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El pedazo de meteorito (¿o fue un misil de Chávez?, no, ya no) que retumbó
recientemente en alguna cresta del departamento de Santander, Colombia,
coincidió con el lanzamiento mundial de una nueva teoría del universo.
Gracias esa bola incandescente por un momento el provincianismo se
convirtió en universalismo, y un domingo aburrido sirvió para recordar que
por acá sólo estamos de paso: seres efímeros en un vasto
universo que la mayoría reduce a su casa, a su esquina, a sí mismo o en
el peor de los casos a la política colombiana.

Se acabó de difundir la nueva teoría del universo en el reciente
libro de Stephen Hawking y su asistente Leonard Mlodinow, «The Grand
Design». De inmediato periodistas de medio mundo titularon algo así
como que «Hawking ha dicho que Dios no es necesario para explicar el
origen del universo», mezclando sin sonrojo física y teología, sólo
para causar polémica entre los beatos ofendidos. O regocijo entre los
ateos entusiastas. Boberías de una y otra parte. Las leyes de la física
son implacables. Desconocen al ateo o al creyente, al bien y al mal:
son parte de su naturaleza como el frío y el calor.  Lo que Hawking
quiere decirnos es que ya no es necesario concebir a Dios, ni siquiera
detrás del origen del universo, precisamente porque no hay comienzo ni
fin; la energía ni se crea ni se destruye: se transorma; todo viene de
anteriores y va a sucesiones. Y para averiguar cómo funcionan esas
transformaciones hay que acudir a la ciencia, a la física y por
supuesto a las palabras para explicarlo; no a la religión. No al
Génesis, no a la mitología  de las religiones.
¿Dónde está Dios, pues? A quienes preguntan con inquina habría que
responderles que demostrar la existencia de Dios, como  recuerda
Gabriel Albiac citando a Pascal, debería ser una blasfemia. Dios no
tiene por qué comprobarse: está en la mente de cada cual. O,
simplemente, en la palabra Dios. Así como todo el Nilo está en la
palabra Nilo. Por seguir con este juego borgiano, la palabra clave de
Hawking en su nueva teoría es M-theory. ¿Esa «m» se referirá a
«membrane,» «matrix,» «mystery» o a «magic»? Caben todas las palabras
que en inglés empiecen con m. Una buena sería decir que M-theory is the
«mother of all theories», la madre de todas las teorías. Buena ocasión para empezar a concebir a Dios como una mujer.
¿Qué retumbó entonces en la montañas de
Santander el domingo 5 de septiembre de 2010? ¿Un pedazo de meteorito,
el ensayo de un misil de la fuerza áerea colombiana, el excremento de un satélite o un avión espía estrellado? ¡Sabrá Dios! Sí,  Dios, ese
asilo de la ignorancia como lo llamaba Baruch Spinoza. Porque Dios,
para los creyentes, no debería reducirse a una posición cómoda para
quitarse de encima el resolver las incógnitas sobre de dónde venimos y
para dónde vamos; sobre lo qué será de este cuerpo; ni a un
conformismo para no rompernos la cabeza pensando cómo funciona la
política y el poder.
La
mejor interpretación de Dios la he leído en Carl Sagan, el
científico-literato que iluminó la infancia de muchos. La mía en
especial:
We are a way for the cosmos to know itself. (Somos una forma para que el cosmos se conozca a sí mismo). 

 

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