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Buena parte del argumento de “No country for old men” (traducida como “Sin lugar para los débiles”) puede parecer cliché: la masacre de narcos mexicanos en el desierto de Texas que no alcanzaron a “coronar” el cargamento, el maletín lleno de dólares buscado por los asesinos y en manos de un humilde veterano de Vietnam, el viejo alguacil o sheriff tan típico de las películas del oeste… Sólo que, vista a fondo, la novela desmitifica esas leyendas del oeste en cuanto está basada en hechos reales ocurridos durante la década de los ochenta en la frontera entre México y Texas. No hay héroes. La acción se torna reflexión en palabras del sheriff, para quien el narcotráfico ha alterado la civilización occidental tanto en el plano social (con su violencia desatada) como en el plano psicológico (cuyos componentes químicos desconectan al hombre de la realidad). A nadie captura ni agarra el sheriff. Se sienta en algún rancho tejano, y habla con su ayudante: “Si usted fuera Satanás y se pusiera a imaginar algo para que la humanidad se arrodille a sus pies, lo que muy probablemente haría sería elaborar estupefacientes”.  ("If you were Satan and you were settin around tryin to think up somethin that would just bring the human race to its knees what you would probably come up with is narcotics).

Aunque suele decirse lo contrario, esta vez, una gran novela inspiró una excelente película. Uno no sabe que pensar: o Cormac McCarthy la escribió teniendo a Hollywood en mente, o los hermanos Ethan y Joel Coen, a su vez directores y productores de la cinta, adaptaron la novela de manera estupenda al lenguaje cinematográfico. Sin hablar todavía de la espléndida actuación de Javier Barden como Anton Chigurgh, el frío psicópata con meditaciones tan abstrusas que se escapan a la inteligencia y son inflexibles a cualquier persuasión – ciertos críticos lo comparan con Hannibal Lecter  por cuanto su personalidad incierta confunde a sus víctimas, o bien con Samuel L. Jackson en “Pulp Fiction” por cuanto ambos leen la mente de sus víctimas antes de dispararles.

Los paisajes de las llanuras de Texas son tan nítidos que la arena del desierto parece revolotear y salirse de la pantalla salpicando a los cinéfilos. De tan concentrado no lo había advertido, pero a mitad de la película mi novia me susurró que no había música de fondo ni banda sonora. No era necesario: una  depuradísima caligrafía visual y auditiva logra hacer hablar hasta a las piedras, en un milagro de transustanciar una abstracción en carne palpable, como lo señaló Jordi Costa en el diario El País de Madrid. Y esta capacidad de crear atmósfera obedece al lenguaje del libro, a una estética de lo mórbido: la prosa de McCarthy es tan descriptiva, sonora y visual que en realidad no necesita adaptación cinematográfica. Hay que leerla en inglés para percibir  el habla, dialecto y el notable juego de palabras. Prosa tajante capaz de acelerar el ritmo cardíaco. Es el estilo literario. Al reseñar  “Meridiano de sangre” – otra de las grandes novelas de McCarthy y, según Harold  Bloom, un clásico contemporáneo –, Camilo Jiménez anotó en su blog que el estilo de este escritor consiste a menudo en la repetición de las preposiciones (la figura se llama polisíndeton), que va sumando, va sumando hasta componer una atmósfera. Lo anterior también opera a su modo en el cine: “No country for old men” no es tanto una película de acciones como de atmósfera.

Allá en Texas, al norte de México donde se acaba Mesoamérica, en esos desiertos sin agua y sin suelos fértiles, el hombre tuvo que crearlo todo, y esa creación sobre la nada es una de las demostraciones patentes del espíritu del hombre occidental (de ahí el Far West). McCarthy alarma por la estrepitosa decadencia y caída del mundo occidental al situar gran parte de sus novelas en este escenario de la frontera, puesto que una civilización se define, y también se pierde, por sus contornos; y esos límites entre México y Estados Unidos nunca han sido sensibilizados e irrigados por la cultura, para que respiren cuidadosamente. Viven asfixiados, intoxicados, drogados por el narcotráfico y la violencia. Sólo la cultura podrá amistar algún día a Estados Unidos con las  naciones latinoamericanas que la aguardan al otro lado del río.

 

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