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La escritura y el poder van de la mano. Son inseparables. De ahí que las revistas y diarios hispanoamericanos con mayor “influencia” sean todos de un sector capitalino ligado con las instituciones políticas (Gobierno, Capital), instituciones a las cuales legitiman.
Preguntémonos por qué otras ciudades o regiones de considerable tamaño, como Medellín en Colombia o Guadalajara en México, nunca han podido construir otro diario poderoso si, digamos, cuentan con recursos intelectuales y desde luego económicos. ¿Por qué se dejan amedrentar por la capital y el centralismo? ¿Acaso porque no tienen instituciones políticas centrales a las cuales legitimar? Las preguntas se aglomeran sin probable solución.
Diana Hernández Suárez, doctoranda en Literatura y Estudios Latinoamericanos de la Freie Universität Berlín, explora algunos aspectos de la historia intelectual y cultural para tratar de responder lo difícil de hacer cultura –una revista literaria– desde un contexto regional. Para ello ha rescatado de un legajo de archivos, publicándola, una revista de finales del siglo XIX editada en Guadalajara, Jalisco, titulada Flor de Lis (1896-1899), una de las primeras y más importantes revistas culturales del occidente de México.
El estudio introductorio que acompaña la reedición de Flor de Lis es todo un desafío al canon centralista. Diana Hernández Suárez critica la reducción que hace el centralismo del fenómeno cultural a unas pocas instituciones literarias –prensa, crítica, editoriales– establecidas en la capital, lo que deja en muchos sentidos descontextualizada y marginada la literatura de otras ciudades –Guadalajara para el caso– volviéndola periférica. Al reeditar Flor de Lis, Diana quiso hacer algo más allá que un acto de “justicia” o reivindicación literaria con Jalisco o Guadalajara; quiso también reconstruir una red intelectual hispanoamericana del modernismo, uno de los movimientos o escuelas literarias más importantes de nuestro idioma, en donde el centro aparece en todas partes y la periferia en ninguna.
En sus reflexiones sobre el significado de una revista cultural de finales del siglo XIX, Diana Hernández Suárez se apoya en la investigadora Celia del Palacio para hablar de literatura de “regiones” y no de literatura de “provincia”. En lugar de considerar a Flor de Lis como una revista propiamente de literatura jalisciense, Diana preferiría hablar de una revista regional del occidente de México. También se apoya en el teórico francés Pierre Bourdieu, para así intentar responder a la pregunta en qué se apoya la legitimidad de una propuesta editorial, si poniendo de por medio las filiaciones intelectuales y las relaciones con otros sectores culturales que rigen en un determinado momento, o si todo está subordinado al poder político.
La reedición de Flor de Lis que ha hecho Diana Hernández Suárez constituye una herramienta de estudio para comprender y ahondar mucho mejor en los estudios de la literatura regional de Hispanoamérica. Ayuda a comprender una parte del complejo entramado de redes intelectuales, de propuestas estéticas y políticas más allá de conceptos estáticos como “conservadurismo” o “provincia”. Llena cierto vacío en el estudio historiográfico de la literatura de las regiones.
Pone de presente que no hay ningún escritor o intelectuales de las regiones o de la capital, a partir de la consolidación del periodismo, que no esté pendiente de la noticia diaria y que no alimente, ahora a través de las redes sociales, el complejo proceso de la “opinión” pública.
Al hablar de “direcciones” del modernismo, Diana Hernández Suárez quiere dar a entender, no una escuela o una moda, sino un auténtico movimiento que constituyó toda una “manifestación de época”, es decir, una inquietud ante la modernidad. El modernismo no sólo fue una inquietud exclusivamente ante el arte. Modernistas fueron, aunque renegaron de algunas tendencias “modernas” y defendieran sus tradiciones regionales, el español Miguel de Unamuno, el colombiano Tomás Carrasquilla y el mexicano Victoriano Salado Álvarez (1867-1931). Éste último escribió con frecuencia en Flor de Lis y se consideraba ideológicamente antimodernista, aunque escribía con técnicas y estilo “modernista”. Nadie, en aquellos tiempos, podía escapar a semejante influencia.
En síntesis hay, en el estudio introductorio y en la recuperación literaria que ha hecho Diana Hernández Suárez, una gran ironía contra la modernidad. Vivimos en una modernidad incompleta. Enormes ciudades como Guadalajara, Monterrey o Medellín son opulentas en el plano material, pero su ámbito espiritual resulta raquítico. En la vida del espíritu megalópolis como Ciudad de México, Bogotá o Sao Pablo aún dejan mucho que desear.