El 23 de abril de 1616 falleció Cervantes. Pero nadie más escéptico avant la lettre del Día del Idioma español que Cervantes, cuya novela según él mismo está originalmente escrita en árabe por un tal Cide Hamete Benengeli (véase el capítulo 7 de la primera parte y el capítulo 61 de la segunda).
«Los días que uno tras otro son la vida», según el famoso verso de Aurelio Arturo, se hacen mucho más monótonos en el confinamiento.
Hay quienes confunden al idioma con Cervantes. Antes de ser escritor, Cervantes fue un guerrero y un soldado cuya experiencia traumática – lo secuestraron, esclavizaron y torturaron durante más de cinco años en el norte de África – posteriormente convirtió en humor y en alegría.
María Antonia Garcés, la mayor experta en este tema, no deja de preguntarse por qué entre el capítulo 37 y 38 de la primera parte del Quijote, Cervantes interrumpe la historia de la muchacha morisca para insertar el discurso de las letras y las armas. Es de los pocos momentos de la novela en que el alucinado caballero abandona su delirio y deja de ser tratado como un loco. En realidad, Cervantes fue un soldado toda su vida. Incluso en la disciplina para escribir.
Fue en septiembre de 1575 cuando, de regreso de la batalla de Lepanto y a punto de desembarcar en España, la galera Sol en la que viajaban Cervantes y su hermano fue capturada por una flota de corsarios turco-berberiscos. El futuro autor del Quijote tenía 28 años y la mano izquierda inservible por una herida. Cinco años, hasta 1580, padeció Cervantes el secuestro, el confinamiento, el encierro. Fue vejado y torturado varias veces por sus intentos de fuga. A su hermano lo liberaron antes. De manera que la creación literaria es, en Cervantes, una auténtica catarsis aristotélica, un bálsamo, un consuelo para superar una tremenda experiencia traumática.
Del trato con piratas, malandros, delincuentes y fanáticos – lo supieron después Stevenson y Borges – Cervantes atesoró los mejores argumentos literarios. La experiencia en el norte de África, en las mazmorras de Argel, una ciudad sobre el Mediterráneo que él llamó «puerto universal de corsarios y amparo y refugio de ladrones», inunda no sólo varios capítulos del Quijote, sino también varias dramas teatrales y su novela breve El amante liberal (1613).
La consoladora perspectiva del fin del mundo no es sino un consuelo de cobardes. El mundo siempre ha estado a punto de acabarse. No hay nada nuevo bajo el sol. Acaso profundizar en la historia del siglo XVII sea más fructífero. Profundizar en el impacto filosófico que dejó del Quijote después de 1614. Pues, si se ve bien, el regreso a la cordura del señor Alonso Quijano anuncia la fórmula del ilustrado radical Baruch Spinoza (1632-1677): “Nec metu nec spe” (sin esperanza ni miedo). Es decir: renunciar al futuro ilusorio para rentabilizar las posibilidades de la realidad tal como se ofrece aquí y ahora (aunque sea en el encierro).
La humanidad peligra cuando olvida la más solemne advertencia de la historia: que lo más amenazante contra la civilización, no son las pandemias y las guerras, sino el hartazgo y el tedio de masas improductivas. En ningún otro momento como en tiempos de guerra o de pandemia se hace tan evidente lo siguiente: que esta trabazón nerviosa que es la sociedad sólo se liga mediante el idioma. De ahí la colaboración delictuosa de quien urde falsas alarmas, fake news, de quien acusa sin pruebas, de quien divierte embruteciendo, de quien usa un texto sin referirlo a su contexto.
El abuso de Cervantes y el Quijote, según se ve, Borges olvidó registrarlo en Historia universal de la infamia. Por suerte Rubén Darío, en sus Cantos de vida y esperanza (1905), elevó unas «Letanías de nuestro señor don Quijote» pidiéndole disculpas al personaje cervantino por soportar elogios, memorias, discursos, / resistir certámenes, tarjetas, concursos…. Darío le pidió que rogara por nosotros «…hambrientos de vida, / con el alma a tientas, con la fe perdida […] Pro nobis ora, gran señor». Por último, Darío le pidió que nos librara «de las epidemias, de horribles blasfemias y de las Academias…».
¿Qué pensar de estos últimos versos, el 53 y 55 respectivamente: «de las epidemias, de horribles blasfemias y de las Academias / ¡Líbranos, Señor!»? Con el e-learning nadie ha podido librarse de las academias. Darío además se refería a las Academias de la lengua, insoportables y soporíferas en su día.
Acaso ahora anhelamos volver hasta completar afore. Hace falta la polémica a viva voz.
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