Gómez Dávila es genial. Despachó con este escolio a todos los ilusos que, después de pelear durante décadas, creen que dialogar o platicar restablecerá la paz perdida. Lo saben los ex novios cuando acaban de romper: ya el diálogo no restablecerá su rota relación, porque para haber sido eficaz -conciliador- el diálogo debió presentarse antes de la pelea aboliendo inseguridades y destapando secretos. O es una larga lucha atroz o un suave silencio lo que queda. El pensador colombiano Nicolás Gómez Dávila también se dio cuenta, al revisar el origen de los conflictos de nuestro tiempo, que no era tanto el ansia de riqueza ni una determinada ideología (capitalista, comunista o fascista) el motivo de las guerras como «el sueño idílico de la paz» Dijo más. Dijo que «toda paz se compra con vilezas» (1). Y que «cualquier derecha de nuestro tiempo no es más que una izquierda de ayer deseosa de dirigir en paz» (2). Nuestro pensador hubiera estado de acuerdo con el milenario estratega militar chino, Sūn Zǐ, para quien toda guerra se soluciona en silencio. Tirando las armas y ya está. Sin soñar ningún idilio o paraíso.
No está mal recordar que la auténtica paz solo existe en las tumbas… Las cosas más dulces de la vida no se consiguen sin discordias. En el prólogo de La Celestina (aquella obra y aquella mujer experta en brebajes y en juntar amantes) Fernando de Rojas nos recuerda que «sin lid u ofensión ninguna cosa engendró Natura, madre de todo». (3) Acostumbrémonos a vivir, pues, en la discordia y en el conflicto, evitando recurrir a la violencia, cosa muy distinta a vivir en la paz blancuzca que nos venden con palomas y florecitas. «Los conflictos modernos se originan menos en el propósito de vencer al adversario que en el anhelo de suprimir el conflicto». (4) Porque, insistamos, el conflicto y la discordia siempre existirán como la ley de la gravedad.
La violencia en Colombia es y ha sido siempre un tema vendedor, de mucho rating y que genera mucha audiencia en la televisión y en el cine y que ha producido una extensa bibliografía al respecto. La hay seria, solemne o burletera. Colombia y Violencia suena a perogrullada, a tautología, a repetición de un mismo pensamiento inútil y vicioso. Morboso. Lo saben los que hacen dinero explotando la imagen del sicario, del capo, del traqueto o del narco. O los que meten la mano en el fango del sustrato cultural más bajo para mostrar más violencia. Si en Colombia quieren paz tendrán que pensar en otros temas. Relacionar a Colombia con otras cosas. Mirarla desde otros ángulos.
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Sebastián Pineda Buitrago
(1) Gómez Dávila, Escolios a un texto implícito, Villegas Editores, Bogotá, 2001,p. 178.
(2) Gómez Dávila, op. cit., p. 132.
(3) Ibíd, 124.
(4) Ibíd., p. 244.
(5) Fernando de Rojas, La Celestina, Editorial Maxtor, Valladolid, 2007, p. 15.
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