El diálogo se da en una típica taberna de Berlín: una «Berliner Kneipe». En la barra, cerveza en mano, Juan Camilo Rodríguez Pira y yo hablamos de la República de las letras. Hablamos en voz alta para oírnos el uno al otro, porque alrededor cantan y beben y fuman vecinos jubilados entre quienes tal vez haya un novelista.
–Por lo general –le grito al oído– la nueva novela europea suele suceder en el barrio y tener de personaje principal a la vecina con su perrito.
–Sí– afirma Juan Camilo, gritando–, y eso está bien. Describe bien tu calle para conocer mejor el mundo, ¿no?
Un trío de señoras jubiladas cantan a grito herido una canción schlager (música popular alemán) que dice «Ich war noch niemals in New York» («Ya yo nunca estuve en Nueva York»). Da igual lo que dice. Seguimos concentrados en nuestro diálogo:
—¿No te parece difícil vivir en el exterior?—le pregunto. — A un pintor le iría muy bien porque la pintura es un arte que todo el mundo entiende; pero el escritor necesita su tribu, el lenguaje del barrio, y eso se pierde andando tanto tiempo afuera.
—Son mentiras. Luis Fayad, el de «Los parientes de Esther», calca muy bien el habla popular bogotana en su última novela. Y vive aquí en Berlín desde hace rato. Y al alemán, con relativo éxito, han sido traducidas varias novelas de Tomás González.
—Sí –admití –. Por lo visto, los novelistas que se van no anhelan sino regresar, y narran con nostalgia ese mundo perdido. Lo veo en el manuscrito de la novela que me pasaste —le digo a Juan Camilo, que es economista de la Universidad de los Andes y que desde hace cinco años vive en Berlín estudiando un doctorado en letras. — Recuerdos de viajes por esas curvas que otros llaman carreteras, la Nariz del Diablo entre Bogotá e Ibagué, o recuerdos de la vida de estudiante, turbulentos, consumidos en el tráfico infame.
—Cierto —me dice, y apura la cerveza—.
—Y los novelistas que se quedan, por su parte, anhelan marcharse o idealizan ciudades de otros hemisferios.
—Hay otros que llegan a un término medio, como Luis Noriega en «Mediocristán es un país tranquilo» (2014), que se burla de las pretensiones que tienen ciertos «artistas» sobre Barcelona, donde él ha vivido varios años, y que al mismo tiempo hace una sátira política de Colombia en otra de sus novelas, «Donde se mueren los payasos» (2013), en la que no deja títere con cabeza. Hablando de novelas que ironizan el ambiente «intelectual» de ciertas ciudades, nadie lo ha hecho mejor con Berlín que Rafael Horzon en «Das Weisse Buch» (El libro blanco).
—Por ahí hojeé una de Juan Pablo Villalobos, «Te vendo un perro» (2014), que desde Barcelona ironiza las pretensiones de ciertos intelectuales de México Df. Aunque a Federico Guzmán Rubio, el ganador de una Lengua de Trapo por su novela «Será mañana», no le guste mucho. Él fue quien me recomendó «Cuadernos de la noche. Memorias de un soldado», la novelita publicada por la editorial de la de Antioquia.
—Así, muy buena. Pero salvo Rulfo y Del Paso, no conozco mucho de novela mexicana.
— Da igual —le digo—: las repúblicas de las letras son iguales.
– No creas –me dice–: en Alemania pagan mucho mejor el trabajo de las humanidades. Y hay grandes novelas actuales. Mi preferida es una de Eugen Ruge, «En tiempos de luz menguante»: novela de saga familiar en tiempos del Berlín comunista. Bellísima. También te recomiendo mucho a una novelista austriaca, Elfriede Jelinek, la que escribió «La pianista» (1983), de donde más tarde se basaron para la película «La profesora de Piano». ¿Escribes tú novela?
—¡No! —. Yo sería un pésimo novelista. Lo mío es el ensayo.
– Ensayo, claro. Fíjate –me dice– que lo mejor que me gusta de César Aira, entre su larga lista de novelas, es una que es más bien un ensayo: «Cumpleaños» (2001).
– Ves– le digo. –Ves.
— La novela — y vuelve apurar la cerveza—, el género tradicional de la novela está muy bien administrado por las grandes editoriales. Se exalta a menudo novelas sin tensión, sin cronología: fantasías desabridas, reciclaje de artículos o columnas de alguien ya con «nombre». Al resto de novelistas, sin el patrocinio de los grandes medios, les toca dirigirse a las independientes. Así evitamos la Alfaguarización o Mondadorización de la novela.
– Contra esa dictadura, desde Buenos Aires, pasando por Madrid hasta Miami, hay como un boom de editoriales y novelistas independientes. Rubén Varona, una amigo que vive en Texas, publicó la suya en editorial La pereza, de Miami. Luego la reseño.
–Dale – me dice Juan Camilo.
— Pero en general – le insisto – la novela tradicional está sobrevalorada. Es una institución que se administra como otra dimensión del periodismo (el mal ejemplo lo dio el de Macondo), y ves el caso patético de novelistas-periodistas, ya bastante maduros y que han escrito buenas «novelas», incapaces de salirse del género y que sufren porque carecen de temas y de fantasía, es decir, de libertad.
—Cierto —y tanto olor a cigarrillo va mareando a Juan Camilo.
—Otra tendencia que no sé si has visto es la psicologista, la psicoanalítica, la que pone por encima la teoría a la experiencia, la que cansa y aburre con la monotonía del corazón, que es el más repetitivo de todos los temas.
—¿Cuál tendencia narrativa te gusta entonces?—me pregunta.
—La de espionaje. La novela-ensayo. La novela de ideas. La novela poemática. Las menos comunes. Ya yo voy a las librerías, no a buscar libros, sino mapas. A la sección de geografía. Sin los mapas no se entiende una historia ni se avanza más allá de la esquina.
Y al salir de esa taberna a la medianoche, en efecto, no avanzamos sino hasta la esquina. Juan Camilo se metió en el túnel del metro subterráneo. Yo subí a mi apartamento (Wohnung).
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