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fidel c

Imagen tomada de http://frentecomuncubano.blogspot.mx

Está por escribirse una historia de la propaganda literaria al régimen castrista. Hay una crónica que García Márquez escribió sobre su visita a La Habana en 1975. Se titula “Cuba de cabo a rabo” y se publicó originalmente en Alternativa, una revista política editada en Bogotá en la que también colaboraba Enrique Santos Calderón (hermano del actual presidente colombiano). En su crónica, el famoso escritor apeló a la verosimilitud. Aseguró que él ya había visto y comprobado la realidad cubana y que el socialismo no se trataba de una utopía. Basta citar in extenso a García Márquez para comprobar cómo redujo a realismo mágico el sistema socialista de la isla:

La cruda verdad, señoras y señores, es que en la Cuba de hoy no hay un solo desempleado, ni un niño sin escuela, ni un solo ser humano sin zapatos, sin vivienda y sin sus tres comidas al día, no hay mendigos ni analfabetos, ni nadie de cualquier edad que no disponga de asistencia médica oportuna y gratuita, y medicina gratis y servicios hospitalarios gratuitos a cualquier nivel, ni hay un solo caso de paludismo, tétanos, poleomielitis o viruela, y no hay prostitución, ni vagancia, ni raterismo, ni privilegios individuales, ni represión policial, ni discriminación de ninguna índole por ningún motivo, ni hay nadie que no tenga la posibilidad inmediata de hacer valer esos derechos mediante mecanismos de protesta y reclamo que llegan sin tropiezo hasta donde tienen que llegar, inclusive a los niveles más altos de la dirección del Estado. Esta realidad deslumbrante no la conozco a fondo porque me la contaron, sino porque acabo de recorrer Cuba de cabo a rabo, en un viaje extenso en que nada de interés se me quedó por escudriñar.[1]

Lo curioso es que en 1975 García Márquez también publicó El otoño del patriarca, una novela en la que retrató a un dictador antillano, ignorante y decrépito. Pero el texto que acabamos de citar fue publicado en una revista política, de no-ficción, y la Cuba que nos describe supera en perfección a la isla imaginaria de la que Tomás Moro habló en Utopía, un tratado renacentista publicado en Amberes en 1519 y dedicado a Erasmo de Rotterdam. A diferencia del texto de Moro, la crónica de García Márquez sobre la Cuba de 1975 no recurre a ningún amigo ni admite ninguna imperfección política. Nos asegura que él –desde su yo monolítico– ya ha visto y comprobado la realidad del socialismo cubano y que éste no se trata de una utopía.

No podemos ya constatar esa realidad (la de 1975), con lo cual conviene contrastarla con el testimonio de otros escritores de la época. Reinaldo Arenas, en su autobiografía Antes que anochezca, acusó al escritor colombiano de haber auspiciado una “izquierda festiva y fascista”.[2] En Mea Cuba, con un poco más de ironía, Guillermo Cabrera Infante recordó que el colombiano huyó en 1961 de La Habana al enterarse de la invasión de tropas estadounidenses a Bahía Cochinos. [3] Pasó por Nueva York y se radicó definitivamente en Ciudad de México, donde se enroló en agencias de publicidad estadounidenses. En 1967 se publicó en Buenos Aires su más exitosa ficción, Cien años de soledad, en cuyo argumento debería estudiarse el mesianismo del progreso como un huracán bíblico que arrasa todas las tradiciones de un pueblo.

Nos dirán algunos que García Márquez estuvo en todo su derecho de simpatizar con quien quisiera y que no hay nada de falso en sus crónicas periodísticas sobre Cuba, vamos, si esa fue la realidad que él percibió movido por su cariño a Fidel Castro y a la Revolución cubana. Además, nos seguirá diciendo, ¿quién posee la objetividad? ¿Cuáles son los límites entre el periodismo narrativo y, digamos, la narrativa de ficción?

Ya en 1944 la confusión entre ficción poética y objetividad periodística había alarmado tanto al ensayista mexicano Alfonso Reyes, que en su teoría literaria advirtió la diferencia de fantasear una Isla del Tesoro en una cartografía a sabiendas irreal –que a nadie embauca y a todos solaza– a plantar una isla inexistente en mitad de una carta práctica de navegación, para que zozobre nuestro barco.[4]¿No plantó o publicitó García Márquez, en mitad del mapa del Caribe, una isla utópica e irreal?

Si la sociedad sólo se liga con el lenguaje, el escritor tiene una enorme responsabilidad social. De ahí la triste condición –científicamente infrahumana– del que recibe la palabra sin referirla a su sentido. Ya también en su tiempo el marxista italiano Antonio Gramsci había captado la idea de que la cultura sirve a la autoridad y, en última instancia, al Estado, pero no porque reprima y coaccione sino porque es afirmativa, positiva y persuasiva.[5] Lo que debemos preguntarnos, reclamaba Edward Said, es por qué esos “grandes” novelistas silencian su realidad inmediata y por qué, a su vez, los críticos de la novela han seguido elogiando este sorprendente silencio.

Pedagogía y policía. El discurso del realismo mágico ha llevado a todo tipo de excesos. La metáfora de “Macondo” se ha convertido en instrumento de dominación política y cultural. Con Macondo se ha pretendido disimular la humillación del exotismo, de la exclusión y de la periferia. El exotismo de “gozar” de un régimen socialista no tiene nada de gracia. La herencia histórica de Cuba, de la Llave de las Indias, se define por constituir la centralidad del orbe hispanoamericano, y no de la periferia de un socialismo decrépito disfrazado de socialdemocracia.

Notas

[1] García Márquez, “Cuba de cabo a rabo” [publicada originalmente en Alternativa, agosto-septiembre de 1975], en Obra periodística 4, ed. de Jacques Gilard, Mondadori, Madrid, 1999, pp. 61-62. [El subrayado es mío].

[2]Véase de Reinaldo Arenas, Antes de que anochezca, Tusquets, Barcelona, 1998, p. 310.

[3] Véase de Guillermo Cabrera Infante, Mea Cuba, Plaza y Janés, Barcelona, 1992.

[4] Alfonso Reyes, El deslinde. Prolegómenos para una teoría literaria, Obras completas XV, FCE, México, 1997, pp. 221-222.

[5] Edward Said, “Reflexiones sobre la crítica literaria estadounidense de «izquierda»”, en El mundo, el texto y el crítico, trad. de Ricardo García Pérez, Debate, Mondadori, Barcelona, 2004, p. 241.

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