el de un boxeador ensangrentado. Él es el capitán del equipo español, y hoy, cuando lo entrevistaban al término del partido contra Chile, oí sus palabras como si se tratara de un muñeco mecanizado: no se notaba tristeza en ellas, ni resignación. Qué horror, diría el profe Juan de Mairena. Ante el estrepitoso fracaso del campeón mundial, el fútbol se me hizo un deporte mecanizado, en cierto sentido abstracto, desintegrado de la vida, pues apenas acompaña durante algunos años la efímera existencia, a menos que el jugador posea otra cualidad más allá de la gimnástica o deportiva.
¿Pero qué liderazgo despierta Casillas o Iniesta? Pensé que Iniesta lloraba cuando se secaba el rostro con la camiseta; solo sudaba. Los pillos madrileños acusan a Sergio Ramos, fuera de la cancha, de subnormal; a Piké solo le reconocen, fuera de la cancha, el carisma de su esposa Shakira; al Niño Torres pronto le saldrán canas. Ningún liderazgo fuera de la cancha parecen poseer. Ninguna simpatía. Al Pibe Valderrama al menos le quedaron sus rulos.
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